Sáb 07.08.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Colores

› Por J. M. Pasquini Durán

Quienes analizan la política en blanco y negro, sin matices, perciben los movimientos del presidente Néstor Kirchner, sobre todo en el terreno de las alianzas, como actos acabados y definitivos, sin retorno, igual que líneas quebradas que se sustituyen unas a las otras a medida que se presentan. Otros dibujan la misma trayectoria como el resultado preciso y único de la voluntad presidencial, sin reconocer a ningún contexto alguna influencia en esa sucesión de posiciones. Ambas miradas suelen sobresaltarse por la realidad cotidiana que se despliega casi siempre en los tonos del gris, o sea en un punto intermedio entre el blanco y el negro, provocada por la conjunción de diversos factores, entre los que puede contarse o no con los deseos personales del Presidente.
Para esas miradas lineales, la diatriba de Roberto Lavagna contra las conductas técnico-políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en las últimas crisis argentinas implica una severa contradicción con las expectativas abiertas por el mismo ministerio a la hora de la designación del español Rodrigo Rato, ex ministro de Economía de la administración Aznar, al frente del organismo multilateral. En ese momento lo que se dijo aquí fue que “por lo menos a Rato no habrá que explicarle la situación nacional puesto que la conoce de su gestión en España”. A partir del crítico documento de casi treinta carillas, cuyo resumen ilustró ayer la portada de este diario, algunas voces comenzaron a suponer un futuro “sin el Fondo”, a pesar de la falta de antecedentes en la actual administración que cumplió sus obligaciones de pago con puntualidad.
Sucede, en realidad, algo más simple para enunciar pero más complejo para resolver. El FMI se niega a firmar los informes trimestrales de la evolución económica argentina, que son el equivalente de certificados de buena conducta ante las finanzas internacionales, con el propósito de presionar al Gobierno para que acceda a pagar más a los tenedores de bonos, incluidos los “fondos buitre”, y a subir las tarifas de los servicios públicos, entre otras mal llamadas “reformas estructurales”. El Gobierno se niega, más allá de su voluntad, porque el cumplimiento de esos requisitos sería insoportable con la mitad de la población en la pobreza y un severo desprestigio para la popularidad presidencial. Opta, entonces, por recordarle al Fondo que, por lo menos, es corresponsable de esa situación y lo hace en términos duros pero no aislados, porque aún en el G-7 de los países ricos hay opiniones concordantes sobre los errores cometidos en el mundo por el FMI. Es una manera de responder a las presiones, convencer a la opinión pública nacional, también a empresarios locales y reacomodar la carga para seguir negociando. Los que miran con colores primarios serán decepcionados a su tiempo, cuando el acuerdo llegue, porque han recibido el documento como el anuncio de una ruptura total y completa, lo cual sería una verdadera extravagancia en este ministro, este Presidente y este FMI.
De modo parecido, el contraste de blanco o negro no alcanza para ajustar la lente sobre las más recientes alianzas político-partidarias de Kirchner. En retrospectiva, sin embargo, es más fácil encontrar la huella que desemboca en el actual armisticio intrapartidario del justicialismo con el Presidente. En primer lugar, el matrimonio Kirchner ratificó cada vez que pudo su identidad peronista, aunque lo hicieran desde la posición crítica hacia la burocracia corrupta que ha copado una parte considerable de la conducción del PJ. El Presidente ya intentó antes negociar una nueva dirección partidaria, para la que propuso en la cima al gobernador jujeño Eduardo Fellner, que debió consagrarse en la bochornosa reunión a la que asistió la Primera Ciudadana, pero el intento resultó fallido, quizá por prematuro. Es decir que la transversalidad no era sustitutiva del PJ sino su recuperación como movimiento, en el cual esa burocracia corrupta fuera desplazada desde adentro o, como mínimo, que se convirtiera en unafracción de la totalidad. Lo sabían hasta los aliados piqueteros del Presidente, porque el “Frente Nacional de Organizaciones Populares” dio a conocer un documento el 26 de julio último, titulado “Por la recuperación del trabajo y la justicia social ¡Fuerza compañero Néstor Kirchner!”, en el que advierten: “Que hay que construir lo nuevo incluyendo también lo mejor de lo viejo. Pero nada de nuevo podrá nacer de la política argentina reciclando una vez más a los protagonistas de siempre, cuestionados por la mayoría del pueblo argentino”. Por el momento, en la tregua o el armisticio hay reciclado no sólo en el PJ sino también en la UCR.
Esto no quiere decir que el Presidente haya largado la mano de los transversales, a los que exhorta cada vez que puede a seguir acumulando fuerzas hasta que su peso específico sea más que una disgregada federación de minorías. Entre tanto les pide comprensión si alguna vez lo ven en la foto con quienes no debería juntarse, pero las elecciones del próximo año no se ganarán a pura voluntad. Para Kirchner lo deseable sería colocarse al frente de un movimiento que reúna al abanico que se desplegó en Diputados para votar la ley de responsabilidad fiscal: Bussi, Patti, UCeDé, Acción por la República, Frepaso y todas las variantes justicialistas. Para las fuerzas que siguen a López Murphy y Elisa Carrió les vale el mismo consejo que para los transversales: crezcan fuertes hasta que se hagan notar por su sola presencia y su capacidad de convocatoria. Mientras tanto, el Presidente los considera a ambos como reflejos mediáticos de lo que pudo ser, pero no fue.
¿Por qué Kirchner se tomó catorce meses para llegar a este punto, pese a que siempre estuvo cerca suyo? En su debilidad de origen era Bambi y ahora es el rey León. No hay político en el país que pueda igualar sus mediciones de popularidad en las encuestas, ni siquiera lo empareja la gestión del gobierno. La condena o la absolución sobre asuntos en debate reclaman su definición, aun en temas como el valor social de la “cumbia villera”. Claro que esta concentración personal de virtud tiene como contrapartida el defecto de la verticalidad absoluta del mando. Eso no es suficiente para un país que necesitaba liderazgo, pero también que sus instituciones recuperen prestigio y autoridad. No todo es fruto de la ambición o el cálculo del Presidente: basta seguir con un poco de atención el debate en la Legislatura porteña sobre el Código de Convivencia para advertir que los políticos, incluso los recién horneados, insisten en agotar la paciencia de los votantes y en desacreditar el mandato que recibieron. No son los únicos, por cierto, que compiten por andar cuesta abajo, en los diferentes tonos del gris al negro.

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