EL PAíS
› HOMENAJE DE LA AMIA A LOS 1900 DESAPARECIDOS DE ORIGEN JUDIO
“Posiblemente tardío, pero es justo”
Por primera vez una entidad oficial de la comunidad judía rindió homenaje a los secuestrados y permitió en pleno recinto de la AMIA una crítica abierta por la actitud ante la dictadura. Kirchner dijo que pedir justicia y memoria “no divide a la Argentina”.
› Por Martín Granovsky
El cielo estaba muy azul, todavía, poco antes de las ocho, cuando León Gieco recordó que “todo está clavado en la memoria/ espina de la vida y de la historia”. Pero aún no había oscurecido y desde la plaza seca de la AMIA, el gran patio de Pasteur 633, en el nuevo edificio levantado en las ruinas de la bomba de 1994, podían verse las siluetas de vecinos en sus balcones. Miraban un espectáculo insólitamente tardío, o afortunadamente oportuno, que cualquier interpretación vale. Por primera vez una de las instituciones oficiales de la comunidad judía rendía homenaje a los 1900 desaparecidos de origen judío secuestrados por la dictadura militar.
Lo dijo el presidente de la AMIA, Abraham Kaul, que no iba a dar un discurso pero sí lo dio. Kaul dijo tres cosas. Que era el primer homenaje oficial comunitario “a todos los desaparecidos de la dictadura militar, y a los judíos, que fueron torturados un poco más”. Que el homenaje era “posiblemente tardío, pero justo y necesario”. Y que, por favor, “nunca más placas recordatorias por la pérdida de vidas humanas”.
Gieco cantó La memoria y Kaul dio sus tres mensajes cuando ya habían llegado el presidente Néstor Kirchner y la senadora Cristina Kirchner, y también el jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra. Kirchner e Ibarra hablaron. No pronunciaron discursos, pero estuvieron, entre otros funcionarios, Felipe Solá, Carlos Kunkel, Jorge Taiana, Guillermo Oliveri y Eduardo Duhalde, el secretario de Derechos Humanos, y el embajador israelí, Rafael Eldad.
Ibarra dijo que era un día de “recordación, homenaje y bronca”, y personalizó las dos primeras en Franca Jarach, compañera suya en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Definió su alianza con el vecino de Plaza de Mayo al decir que se sentía “orgulloso de estar junto a un Presidente de la Nación que puso el tema de los derechos humanos donde muchos parecía que lo habían olvidado”.
“Este también es un día de luz, de esperanza”, dijo el jefe de Gobierno, que sabía que los judíos iniciaban anoche Jánuca. La fiesta recuerda la victoria de los macabeos sobre los griegos, y para no olvidarla se enciende una vela. Le tocó encenderla a Kirchner, que antes se puso una kipá blanca para ese instante sagrado. Lo acompañó Jorge Kirzembaum, el presidente a cargo de la DAIA, en un gesto acotado y digno de la Florencia de los Medici: Kirzembaum, así, sólo participó en el acto como judío, pero no tuvo derecho a hablar en nombre de la DAIA sobre el silencio de la entidad durante la dictadura (ver también nota aparte).
El rezo fue de Daniel Goldman, rabino de Bet El. “Sería correcto pensar en la memoria como un milagro, pero lo que lleva al milagro es la verdad y la justicia, y eso sí que no es milagro, es tarea de todos”, dijo.
Kirchner descubrió un altorrelieve de Sara Brodsky, madre de Fernando, desaparecido hace 29 años. “Nos prohibieron nuestra mirada de padres, nos prohibieron ver crecer a nuestros hijos”, dijo Sara.
El Presidente, que no leyó ningún texto y habló en un registro suave y coloquial, hizo una reivindicación generacional que pareció subrayar más el trabajo político que a la lucha armada de los ’70. “Cuando estamos con Estela y las Abuelas veo a los que militaban horas y horas en las universidades, en los barrios. Es difícil volver a creer, a soñar, a amar, a pensar que se pueden hacer cosas distintas después de la tremenda derrota que sufrió el pueblo argentino. Pero un país puede resurgir de la sangre, la tortura, las desapariciones, y volver a creer.”
“No soy neutral”, dijo también Kirchner. “No vengo a mezclar todo. Yo también milité como ellos. Yo también creía y creo que la Argentina puede cambiar, y por eso no dudo en recorrer cada lugar para levantar una placa por los amigos, por los que conozco y por los que no conozco. Para mí, estar acá como Presidente es una obligación moral, política y constitucional. Estoy como amigo, como hermano y como hijo.”
En el mensaje, Kirchner criticó el reciente fallo de la Cámara Federal de San Martín, que declaró la constitucionalidad de la Obediencia Debida y el Punto Final. “Jamás en mi vida apunté a generar hechos que dividieran a la sociedad argentina, pero apelar a la justicia y la memoria no es dividir, es unir a la sociedad argentina.” Antes, en otro pasaje, el Presidente había dicho que durante la dictadura el problema de la sociedad no fue que “se tratara de malas personas, sino que el terror afectó a todos de manera diferente”.
“Lo peor no es la maldad de los malos sino el silencio de los buenos”, había dicho unos minutos antes un familiar de los desaparecidos judíos, Marcos Weinstein, que comparó la actitud de la DAIA en la dictadura con “la valentía y la ausencia de prejuicios” de Kaul.
Rosa Roisinblit, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, se preguntó si cometió “un error al pensar que la comunidad judía podía ayudarme, o se equivocaron los dirigentes de la comunidad judía al pensar que separándose de la ayuda estaban defendiendo a la judeidad de los ataques de la dictadura”. Roisinblit elogió a Kirchner en tono de idische mame: “De este gobierno tenemos apoyo como nunca tuvimos. Después, no sabemos. Por eso, ahora hay que aprovecharlo”, dijo como una buena madre judía, aunque paradójicamente adjudicándole ese papel a otra persona. Al final hizo reír con su agradecimiento a la AMIA actual y a su comisión de cultura. “Me agasajan, me nombran, me elogian, me miman... ¿Dónde estás, Moishe Korín?” “¡Acá estoy, atrás!”, gritó Korín, director de Cultura de la AMIA, desde abajo del escenario. Cerca lo tenía a Daniel Tarnopolsky, el que el hizo pagar a Emilio Massera el daño civil de su familia desaparecida.
Cerró Víctor Heredia. Y así como habían recitado La memoria de Gieco, todos cantaron Todavía cantamos, incluida una Cristina Kirchner moviéndose, ya debajo del escenario. Ese edificio de bloques y líneas rectas, moderno a la fuerza por la bomba del ’94, alberga desde ayer una placa que no tenía desde 1976, puede tener a un Moishe Korín organizando cursos y parece traslucir un esfuerzo de reconstruir la vida cotidiana. Si los oradores hubieran podido darse una vuelta por el restaurante, habrían visto la oferta de knishes con ensalada. Y en el hall habrían obtenido información de que el acto remató un día con cursos sobre música y, obvio, sobre cocina judía.
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