Sáb 13.04.2002

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Espejos

› Por J. M. Pasquini Durán

(Viene de tapa.)

La misma experiencia probó también que no alcanza con ganar una o seis elecciones, así sea con la contundencia que obtenía Chávez en las urnas, si la acción de gobierno no sirve para mejorar de verdad la calidad de vida de la población. Con la sociedad partida en dos mitades desiguales por el tajo brutal de la injusticia en la distribución de las riquezas, la paciencia popular al final se agota, más entre las clases medias movilizadas por la furia legítima y el despecho que entre la pobreza y la marginalidad que ya lo perdieron todo, y busca una vía de salida, cualquiera con tal de escapar del presente, a veces sin advertir que caerá de la sartén al fuego. Sin dirección política elegida, en nombre de la antipolítica, y con el deseo de terminar ya con lo que hay, sin darse tiempo a construir una pluralidad nueva, la protesta popular termina por llevar agua al molino de la derecha, lógica beneficiaria de la vacante debido al peso específico de su poder en la relación social. Si el peso de la izquierda hubiera sido determinante, Chávez no se hubiera ido en promesas incumplidas o satisfechas a medias.
Buena lección la de Venezuela para esos transformadores que creyeron que era suficiente con desplazar al bipartidismo tradicional (socialdemócratas y socialcristianos) para iniciar los cambios anhelados, como si fuera un proceso de sucesión natural y, además, irreversible. Toni Negri, coautor del best seller Imperio, definió bien que los adversarios del poder establecido lo primero que deberán decidir es si quieren sólo suplantar a lo que están o construir un “contrapoder”. En este caso, hacen falta tres condiciones: resistencia contra el viejo poder, insurrección y potencia constituyente del nuevo. A fin de evitar equívocos: “Para nosotros la insurrección es la forma de un movimiento de masas que resiste, cuando deviene activo en poco tiempo, o sea cuando se concentra sobre algunos objetivos determinados y determinantes: ello representa la innovación de las masas de un discurso político común. La insurrección hace confluir las distintas formas de resistencia en un único nudo, las homologa, las dispone como una flecha que atraviesa en forma original el límite de la organización social establecida, del poder constituido. Es un acontecimiento”. Negri, preso en Italia, escribió estas reflexiones después de fracasar en la aventura de hacer política por vía de las armas a través de las Brigadas Rojas.
Los conservadores conocidos como “neoliberales” tardaron un cuarto de siglo para diseminar sus ideas y otro tanto para ejecutarlas, imponiéndolas por la fuerza bruta allí donde la resistencia podía ser un obstáculo serio. ¿Se puede dar marcha atrás en un par de años? Ni en veinte, en especial cuando los encargados de cambiar el rumbo terminan caminando por la misma huella de sus antecesores. ¿Por qué será que al analizar el caso de Venezuela parece que la referencia es Argentina? Es que a pesar de las apariencias y las identidades diferentes, los dramas sustanciales en la región son muy semejantes: la decadencia económica, basada en la ausencia de justicia social, y la corrupción, ideológica y material, de sus castas dirigentes. Por lo mismo, es muy fácil la aplicación regional del efecto dominó –una ficha cae y arrastra a las otras– a veces con la rapidez de las pestes que se ensañan con los organismos debilitados. De ahí que los gobiernos de la región, aunque fuera por instinto de conservación, deberían condenar los sucesos de Venezuela, rescatando a la voluntad popular en la urnas como el elemento determinante para pertenecer a la comunidad de naciones que reconocen a la democracia capitalista como el menos malo de los sistemas. Ha llegado la hora de probar la consistencia de tantos juramentos de fidelidad a la causa liberal, algunos aprobados como solemnes declaraciones de los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA). Es una aspiración ingenua, claro, porque lo más probable será la traición, con tal de no molestar al rústico inquilino de la Casa Blanca, incapaz de comprender ninguna sutileza o matiz fuera del blanco o negro.
