EL PAíS
› QUE HAY DETRAS DE LA
CONVOCATORIA AL DIALOGO Y EL ACERCAMIENTO AL PJ
Aquel sueño del pingüino domesticado
Las últimas señales del Presidente se interpretaron de diversas maneras por representantes tanto de la oposición cuanto del oficialismo, en sus versiones peronista o transversal. Los problemas del Gobierno y los desafíos del Presidente.
› Por Mario Wainfeld
El acercamiento oficial a la CGT unificada. Las designaciones de Horacio Rosatti y Alberto Iribarne, ambas leídas como un giro dialoguista, la de Iribarne también como un guiño al duhaldismo. El nombramiento de Raúl Alfonsín como veedor en el referéndum de Venezuela. La presencia y el discurso de Néstor Kirchner en el homenaje a Ricardo Balbín. La distancia perceptible entre la Casa Rosada y Luis D’Elía. El, ya, estentóreo silencio del halcón Carlos Kunkel. Tirios y troyanos, oficialistas y opositores suelen sumarlos y decidir que el Presidente ha impuesto un giro en su política. Para muchos de ellos es definitivo. Un razonamiento con cierta lógica, que tiene un encanto adicional: a muchos protagonistas, oficialistas, más-o-menos-opositores y opositores esa hipótesis les viene bien. Si Kirchner, después de un comienzo de gobierno disruptivo, termina siendo más de lo mismo puede ser buena noticia para muchos de sus compañeros, para los correligionarios boina blanca y también para el ARI. Si el Presidente se domestica, todos tendrán más confortable su lugar en el mundo. Habrá que ver qué quiere hacer Kirchner. Y qué puede hacer.
Hasta ahora, ha venido logrando un insólito equilibrio entre su legitimidad, basada en la opinión mayoritaria y la gobernabilidad, lograda merced al apoyo del PJ. Apoyo obtenido “traccionando” a los compañeros merced al éxito, esto es, al consenso mayoritario. La paradoja, solo aparente, es que el consenso se consigue en buena medida porque Kirchner “no es” (o si se prefiere no viene siendo) como sus compañeros o como sus precursores en el sillón de Rivadavia. Habla distinto, designa distintos adversarios, se pelea con los poderes fácticos, defiende la dignidad nacional contra el FMI. Al menos, así lo pregona, siendo creído por la mayoría de los argentinos. Lo que premia buena parte de la opinión pública no es, apenas, la toma de posición sino ese kit de novedad que se hace ley con los brazos levantados de lo viejo.
Ese equilibrio fue inestable desde el vamos. En los últimos meses da la sensación de rondar un límite. El Gobierno ha entrado en una etapa de turbulencias, los aliados silentes han aumentado su peso relativo, se han puesto demandantes.
En su acometida inicial el Presidente denostó a su partido político. Jugó fuerte a favor del espacio transversal, en discurso y en acciones. Andando el tiempo, los transversales sólo le representan un apoyo simbólico, de dudosa proyección electoral en 2005. Mal dato de la coyuntura.
A su vez, Luis D’Elía, que le sirvió para polarizar el campo piquetero, se le ha vuelto un salvavidas de plomo de cara a los sectores medios.
Ya que estamos con las malas noticias para el kirchnerismo, cabe añadir que cuenta con una sola candidata de fuste para los comicios del año entrante, en los que debería –voto más, voto menos– doblar su performance de 2003. La candidata, Cristina Fernández de Kirchner, ya era una figura expectable antes de que su esposo llegara a Presidente. El hecho trasluce cierta dificultad de construcción del kirchnerismo, quizá contrapartida de la centralidad del Presidente. Cristina, ya se sabe, es la mejor candidata en dos distritos, pero las leyes electorales no le permiten tamaña dispersión. La opción apesta a sábana corta. Hace un par de meses parecía estaba resuelto que la dama fuese a provincia de Buenos Aires a confrontar con el duhaldismo. Ahora vuelve a ponerse en cuestión, tal vez sea mejor tras el sosegate del anuncio buscar un acuerdo con los duhaldistas. Es patente que Alberto Fernández prefiere que Cristina compita en Capital y que Kunkel desea verla en provincia.
La decisión quedará en manos de la senadora y está aún pendiente. O, si se quiere ser más preciso, vuelve a estar pendiente. Cuestiones tácticas, explican creíblemente muy pero muy cerca del Presidente.
En el PJ, en la UCR, en el ARI se piensa diferente. Los antagonistas coinciden en su diagnóstico, el cambio presidencial tiende a serdefinitivo y no táctico. No es una conjura que deriva en un pensamiento común. Se trata de algo más sólido: de la confluencia de intereses. Si el Presidente, como describe Elisa Carrió, es “el régimen”, el ARI tendrá un vasto espacio opositor no desafiado por los cantos de sirena que en su momento sedujeron (y alejaron de sus filas) a Graciela Ocaña o Rafael Romá. Si Kirchner “es PJ” como da por sentado Lilita, a ella le quedará habilitado el espacio progresista, el de la crítica moral antipolítica, el del radicalismo desencantado. Muchos de ellos estaban en estado de asamblea permanente en los albores del gobierno de Kirchner, que supo interpelarlos.
