EL PAíS
› OPINION
El Sur-Sur también existe
› Por Mario Wainfeld
Si Hugo Chávez hubiera sido derrotado, ninguno de sus adversarios hubiera reconocido su mérito de convocar al referéndum revocatorio. Análogamente, en ese hipotético caso, Néstor Kirchner hubiera debido soportar reproches por el apoyo a su par venezolano sin recibir ninguna mención por lo mucho que hizo para convencerlo de realizar la consulta. La política suele ser así, tan resultadista como algunos cronistas deportivos.
Aun sin rendirse del todo a esa implacable lógica, los resultados son ineludibles para medir el éxito de las políticas. “Con la chapa puesta”, conociendo cómo salió el partido, cumple señalar que ayer se redondeó un éxito de la política exterior de Lula y Kirchner, que jugaron a que hubiera referéndum y a que lo ganara Chávez. Los presidentes de la Argentina y de Brasil tuvieron en la crisis política de Venezuela un rol sensato, constructivo y democrático. Fue ostensible su mediación procurando convencer a su colega venezolano de que la convocatoria a votar era una necesidad.
Lula y Kirchner no se idolatran pero entienden la existencia de un destino común entre sus países. En la política regional juegan de modos diferentes, entre otras cosas porque Brasil tiene una Cancillería y la Argentina no, más allá de lo que pueden intentar algunos cancilleres y ciertos funcionarios que son excepción dentro de “la línea”. Pero, a despecho de las diferencias, viene existiendo una percepción compartida de los problemas básicos. Por ejemplo, en las dos recientes crisis de la región, la de Bolivia y la de Venezuela, actuaron de consuno con bastante tino. Movieron sus fichas en pos de la gobernabilidad, mientras una derecha troglodita y simplista pedía las cabezas de Chávez y de Evo Morales sin proponer nada a cambio.
Estamos en América latina, nadie podrá decir que ayudaron a conseguir gobernabilidad para siempre. Pero sí propiciaron que se evitaran los peores escenarios imaginables. En Venezuela –un país demasiado dividido, que no se convertirá en Disneylandia por mágico efecto de los comicios– hubiera sido mucho más grave no abrir el juego. Y también un triunfo de una oposición sin cabeza, líderes ni programa.
La apuesta de Lula y Kirchner no era un unicato de Chávez ni una internacional guerrillera como parecen sugerir algunos escribas que tal vez ni siquiera perciban sueldo (apenas lavado de cerebro) del Departamento de Estado. La suya era una cabal movida en pos de la gobernabilidad que, en la actual etapa de este Sur, es más garantizada por fuerzas populares de centroizquierda que por la derecha neoconservadora. Las políticas neoliberales no sólo pusieron a nuestros pueblos al límite de su subsistencia. Su implementación, de la mano de gobiernos usualmente corruptos y decadentes, también hirió a los siempre trepidantes sistemas políticos del Sur. Chávez tiene sus problemas y sus carencias pero es más consistente con la etapa que la clasista coalición que lo combate.
La sensatez y la democracia primaron, sí que de un modo imperfecto, por sobre las salidas golpistas, huérfanas de pueblo y brutales que propone una derecha que, como de costumbre, desdeña las democracias y los pueblos. Y que en la coyuntura, Dios sea loado, tampoco cuenta con recetas económicas creíbles.
La democracia es un sistema imperfecto, cuyo mayor mérito no es el recurso al número sino la negociación permanente y la articulación de intereses. La apelación al número es un trámite último, cuando los acuerdos no bastan. Un referéndum revocatorio para un presidente hasta puede ser un exceso, una incitación a la inestabilidad, al predominio de alianzas inviables, sólo obstruccionistas. Como sea, esta vez funcionó bien, sobre todo por la pasión y la participación del pueblo venezolano. Los pueblos pueden equivocarse, claro está. Pero sigue siendo inalienable y fascinante su derecho a decidir (eventualmente equivocándose) en lo que a sus intereses concierne.