A pesar de todas las demostraciones de la historia, los gobiernos latinoamericanos, en su mayoría, siguen pensando que si no ofrecen resistencia podrán hacerse amigos del león que los está devorando. Así, la Cancillería argentina, en contra de la opinión del Congreso nacional, promoverá el voto en el Comité de Derechos Humanos de la ONU contra Cuba. Sobre todo después de que la primera dama contó que en Estados Unidos los diputados republicanos pasaban a saludarla, no por su lucha contra la pobreza, sino por esa posición anticubana. En Buenos Aires, ninguno de sus habituales interlocutores observó que ese voto haya flexibilizado ni un poquito las instrucciones del pintoresco Anoop Sing, inspector del Fondo Monetario Internacional (FMI), acerca del futuro económico. La consigna continúa: ajuste o muerte. Tampoco lo ablandaron los funcionarios de Economía que le pidieron que ofrezca la conferencia de prensa, inusual en la conducta de ese tipo de funcionarios, para “convencer al pueblo que las exigencias del FMI no son excusas inventadas por el gobierno”. Para usar una metáfora del intendente Aldo Rico, fino pensador cuartelero, es la política de la gata Flora: “Si se la ponen grita y si la sacan, llora”. Entre la intransigencia del FMI y la impotencia de los gobernantes locales, el resultado es una representación hipócrita de falsos compromisos mutuos. El FMI finge que le interesa el progreso argentino, cuando en realidad lo único que busca es disciplinar al país en el pago de la deuda. Por su lado, el Presidente y los gobernadores cantan salmos en homenaje de la racionalidad administrativa, a pesar de que todos ellos saben que los objetivos que le imponen incendiaría a sus gobiernos por la desbocada protesta social.
Envueltas por la insatisfacción popular, las distintas fracciones internas del aparato gubernamental adoptan el canibalismo político como base de la dieta cotidiana. Lo acaba de recordar Ernesto Sabato: el “sálvese quien pueda no sólo es inmoral sino ineficaz”. Así, el Gobierno no avanza hacia ningún lado o, para decirlo de otro modo, da vueltas en círculo con la misma utilidad del perro que intenta morderse la cola. El arco iris de la interna oficialista es tan ancho que la enumeración puntillosa podría ocupar la edición completa de este diario. Hay contrastes que vienen, al parecer, con la investidura, por ejemplo entre el Presidente y el gobernador bonaerense. Sucedió con Menem y Duhalde y ahora con Duhalde y Felipe Solá. Es tan pesado el clima que intoxica las internas del partido de gobierno que los más atrevidos se animan a especular con que el asesinato del oficial de custodia de Carlos Ruckauf fue un ajuste de cuentas de origen bonaerense, o una advertencia mafiosa, antes que una tragedia casual. Extraviarse en el mapa de las conspiraciones es siempre peligroso, no tanto porque no existan, sino porque lleva a claustros cerrados, lejos de los ruidos de la calle y ajenos a los sentimientos sociales. Si Duhalde no alcanza a completar el tiempo del mandato original no será por las trifulcas de sus seguidores sino por la incapacidad de satisfacer las demandas populares que le facilitaron el acceso a un puesto que no había obtenido por el voto ciudadano.
El gobierno de facto en Venezuela prometió elecciones para diciembre próximo y antes de fin de año Brasil también renovará presidente. En las cercanías de la Casa Rosada ya hay voces que se preguntan si la fecha no será adecuada también para Argentina, en lugar de esperar hasta la segunda mitad de 2003. Los íntimos del duhaldismo ortodoxo aseguran que su jefe está dispuesto a recortar el mandato, pero con dos condiciones: que sea prenda de paz y que la renovación electoral sea completa, o sea que incluya a gobernadores, legislaturas y municipios. Algunos intermediarios de buena voluntad expusieron estas razones ante algunos legisladores, pero los súbitos ataques de sordera, dicen, son impresionantes. En la suposición de algún desenlace anticipado de ese tipo, antes que una “solución” a la venezolana, ¿quién estará en condiciones de debutar en la competencia? y ¿cuáles serían las reglas del juego? No hay en el conocimiento público una suerte de Plan Fénix para la política ni aparece nadie elaborando las materias correspondientes, ni siquiera entre los que se imaginan como potenciales sucesores. La República del siglo XX, que imaginaron los visionarios como Juan Bautista Alberdi, está exhausta en sus instituciones y la Nación ha sido fragmentada con tanta torpeza que el signo mayor de identidad, de pertenencia a una misma comunidad, consiste en que desde Humahuaca a Tierra del Fuego se pueden ver los mismos programas de televisión por cable. Habrá que refundar la República, reparar la integridad de la Nación y consolidar la democracia con justicia social. Un programa reformista que, desde la perspectiva de hoy, es lo más parecido a una revolución que excede, de lejos, a los actuales dirigentes. Es tiempo de que los voluntarios para la tarea den un paso adelante o callarán por tiempo indefinido. ¿Está preparada la ciudadanía para absorber un nuevo fracaso del movimiento popular? La victoria, ya se sabe, no se compra ni se alquila.

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