Lun 29.11.2004

EL PAíS  › HORACIO TARCUS, HISTORIADOR Y SOCIOLOGO

Esperando que llegue una nueva izquierda

Director del CeDinCi, el archivo de material socialista más grande del país, ya no espera una “autorreforma” de la izquierda tradicional. Ve con esperanza la “acumulación” de ideas creativas y renovadoras que puede germinar en una “izquierda emergente” que haga un cambio.

› Por José Natanson

Horacio Tarcus dirige el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierda (CeDinCi), uno de los archivos más completos de material marxista, anarquista y socialista de Latinoamérica. Doctor en historia y profesor en la carrera de Sociología, Tarcus analiza el complicado lugar de la izquierda en la era K.
–El repliegue de Néstor Kirchner al PJ, el acuerdo con Eduardo Duhalde en la provincia de Buenos Aires, ¿crean el espacio para una opción centroizquierdista?
–El aparato del PJ se reconstituyó al calor de la gestión Kirchner y volvió a tener cierta legitimidad. Estamos lejos, por ejemplo, de la impugnación al aparato del duhaldismo de hace poco tiempo atrás. Esta relegitimación del aparato del PJ operada por la gestión de Kirchner, como un líder típicamente político, no se puede desconocer. Y angosta el espacio de la transversalidad como opción política, por más que puedan producirse encontronazos entre el kirchnerismo y el aparato del PJ.
–¿Y un centroizquierda opositor, con un discurso antiperonista y antihegemónico al estilo Carrió?
–No me queda claro a dónde va Carrió. Pero sí creo que un planteo del ARI, de la CTA, de algunos sectores intelectuales, que podría convertirse en el eje de articulación de un nuevo espacio es el proyecto del ingreso ciudadano. Es un espacio de intervención interesante para la izquierda. Es una propuesta que permite desclientelizar la política, en lugar de disputar planes y entrar en esa lógica. La izquierda podría dejar de estar pendiente de los regímenes burgueses, esperando que caigan para reemplazarlos, y quizá podría elaborar una estrategia propia. El régimen capitalista no tiene una respuesta al problema de la desocupación. La perspectiva de largo plazo, si se proyecta en el futuro la dinámica capitalista, es una sociedad crecientemente dual. Ya no es la situación del ejército industrial de reserva de Marx, sino una situación estructural e irresoluble. Desde mi punto de vista, esta crisis implica una crisis civilizatoria que solamente un orden social diferente, se llame socialista, poscapitalista o de otro modo, podría resolver. Esa función civilizatoria que en algún momento tuvo el capitalismo podría ser recuperada por una izquierda que piense en términos de estos problemas estratégicos. Y una forma, aún experimental, puede consistir en ensayar políticas que vayan en camino al ingreso ciudadano.
–¿Hay algún país que tenga un ingreso ciudadano?
–No. En los países más desarrollados hay seguros de desempleo.
–Pero la desocupación y la pobreza no afectan a la mitad de la población.
–Claro.
–¿Entonces sería algo nuevo?
–Sí, lo cual no significa que esté mal. Un siglo atrás el derecho a la huelga o la jornada de ocho horas parecían descabellados y hoy son una realidad.
–¿Y la izquierda tradicional? ¿Cree que está a la altura de ese desafío?
–Yo veo tres corrientes dentro del universo de la izquierda. Por una lado, la izquierda nacional y popular, que intenta articularse con la transversalidad; la vieja izquierda populista, que recobra un nuevo aire con Kirchner, representada por el acto en el Luna Park, donde estuvieron Luis D’Elía, Miguel Bonasso y otros. Es una tradición que se remonta a figuras como Puiggrós o Abelardo Ramos y que apuesta a la unidad nacional, que tiene un proyecto, una identidad y una tradición claras. Por otro lado está la iz- quierda tradicional, del Partido Comunista, las organizaciones troskistas, el maoísmo. Sigue atada a ese imaginario de ver si éste o aquel sector troskista gana la pulseada, si la gana el maoísmo o el comunismo. Es un imaginario que sólo funciona en el marco de estas pequeñas sectas, marcado por un lenguaje que ya no habla la sociedad, en el contexto de un mundo que se derrumbó. La izquierda tradicional sigue atrapada en ese pequeño imaginario, disputando una interna que le preocupa sólo a ellos. Y algo más: tengo la impresión de que corren atrás de la inmediatez.
–Justamente lo contrario a una vanguardia iluminada.
–Sí. Es arcaico su lenguaje, su prensa, profesan un marxismo que no está a la altura de los tiempos. Yo no creo que el marxismo esté muerto, pero tal como lo plantean ellos es como hablar en latín. La izquierda no logra salir de este lugar, de esa estrategia leninista, que no se compadece con la realidad, ni de la Argentina ni del mundo.
