EL PAíS
América latina, origen y despojo
› Por José Pablo Feinmann
Hipótesis de trabajo: Se trata de ser provocativos. Insolentes. Y hasta de llevar la imaginación teórica a todos los extremos que pueda acceder. Para qué. Simple: necesitamos despertarnos nosotros. Llevamos décadas y décadas dormidos, disminuidos, convencidos desde afuera y desde adentro de nuestra insignificancia. Necesitamos despertar a los teóricos del Centro. Aquí está (otra vez) América latina. Y tiene (desde el despojo y la sangre) algo que decir. Nada menos que esto: sin despojo de América latina no habría capitalismo occidental. Somos el origen. La condición de posibilidad. El punto de partida. También lo es la praxis conquistadora europea y el espíritu fiero, rapaz y obstinadamente histórico del capitalismo. Pero el capitalismo se hizo por medio del saqueo. Y la víctima más fructífera de ese saqueo fue el Sur. La Periferia. Nosotros. No estamos volviendo a la Teoría de la Dependencia. Subyacía en ella una filosofía de la historia que no nos sirve hoy. Ya veremos por qué. Y por fin: éstas son notas. Aproximaciones. Señalamientos de trabajos futuros. Borradores. Si los publicamos así, es porque no podemos esperar. Volvió el tiempo, y es ahora.
u Indias, se llama: Capítulo I de la formidable Historia Argentina de José Luis Busaniche. (Llevo unos treinta años diciendo que es la mejor. No lo voy a decir una vez más. Aunque, en rigor, acabo de hacerlo.) Escribe Busaniche: “Desde el viaje inicial de Cristóbal Colón, hasta que finaliza el periplo de Magallanes, va dilucidándose, en un período de casi treinta años, el enigma de los primeros descubrimientos. Y el mundo asiste conmovido a la más portentosa revelación que se produjera desde la llegada de Jesucristo. ‘La mayor cosa desde la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que lo creó, es el descubrimiento de este nuevo mundo que Indias se llama’, dijo el cronista primitivo López de Gomara. Esta frase traduce el pensamiento de la Europa cristiana frente al hecho más trascendente de su historia” (Busaniche, p. 7).
Donde dice “Europa cristiana” hay que poner “Europa capitalista”. Aunque, según se sabe, algo han tenido que ver el cristianismo y la acumulación el capital. Anotemos los desbordes conceptuales, que no lo son, sino que verifican los hechos: “La mayor cosa desde la creación”, dice López de Gomara. El “hecho más trascendente de la Europa”, dice nuestro Busaniche. Nadie de los que habrán de enfrentarse seriamente al tema se atreverán a bajar el tono.
u Adam Smith, los grandes sucesos: El gran-gran teórico del capital industrial británico empieza recurriendo a la Histoire philosophique del francés Raynal para meter en clima sus propios desbordes. Confiesa (porque éstas, para nosotros, son confesiones) Raynal: “No ha habido acontecimiento tan importante para los pueblos de Europa que el descubrimiento del Nuevo Mundo y el paso a las Indias por el Cabo de Buena Esperanza. Entonces ha comenzado una revolución en el comercio, en el poderío de las naciones, en las costumbres, en la industria y en el gobierno de todos los pueblos” (Smith, Riqueza p. 556). Y Adam se larga con todo: “El descubrimiento de América y del paso a las Indias Orientales por el Cabo de Buena Esperanza son los sucesos más grandes e importantes que registran la historia de la humanidad” (Smith, p. 556). Y aparecen la vejación, la masacre, la tortura de los exquisitos europeos. Cuando la civilización mata, lo hace con más crueldad que nadie. Porque le añade a la crueldad la técnica de la crueldad. O pone la técnica al servicio de la crueldad. “En la época del descubrimiento era tan superior la fuerza de los europeos que, prevalidos de la inmunidad que ésta les confería, cometieron toda clase de injusticias en aquellos remotos países” (p. 556). Y algo más sobre el desarrollo de la industria y el comercio: “Como consecuencia de aquellos descubrimientos las ciudades comerciales de Europa (...) se han convertido en los manufactureros y comerciantes de los numerosos y prósperos colonos de América, y también de casi todas las naciones de Asia, Africa y América” (p. 557). Y el desdeñoso señalamiento al ausente pathos hispánico: “Las colonias de España dan, en realidad, mayor estímulo a la industria de las naciones extranjeras que a las suyas” (p. 557).
u Sarmiento y España: A Sarmiento no le gustaba España. Carecía de espíritu capitalista. En sus Viajes anota: “Estuve en Europa... y en España”. En Recuerdos de provincia: “Mucho se teme que trescientos años de terrífica (sic) Inquisición hayan achicado considerablemente el cerebro español”. España no tiene espíritu capitalista. Roba de América y roba para el lujo de las cortes. Es el amo hegeliano confinado a la esfera del goce. Inglaterra encarna el espíritu de la laboriosidad. Sobre todo, con los piratas. Los galeones españoles se llevaban el oro de nuestra América y Drake y Morgan y Errol Flynn se lo robaban para la corona británica. Cuando Morgan se instala como gobernador de Jamaica... ¡John Lo-
cke le escribe su programa de gobierno! “Los piratas, los filibusteros, los corsarios y los bucaneros fueron los constructores de las instituciones del capitalismo que conocemos en la actualidad” (cita que tomo del gran Enrique Silberstein, a quien las editoriales argentinas le deben una urgente reedición de su obra. A ver, muchachos y niñas: Chitarroni, Sabanes, Djament, ¿para cuándo?).
