Sáb 11.12.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Resplandores

› Por J. M. Pasquini Durán

Otro de los miedos heredados del infame período (1989/2002) comienza a derrumbarse. Ese miedo a perder el empleo que paralizó la capacidad de lucha de muchos trabajadores, pese a la cancelación de derechos que regresó las condiciones laborales a las primeras décadas del siglo XX, convirtiendo a cada empleado en un sujeto inerme que podía ser sometido a casi cualquier cosa. Estabilidad precaria, jornadas interminables, salarios de hambre, millones de puestos de trabajo perdidos, empresarios de la producción quebrados o devenidos importadores o rentistas, capitalismo prebendario, servicios privatizados, expropiación salvaje de los ingresos del sector del trabajo, absoluta hegemonía de las prepotentes leyes del mercado... el recuento se vuelve inagotable y agobiante, aunque siempre necesario para no olvidar. La decadencia nacional vomitó pobreza y exclusión en millones de hogares, condenándolos a la soledad y el desamparo.
Los burócratas tradicionales del sindicalismo, por una espesa madeja de motivos que merecen un debate aparte, se dejaron llevar por la correntada de la regresión neoliberal, aferrados a sus poltronas, buena parte sin principios ni escrúpulos. Abandonaron a las bases a su mala suerte y el que se quedaba sin empleo también perdía la afiliación gremial. La CGT, lo mismo que las asociaciones empresarias, todavía le deben a la sociedad una revisión autocrítica de sus conductas y la consiguiente renovación depuradora de sus cúpulas, del mismo modo que se les exige a los partidos políticos. Lo acepten o no, por acción u omisión, no fueron víctimas de la depredación sino cómplices y, en algunos casos, hasta con gozosa entrega.
No todos, por supuesto, merecen caer en la volteada. Durante los años de espantosa pasividad, algunos se mantuvieron en la barricada. Entre ellos se destacaron estatales y docentes que defendieron sus reivindicaciones y contribuyeron, además, a la formación de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), manifestación de rebeldía y propuesta de alternativa autónoma de la burocracia. Por otros impulsos, con idas y vueltas, la división de la CGT en dos núcleos también expresaba las contradicciones emergentes de aquellas complicidades.
Una mención destacada merecen los que la prensa, por comodidad de lenguaje, llamó piqueteros, pero que son en realidad el recurso orgánico de centenares de miles de desocupados que no se resignaron al abandono de sus gremios y se dispusieron a crear un espacio propio de protagonismo social. ¿A medida que recuperen empleos legítimos, regresarán a sus gremios convencionales? Dependerá de la capacidad de esos sindicatos para contenerlos, pero en los últimos tiempos se están creando nuevos lazos, en andariveles de compromiso diferente, con sus organizaciones “piqueteras”, lanzadas algunas al ruedo de la competencia política directa. La FTV de Luis D’Elía participará hoy, junto a otras formaciones minoritarias, en el intento de crear una tendencia pro-gubernamental, mientras Barrios de Pie, guiado por Patria Libre, se integró a los cuadros de gobierno en 17 provincias, y el Polo Obrero, orientado por el PO, promueve la candidatura a diputado nacional de Néstor Pitrola.
Recientes conflictos en ferrocarriles, subterráneos y telefónicas ampliaron el cuadro de lucha y, en cierto modo, parecen marcar el fin de la dominación por el miedo. Los liderazgos sindicales que emergen son, a simple vista, distintos de los tradicionales. Por lo pronto, están fragmentados por sus definiciones ideológico-políticas pero unidos en un programa de demandas y de acción, de manera que la pluralidad los fortalece en lugar de debilitarlos. La prueba fue evidente en telefónicos, en cuyo liderazgo hay referentes de la CGT conducida por Hugo Moyano y de la CTA de Víctor De Gennaro. En este como en los otros gremios en pelea hay que anotar también la presencia destacada de adherentes a partidos de izquierda y, lo más notable, es que el método de decisión se basa en la consulta permanente con la asamblea de base, un retorno a los remotos orígenes del movimiento obrero pero, a la vez, desde el moderno contexto de la democracia participativa. Una señal para toda la sociedad y una referencia indispensable para el sindicalismo, de aquí en más.