–La sensación es que están esperando una revolución que nunca llega.
–Es una espera tensa. Y cuanto más estructurada en pequeñas organizaciones, que la sociología clásica llamaba sectas, al modo de las sectas milenaristas, más marcado es el cuadro. Las situaciones de crisis, como la de 2001, reavivan las esperanzas mesiánicas. Para ellos es el momento de decir: “Llegó lo que nosotros esperábamos y en lo que nadie creyó”. Pero ese momento ya se cerró. Kirchner, aunque a muchos no les guste, expresó una de las variantes posibles del “Que se vayan todos”. Era una consigna abierta, que podía ser significada políticamente de diversas maneras. Desde las vertientes más libertarias que fantasearon con el autogobierno hasta el kirchnerismo. Kirchner expresó una vertiente menos utópica, más realista, pero no menos efectiva, en el sentido de llevar a cabo, en muy poco tiempo, un blanqueo y una racionalización de la Corte y del sistema político. En los primeros meses de gobierno el período de crisis orgánica que se abrió en diciembre del 2001 se cerró. Estos grupos de izquierda no terminan de aceptar que el esperado argentinazo se esfumó, que una vez más se perdió una oportunidad histórica, de esas que hay pocas. No aceptan que la crisis se cerró desde el propio sistema político y siguen soñando con la vuelta al argentinazo. Sería importante aceptar que ésta es una nueva etapa, que ese momento se cerró. Esta es la segunda vertiente de la izquierda. Yo soy muy crítico de sus estrategias, pero tampoco estoy de acuerdo con esa izquierda posibilista, la franja de la intelectualidad progresista, la izquierda progresista, que se angustió con la crisis de 2001 y apostó a una rápida normalización institucional, sin ver que tenía una potencialidad para entender qué pasaba y producir transformaciones. Yo no creo en la revolución como en los ’70, en términos de asalto al Palacio de Invierno, pero sigo manteniendo el horizonte revoluciuonario como principio–esperanza. El deseo de una transformación profunda, un anhelo de cambio, me parece que es un ingrediente importante. Y en este sentido tengo más esperanza en el tercer grupo dentro de la izquierda.
–¿Cuál es?
–La izquierda emergente, los movimientos críticos a la globalización capitalista, los movimientos autonomistas, que surgen en diciembre de 2001 y trabajan en algunas asambleas, la izquierda que anima a cierto sector del movimiento piquetero, la izquierda más autónoma, más independiente, que recupera aggiornando algunos de los viejos temas de izquierda histórica. Un nuevo espíritu internacionalista, una voluntad de transformación, de movilización callejera, de discutir estratégicamente cuáles son las fuerzas en pugna, las viabilidades de intervención, la crítica al fatalismo y la naturalización de la globalización. Me parece que es una izquierda más productiva, más rica y más interesante.
–Puede ser interesante desde el discurso, pero parece difícil que se articule en una opción que dispute el poder real.
–Sí. Pero lo que menos se propone es armar una estructura político-electoral.
–¿Y es posible entonces transformar la realidad y avanzar en los objetivos declarados de la izquierda? ¿Es posible, por ejemplo, erradicar la pobreza en el conurbano sin ganarle el poder al duhaldismo? Sino, parece algo muy interesante pero totalmente abstracto.
–Admito esa dificultad. Es un pensamiento que se articula en grupos y que no se estructura en una fuerza política para postularse la disputa de un poder electoral. Es lo que pasa con Holloway: ¿Cómo es esto de hacer la revolución sin tomar el poder? No necesariamente ganarle el poder al duhaldismo implica transformar la pobreza y la desigualdad. Yo no pondría la prioridad en la necesidad de articularse electoralmente.
–¿No?
–No. En sus períodos formativos la izquierda siempre necesitó una larga etapa de acumulación político-intelectual hasta convertirse en una fuerza política. ¿Cuántas décadas tuvieron que pasar hasta que el movimiento socialista pudo constituirse en una opción electoral? Aunque es cierto que en 1896 se fundó el Partido Socialista y ya en 1904 Palacios era senador, si tuviera que hacer un paralelo histórico diría que ahora estamos en un momento como en la década de 1870 o 1880, en un período previo a la articulación de una corriente política. Había grupos, periódicas, libros, debates, hasta que un movimiento los recogió y se articuló.
–Parece algo lejano.
–Puede ser, pero tengo más esperanza en que surja una nueva iz-quierda que en una autorreforma de la vieja izquierda, que esperé mucho tiempo y que nunca se dio.

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