u Crónica del horror: De las Casas: ¡Hubo cierta vez un cura bueno! Tan bueno, que habría visitado y bendecido la muestra de León Ferrari. No, desde luego: no era Bergoglio, que suele merodear por las cavernas o, al menos, por su espíritu eterno en el corazón de la Iglesia. Era otro. Era Fray Bartolomé de las Casas. Quería algo imposible: que los españoles no aniquilaran más indios. Pobre, Bartolomé. Los españoles tenían todo para matar indios sin culpa. La misión de la Iglesia (o una de sus principales) es lavar las culpas de los asesinos. Los nuestros, aquí, cuando los marinos bajaban de los vuelos de la muerte les decían: “Calma, hijo mío. Has cumplido con tu misión divina. Eres parte del Plan del Señor, que es eliminar a los soldados del Demonio, que se encarnan en esos chicas y chicas que acabas, con Su aprobación, de arrojar a nuestro grande y ancho río, que crece y se dilata día a día para recibir los cadáveres de los impíos. Ve con tu familia. Reza antes de dormir. Que la culpa no se instale en tu alma. Y, sobre todo, regresa mañana”. Bien, esto lo inventaron los curas de la conquista. “Los indios no tienen alma, hijo mío. No son seres humanos. Son salvajes sin Dios. Tu misión es divina. No matas a un ser humano cuando matas a uno de ellos. Matas una cosa. Una excrecencia de la naturaleza. Y posibilitas la grandeza de España y la fe católica que estos irredentos rechazan. Sigue con la Cruz. Y, sobre todo, que no se detenga tu Espada. Ni ante hombre, ni ante mujer, ni ante niño. Dios te mira y aprueba. Es por Su grandeza que matas.”
Entonces, el bueno, inusual, insólito Fray Bartolomé de las Casas (14741566) cita un sermón arrasador del padre fray Antón Montesino (es cierto: entre tanta inmundicia hubo siempre un par de tipos buenos, pero ¡qué pocos!; si hubiera habido más, no habría existido el capitalismo). Montesino, estremecedoramente, dice: “Todos estáis en pecado mortal por la crueldad que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derechos y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestosindios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas con muertes y estragos nunca oídos?” (De las Casas, Historia de las Indias). Y sigue: “Esos, ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales?”. Entre nosotros, el mejor teórico del horror, Ramón Camps, dijo muy claramente: “Nosotros no matamos personas, matamos subversivos”. Esta es la lógica profunda de todo genocidio. Expulsar al condenado a la masacre de la condición humana. Algo más: “Estragos nunca oídos”, dice Montesino citado por De las Casas. ¿Eso hizo el surgiente capitalismo en América latina en busca de su acumulación originaria? Preguntas incómodas: ¿por qué sería tan subversivo hacer una película sobre estas matanzas? ¿Por qué Hollywood jamás la haría? ¿Por qué Spielberg no hace una peli sobre De las Casas? ¿Por qué es, en cambio, tan razonable, aceptado, justo filmar a Schindler y su lista? ¿Por qué sufrimos tanto por el Holocausto (por el cual pienso seguir sufriendo mientas viva) y nadie recuerda el genocidio americano que, según se estima, se llevó cincuenta millones de almas, por lo bajo?
Eduardo Grüner trabaja estos temas con tanta obsesividad como yo, o más. Mejor así. Esta no es la tarea de uno. Esta es una tarea de latinoamericanos en una hora en que acaso vislumbramos una hendija, una pequeña luz. Dice Grüner: “Desde un punto de vista macrocultural e histórico-‘filosófico’, significó que en una dimensión decisiva el capitalismo (y más ampliamente, Occidente) fue (y es) lo que fue (y es) gracias a la explotación de lo que más tarde dio en llamarse el tercer mundo o la periferia” (texto aún inédito). Y algo más: Occidente es “lo Mismo que se define como tal a partir de su expulsión ideológica de lo Diferente, el ‘Uno’ a partir del cual hay un ‘Otro’, como si ese Otro no hubiera hecho de él el Uno que pretende ser” (texto inédito).
Y dejamos a Marx para otra ocasión. En suma, somos el origen y la condición de posibilidad del capitalismo en tanto despojo. Hay un centro porque (antes y como requisito) fue saqueada una periferia, que lo fue a partir del asalto del centro. Ahora América latina ya no se acepta como lo Otro de la Mismidad Occidental globalizadora. Buscará su Centro. Y desde ahí dirá sus palabras del porvenir. Al menos, ése es el pro-yecto.