EL PAíS
› OPINION
Sin crisis hay menos gritos
› Por Martín Granovsky
Juan Carlos Blumberg eligió ayer un camino nuevo: reforzó su politización y avanzó desde la seguridad hasta reclamos que hubieran sonado bien en boca de un Nito Artaza dos o tres años atrás. También subrayó sus señas de identidad con la frase sobre los derechos humanos, que deberían ser para los ciudadanos y no para los delincuentes, dijo, como si los derechos humanos fuesen otra cosa que las garantías individuales aseguradas por el Estado democrático y alguien dijese que respetar los derechos humanos es matar o secuestrar. Ideología pura. ¿Este rumbo hará más poderoso a Blumberg o, al contrario, lo desgastará como si fuera un político más? ¿Es un cacerolazo sin sonido de metales que se irá desintegrando o el germen de una fuerza conservadora que buscará ponerle un tope al Gobierno en cuestiones institucionales?
El Gobierno calló. Pero conversaciones con un puñado de funcionarios que acceden al más alto nivel del Ejecutivo dejaron esta impresión: el Gobierno no quedó preocupado tras el acto de Blumberg porque no interpretó en la marcha un crecimiento de la representatividad. Tampoco detectó una conversión de sectores que eran kirchneristas en sectores a los que Kirchner pasó a caerles mal.
Si se pusiera en términos de votos y franjas, la conclusión oficial sería que se realizó un acto de gente que recelaba del Gobierno desde antes porque el Presidente es peronista, porque es de centroizquierda o porque apoya la reforma de León Carlos Arslanian en la provincia de Buenos Aires.
A este análisis, sin embargo, le faltaría una prospección sobre el efecto. Hay marchas que se agotan en sí mismas. Van todos los son y nadie se queda en casa mirándolas por la tele. Y hay otras concentraciones que suman a los más activos, los que ayer enarbolaron su vela en la calle, con los pasivos que rumian su adhesión frente a la pantalla. En la marcha no hubo gran expresividad en los temas policiales. La euforia fue mayor, en cambio, ante la crítica contra los políticos. Pero todavía no hay un nivel de enojo suficiente para pegarle fuerte a una cacerola. O hay enojo y al mismo tiempo crecimiento económico, aun dentro de una espantosa injusticia, y reconstrucción de la autoridad del Estado.
Es improbable que el fenómeno Blumberg crezca como desafío político si Kirchner se mantiene fuerte, la economía no se ameseta y avanza la decisión presidencial de coordinar y depurar las fuerzas de seguridad, un proceso que se da por primera vez simultáneamente a nivel federal y bonaerense en 21 años de democracia.
Cuando no hay crisis política, el grito contra las listas sábana no tiene el volumen del “que se vayan todos” ni pone en juego las principales preocupaciones de los argentinos, que rondan la inseguridad pero mucho más el desempleo.