Lun 16.08.2004

EL PAíS  › OPINION

Comunicación federal

› Por Washington Uranga

¿Se acuerda de aquella sentencia según la cual “Dios está en todas partes... pero sólo atiende en Buenos Aires”? Más allá de los proclamados propósitos “federales” de gran parte de nuestra dirigencia –de toda la dirigencia, de todo nivel y de cualquier color y función– en el país existe una cultura que da pie a modos de gestión que dejan en evidencia una macrocefálica concentración de las decisiones, reservando para otros actores y otros territorios un lugar no sólo poco protagónico y, lamentablemente, sino casi irrelevante para incidir en las decisiones y para aportar en la construcción de una mirada verdaderamente “nacional” y “federal”. Poco se gana, además, con el hecho de que hombres y mujeres con tareas de enorme relevancia en sus lugares de origen sean “promocionados” para instalarse en Buenos Aires. La experiencia muestra que, finalmente, terminarán ellos y ellas también absorbidos por la cultura y el modo de gestión del centro. La idea de un país con mayor equilibrio entre las regiones, con miradas centradas fundamentalmente en las posibilidades de desarrollo local, que atienda las necesidades de sus habitantes a partir del lugar donde estos ciudadanos residen y se ganan la vida, es parte de los temas que la sociedad argentina tiene que incluir en la agenda de sus debates y tareas pendientes. Por cierto que plantearse hoy esta preocupación exige, inevitablemente, preguntarse qué se puede y debe hacer con un sistema de comunicación que sigue mostrando los piquetes en el centro porteño o los baches de las calles del barrio de Constitución como única realidad a considerar junto con los debates de poder en el gobierno central. Un país que se piense con sentido nacional y federal requiere también de una comunicación federal. Es decir: una comunicación que parta del reconocimiento de lo local, que potencie sus medios locales y regionales y que construya luego sistemas de comunicación que, a modo de redes, y sin desconocer el diferente peso relativo de diferentes zonas y ciudades, nos muestre una realidad que involucra a ciudadanos y ciudadanas que tienen rostros distintos, que viven situaciones diferentes y demandan otras cosas o lo hacen de manera particular cada uno de ellos. Una “comunicación federal” necesita de políticas de Estado en la materia. Para dar apoyo y generar incentivo para los medios locales, para poner los medios públicos al servicio de esta idea. Pero además y, dado que todos los medios son por definición un “bien público”, para establecer criterios para los medios comerciales a fin de que ellos también les den visibilidad a los actores de todo el país (no sólo en el desastre o en la catástrofe), garantizando el derecho a la comunicación de todos aquellos que habitan este mismo suelo.

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