Los sucesivos gobiernos republicanos, a partir de 1983, tuvieron actitudes diversas frente al viejo gremialismo, pero ninguno de ellos logró hacer efectivas prácticas democratizadoras que han sido reconocidas por la ley internacional. Después de un intento fallido para quebrar el poder de las estructuras sindicales fundadas por Perón a fines de los años ’40, la administración de Raúl Alfonsín entregó el control del Ministerio de Trabajo a la burocracia cegetista, pese a lo cual soportó una ofensiva opositora con una docena y media de huelgas generales durante el sexenio interrupto. Carlos Menem la cooptó para su conversión a las doctrinas del neoliberalismo, en el supuesto de que si Perón viviera sería conservador, pero en nombre del “mercado” les quitó la función y el membrete de “columna vertebral del Movimiento”. De la Rúa, como en tantos otros rubros, no supo qué hacer con la CGT, salvo detestarla desde el antiperonismo, y los sucesores ni tuvieron tiempo, en medio de la crisis de los años 2001/02. Por su parte, en esas circunstancias los trabajadores estaban tratando de sobrevivir de alguna forma. Con Eduardo Duhalde nació la política de subsidios como una manera de prevenir la piromanía por desesperación extrema.
El actual gobierno reconoció a la CGT, sobre todo después de la reunificación que colocó a Moyano como su interlocutor, pero la dejó en la categoría subalterna que le dio Menem, decidido a que la acción social, la promoción del trabajo y la recuperación salarial fueran beneficio político exclusivo para la construcción de poder del presidente Néstor Kirchner. Así, reconstituyó el Consejo Nacional del Salario, pero los aumentos generales sigue disponiéndolos por decreto presidencial, como el que otorgó esta semana y que regirá a partir de enero próximo. Reconoce la existencia de la CTA, pero mantiene intacta la legislación que sustenta a las viejas burocracias. Dialoga con los piqueteros, pero no hace caso a los pedidos de amnistía para los miles de juicios a militantes sociales en todo el país. Se negó a reprimir las manifestaciones callejeras y está dispuesto a intervenir, como lo hizo en los recientes conflictos, para mantener hasta donde sea posible el orden social. Eligió, además, mejorar los ingresos del sector laboral usando la excepcional situación de recaudación fiscal, pero mantiene el esquema estructural del injusto mecanismo de distribución de ingresos.
Desde sus respectivos puntos de vista, tanto para el Gobierno como para la CGT, el nuevo sindicalismo expuesto en las últimas semanas –¿embrión quizá de un fenómeno más amplio?– produce resplandores de advertencia. Lo cierto es que algo distinto, renovado, un aire nuevo comenzó a circular desde las bases del movimiento obrero (lástima por aquellos que vendieron los manuales sobre las clases sociales pensando que ya eran inútiles por anacrónicos) y habrá que esperar para saber hasta dónde llegan esos vientos. Igual que todos los procesos de renovación en democracia, si éste es el caso, será más lento y dificultoso de lo que espera el optimismo voluntarista, pero tal vez más rápido de lo que presumen los conservadores que ya comenzaron a dar voces de alarma, como si la huelga fuera un elemento anormal, casi blasfemo, de la libertad.
Este argumento de la blasfemia, utilizado estos días para diversas ocasiones y temas, muestra que lo viejo nunca está dispuesto a ceder posiciones sin resistirse. Las voces eclesiásticas se levantaron contra una exposición del plástico León Ferrari con argumentos salpimentados, pero en realidad es la anacrónica idea eclesiástica que presume de tener absoluta autoridad de control sobre la cultura de la sociedad y, en definitiva, a la manera del añejo presupuesto de los militares que se atribuían un destino manifiesto, las autoridades de la Iglesia Católica encuentran en el espejo la imagen de cruzados paternalistas que deben guiar al pueblo como rebaño en lugar de aceptarlo como pluralidad en comunión. Ayer, con ese mismo fundamento, grupos de choque cobijados bajo la cruz y alentados por el discurso clerical pretendieron impedir una conferencia de la médica holandesa que forma parte de la tripulación del barco de esa nacionalidad que practica abortos en aguas internacionales a las mujeres que lo deseen, con el derecho que les otorga a las pacientes la propiedad privada de sus cuerpos. Aunque, según se puede deducir sin mucho esfuerzo, la propiedad privada sólo vale cuando se trata de impedir que los trabajadores luchen por sus derechos. Para disimular su condición, la intolerancia fabrica argumentos cuando no los tiene, pero la historia enseña que podrá atrasar el reloj pero no puede impedir que el tiempo avance. Así sea obvio: la historia continúa, no terminó ni terminará en ninguna estación prefabricada.

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