EL PAíS
Nuevas voces acerca del arte y la intolerancia
Artistas plásticos, músicos y organismos de derechos humanos se autoconvocaron para realizar hoy a las 18 en el Centro Cultural Recoleta un abrazo solidario a la muestra de León Ferrari, que fue clausurada por la Justicia. El Gobierno de la ciudad de Buenos Aires apelará la medida que provocó el cierre de la exposición. Aquí
sigue el debate.
Alicia Oliveira *.
Una respuesta en la poesía
Buenos Aires se encuentra, hoy, envuelta en una polémica sobre el arte y los íconos del cristianismo. La discusión parece tener un margen estrecho. Suena a dicotomía falsa. Si estás a favor de la muestra de León Ferrari sos progresista. Si no, pertenecés a la ultraderecha católica.
La vida suele ser más compleja que estas dos posiciones irreconciliables. Fue en la poesía donde encontré la respuesta. En un verso de Federico García Lorca en el que describe una fiesta gitana reprimida violentamente por la Guardia Civil española.
Dice el poeta:
“La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa,
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.”
Relata, posteriormente, la llegada de la guardia civil y la masacre contra los gitanos. Y agrega en los últimos versos:
“En el portal de Belén
los gitanos se congregan,
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura los niños
con salivillas de estrellas”.
La devoción de García Lorca es evidente. Su mirada sobre la Sagrada Familia era de amor y no de odio. En el año 1936 fue asesinado por grupos fascistas que lo condenaron por ser “rojillo” y homosexual. Fue una víctima más de la intolerancia de los que dividen el mundo en dos.
Yo pienso como el poeta, aunque no sepa expresarlo como él. Con sus palabras pude evadir la autocensura que la irracionalidad pretendió imponerme.
* Ex encargada de derechos humanos de la Cancillería.
Eduardo Grüner *.
Clausurar el debate
Ningún acto de censura permite discutir el fondo del problema, en todo caso sirve para desviar lo que podría tener de interesante el debate.
Hay un gigantesco malentendido en todo esto, personalmente creo que el arte de León Ferrari es profundamente religioso en el mejor sentido del término, es decir en aquel sentido que es capaz efectivamente de llevar su interés por el tema hasta la puesta en cuestión de lo que históricamente se ha hecho con eso, ahora en el peor sentido del término.
Cerrar la muestra es sencillamente dejar a la sociedad argentina sin la posibilidad de discutir, de debatir en profundidad un tema que sería extraordinariamente interesante. Clausurar la muestra es el producto de una gigantesca hipocresía porque históricamente el arte, incluido el arte religioso o de significación religiosa (que no siempre fue igual, sino que también está sometido a los cambios históricos), siempre se ha destacadopor no privarse de hablar de ningún tema. La necesidad de la existencia misma del arte es esa.
En toda sociedad, en toda cultura hay obscenidades en el sentido de aquello que no debería mostrarse y se muestra igual, que imponen límites por diversas y complejas razones, pero eso no puede ser un a priori ni de una decisión judicial ni mucho menos de ciertos sectores que se sienten atacados. Puedo comprender que haya sectores que se sientan atacados, menoscabados en sus sentimientos religiosos, morales o lo que fuese. Pero no es esta la manera de procesarlos, porque la Iglesia no es víctima en todo esto, la Iglesia es un factor de poder muy importante y como todo factor de poder tiene estar preparada para recibir críticas.
* Ensayista.
Herman Schiller *.
La DAIA y la Iglesia
Buena parte de los judíos argentinos están indignados de la genuflexión que acaba de revelar la DAIA al correr a coincidir con la Iglesia en contra de León Ferrari.
El gran artista plástico no dijo nada más que la verdad respecto al antisemitismo eclesiástico porque históricamente ha sido en nuestro país un factor de hostilidad hacia la comunidad judía.
El la década del ’30, frente al avance arrollador de Hitler y Mussolini, el credo oficial de nuestro país apostó muy fuerte a las “potencias nacionales” que estaban “poniéndole coto a la peste judeo-bolchevique”, según lo expresara Criterio, semanario oficioso de la Iglesia que dirigía monseñor Gustavo J. Franceschi. Otras publicaciones, como los diarios El Pueblo y El Crisol y la revista mensual Sol y luna, también apoyaron fervorosamente al fascismo y al nazismo. Y un escritor católico como Ramón Doll, que también consideraba que “la subversión comunista emanaba de la matriz judía”, solía alertar sobre la “sífilis judaica”, expresión que utilizó, por ejemplo, en el libro Hacia la liberación, publicado en Buenos Aires por la Editorial del Renacimiento en 1939.
La Iglesia y el antisemitismo durante un largo trayecto fueron sinónimos, al punto que en 1940 la iglesia del Socorro, mientras avanzaba una larga columna nazi que había partido de Santa Fe y Callao rumbo a la Plaza San Martín entonando el clásico “haga patria, mate a un judío”, hizo repicar las campanas en señal de adhesión.
Esta manifestación, organizada por bandas de choque fascistas como Restauración, Afirmación argentina y, sobre todo, la Alianza Libertadora Nacionalista, tuvieron un inequívoco apoyo de la Iglesia a través de curas como Virgilio Filippo y Julio Meinvielle. Este último, autor del libro El judío en el misterio de la historia (que siempre contó con la aquiescencia de la Iglesia oficial) se convirtió veinte años después en ideólogo de grupos nazis como Tacuara y la Guardia Restauradora Nacionalista.
El tiempo y la derrota del Tercer Reich en Europa hicieron morigerar estas posiciones. Eso es cierto. pero la Iglesia nunca pidió perdón a sus víctimas (más aún, actualmente no pocos curas continúan con sus prédicas prejuiciosas desde los púlpitos) y básicamente sigue siendo la misma, más allá de las actitudes parciales correctas que han tenido algunas fuerzas cristianas progresistas.
Antes del derrumbe del Holocausto las masas judías de la Polonia progromista solían calificar con el vocablo irónico de “shtadlaním” (en hebreo, condescendientes con el poder) a aquellos dirigentes comunitarios judíos proclives a arrodillarse incondicionalmente ante los factores del Estado para mantener sus posiciones. La misma expresión le cabe hoy a una institución como la DAIA, que lo único que hace es ser coherente con su prontuario.
* Periodista.
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