Las voces pejotistas
“La hizo bien. Cuando llegó revitalizó el poder. Puso en caja a los militares, que decían lo que querían. Les marcó la cancha a los empresarios, que trataban a los presidentes como si fueran empleados. Oxigenó la Corte. Ahora, con el poder restaurado, tiene que sentarse a dialogar, desde una posición de fuerza. ¿Se acuerda lo que decía Perón de las revoluciones? Las dividía en etapas inexorables. Tras la revolución y la toma del poder se iba derivando a lo institucional.” Quien evoca al General es un funcionario del Ejecutivo, que está convencido de que ya no es hora de Robespierre sino de Napoleón. En su lectura, los dos extremos de la revolución francesa tienen la misma cara, trajes cruzados, portan cierto desaliño y calzan mocasines. Llevados de la nariz por Kirchner a decisiones que no compartieron, fastidiados ruidosamente por algunas (el acto de la ESMA, como momento cúlmine), hartos de ser “corridos por izquierda” por los peronistas no pejotistas, los peronistas-peronistas suponen que Kirchner cambió. Y buscan catalizar la tendencia. “¿De qué le sirvieron los librepensadores como Miguel Bonasso? No le sumaron a nadie y muchas veces votaron en contra. ¿Y los transversales? No sirven para nada, se pelean entre ellos, tampoco crecen. Hasta Gustavo Beliz, una especie de transversal, le salió un traidor. ¿Qué hace Graciela Ocaña en el PAMI? Puros tropiezos. ¿Para qué sirve Pablo Lanusse, un novato en la política, en Santiago del Estero? Va en auto a perder las elecciones con los Juárez.” Una espada parlamentaria del Gobierno, alguien que le votó cuanta ley propuso, muchas de ellas a contragusto, se despacha contra quienes se apoltronaron en sus pertenencias previas pero aportaron menos a la gobernabilidad. El hombre celebra los cambios reseñados en el primer párrafo y, de boca para afuera, no le pide tanto al Presidente. “Hay que hablar más con los radicales, reconocerles algún lugar. Alberto Fernández se va a ocupar de reunirse con nuestros legisladores, en grupos de cinco o seis, porque el Presidente no banca reuniones grandes. Seguro que en esos encuentros Kirchner aparece y saluda. Eso contiene a la tropa.”
–¿Eso solo? –pregunta Página/12, que supone que los asados que se piden, como los cumpleaños de los pibes, se imaginan con “regalitos” a la salida.
–Bueno, también serviría que Kirchner acepte ser presidente del PJ, que llegara a un acuerdo con Duhalde. Y acá en el Congreso que se olvidara por un rato de los transversales y prodigara un par de gestos para algunos legisladores que han sido importantes en el pasado, muy fieles hasta ahora, pero que están muy resentidos porque han sido maltratados”.
Humberto Roggero y Oscar Lamberto, sin ir más lejos, ponen cara de enfadados y, por ahora, hurtan sus cuerpos al debate de mañana sobre la Ley de responsabilidad fiscal. Un entuerto que sólo bancarán peronistas y radicales porque los transversales y los librepensadores no aceptan votar esa norma, encomendada por el Fondo Monetario Internacional.
Eduardo Duhalde, explican todos, está dispuesto a colaborar, máxime si se depone la idea de lanzar a Cristina en la provincia. Duhalde ofrece una reestructuración del PJ bonaerense, colocando a su cabeza al duhaldista más afín a Kirchner, José María Díaz Bancalari, uno de los pocospejotistas que ha podido con eficacia manejarse como fiel a dos sectores. De ahí para abajo, duhaldistas no irritativos.
Un sentido común aliviado hermana a los émulos de Perón y de Balbín. Kirchner va volviendo al redil, a un modo de gobernar conocido, deseable. Como los empresarios, como los militares, todos han registrado que algo cambió. Pero el savoir faire –creen ver, quieren ver– regresa. Es del caso señalar que buena parte de los análisis mediáticos describen que el viraje ha ocurrido y lo saludan alborozados. El Presidente, parecen decir todos, arrancó un poco salvaje pero se está domesticando. Un pingüino herbívoro, quizá.
El punto es que, aunque parezca lo contrario, aceptar esa sabiduría añeja significaría para Kirchner una tranquilidad transitoria, pero un salto al vacío. Es que siempre registró que la sociedad le pedía otra forma de gobernar. Trasgredir las reglas, no ceñirse a la lógica de lo preexistente, distanciarse de las corporaciones. Un pingüino de riña, por decir algo. Hasta ahora, su intuición le indica que sólo así podrá mantener el consenso que logró. “Llegamos acá de pedo. No vamos a pasar haciendo lo mismo que los demás”, arenga siempre a los suyos.
“Arregló con Duhalde, va a presidir el PJ, ya firmó el Pacto de Olivos”, se solazan, a su modo, casi todos los integrantes del espectro político. Y acaso así sea, a costa de su novedad. Sería casi una rendición, algo exagerado para quien eligió un modo de gobernar y, aun con tropiezos, sigue manteniendo la iniciativa.
El final sigue siendo abierto. Tal vez el Presidente siga buscando, vía ensayo y error, con avances y retrocesos, mantener la gobernabilidad y la legitimidad, a su extraña manera. Tal vez siga percibiendo que su fuerza esencial es el precario, excitado, contrato diario que tiene con muchos argentinos, muy dispersos, muy poco organizados, muy incrédulos. Al fin y al cabo, hasta ahora no le ha ido nada mal.