EL PAíS
› LAS EXPECTATIVAS SON ALTAS PERO CON LIMITES MUY CLAROS
Esa esperanza que se llama China
Una encuesta muestra que una mayoría ve a los chinos como palanca del despegue.
Pero hay desconfianza sobre las inversiones.
› Por Raúl Kollmann
El ciudadano común está muy lejos del clima polémico que se generó alrededor de un eventual acuerdo con China. Son pocos los que le dan importancia a los anuncios, desmentidas y peleas entre políticos y periodistas. Lo concreto es que la gente tiene grandes expectativas, porque, por un lado, percibe que el país está listo para pegar un salto y, por otro lado, entra en escena un país al que se considera un gigante que puede jugar un papel clave en dar ese salto. Eso sí, mirado en perspectiva, si después las oportunidades se pierden por mala gestión, inoperancia, errores políticos o lo que fuera, habrá una frustración de envergadura. En forma paralela, seis de cada diez argentinos descreen de la teoría de que las inversiones extranjeras son, por sí mismas, beneficiosas. La opinión que prevalece es que esas inversiones tienen que ser complementarias de los recursos nacionales, porque de lo contrario se caería otra vez en un endeudamiento que la gente rechaza hoy en día en forma tajante. De todas maneras, el argentino promedio piensa que la prioridad es el Mercosur e incluso América latina: en la última década se ha impuesto la conciencia de la integración regional e incluso decreció fuertemente la idea del choque con los países vecinos.
Las conclusiones surgen de una encuesta realizada esta semana por la consultora Opinión Pública, Servicios y Mercados, que lidera Enrique Zuleta Puceiro. En total se entrevistaron mil personas de todo el territorio nacional, respetándose las proporciones por edad, sexo, nivel económico-social, ubicación geográfica y residencia en grandes y pequeñas ciudades. La dirección del trabajo fue de Isidro Adúriz y Julián Lisa.
“La opinión pública considera que Argentina ya hizo sacrificios, cumplió con los deberes y muchísima gente cree que ya se resolvió el problema del default, aunque esto no sea cierto todavía en la realidad –señala Zuleta Puceiro–. Por eso hay una idea de que el país está ahora para grandes cosas. Entonces aparece la noticia de que habrá algún acuerdo con China, un país que se percibe como un gigante. Entonces, más allá de lo que diga Kirchner, las idas y vueltas, las polémicas con el periodismo, el ciudadano común advierte que las oportunidades están ahí. El ciudadano no sigue los incidentes que el caso produce, sino que cree que el asunto tiene sustancia, envergadura y por ello se genera una gran expectativa.”
Por ese clima de esperanza, casi el ochenta por ciento de los encuestados dice que el convenio con China es importante o muy importante, frente a apenas un ocho por ciento que cree que es poco importante. Eso también explica la percepción que existe de los anuncios y desmentidas: “La tendencia es a sostener que se trata de una operación clave, pero se filtró y entonces los gobernantes argentinos y chinos se asustaron y trataron de bajarle los decibeles. En una palabra, el encuestado está diciendo que la cuestión con China existe, es de envergadura, y no le presta atención a los desmentidos. Es más, se opina como si el acuerdo ya se hubiera hecho”, analiza Zuleta.
El propio consultor cree que el ambiente de expectativa tiene que concretarse para no producir una frustración. “Al dar por descontado que habrá convenio, lo que la gente tomaría muy mal es que después las concreciones se frustren por problemas propios, políticos, legales, de ineficiencia o lo que sea. Sucede que éste es el tipo de convenio que un ciudadano común de hoy en día ve con buenos ojos. Si se le pregunta sobre la necesidad de que se arreglen las cosas con el Fondo para que éste nos vuelva a prestar dinero, la gente dice que no. Actualmente rechaza en forma contundente cualquier forma de endeudamiento. O sea que cree que es bueno llegar a un acuerdo con China, pero sobre la base de producir y vender, no de recibir préstamos.” “Esa óptica –insiste Zuleta– hace que exista una mirada mucho más proclive al Mercosur que a cualquier otro bloque. Cuatro de cada diez argentinos creen que hay que priorizar ese acuerdo regional e incluso las relaciones con el resto de los países latinoamericanos. La gente lleva muchos años de asimilación de lo que podría denominarse un ‘modelo natural’ de integración, la noción de que ‘juntos podemos’, que la relación con Brasil trae ventajas, hay similitud de los gobiernos y un mismo patrón frente a la globalización. Es más, se han borrado mucho las ideas de conflicto con Brasil y Chile y, obviamente, se los ve más cercanos que el sudeste asiático o Europa.
”Desde ya hay cierta cercanía con Europa, por la relación con españoles e italianos. Existe una cierta noción de que estamos casados con ellos. Mucho más distante se percibe a Estados Unidos, algo que acentuaron las últimas elecciones. De esos comicios quedó la sensación de que son una sociedad cerrada, ultra religiosa, en guerra y que le redobla la apuesta al mundo.”
–¿Cómo puede ser que la gente vea que el país está en condiciones de dar un salto si en su propia casa las cosas no van mejor?
–Este tipo de percepción ya se dio en el ’91, en épocas de Menem y Cavallo, cuando se logró la estabilidad. El ciudadano común decía que el país estaba mucho mejor, pese a que eso no se reflejaba en su situación personal. También hemos visto lo contrario, incluso no sólo aquí, sino en Estados Unidos. El ciudadano opina que la economía va mal, que todo está peor, pero cuando le preguntan por cómo están las cosas en su casa afirma que está igual que antes. Hoy en día no hay un clima de optimismo como el del ’91, no existe esa locomotora ni aparece, como entonces, Menem jugando al fútbol o al básquet, con el país en clima de fiesta. Todo ahora aparece más peleado, más duro, más áspero y también más austero. Pero en ese marco aparece una fuerte expectativa, se piensa que las cosas están más estables, menos inciertas y entonces irrumpe la cuestión del gigante chino elevando todavía más la expectativa, aunque los funcionarios den marchas y contramarchas, los políticos polemicen y los periodistas critiquen.