Mar 28.12.2004

EL PAíS  › OPINION

El infierno y lo que es del César

› Por Mario Wainfeld

“El Vaticano impone mucho respeto a la gente. Entre sus riquezas mundanas y sus listas de castigos eternos, el visitante se siente empequeñecido. Los castigos excesivos que prescribía la Iglesia y sus riquezas excesivas eran en realidad complementarios. Sin el infierno, esas riquezas hubieran parecido un robo.”
John Berger, El tamaño de una bolsa.

El caso León Ferrari, ya es sabido, no es para la jerarquía de la Iglesia el caso León Ferrari sino el leading case de una disputa más vasta. Se inserta en el cenagoso terreno de la relación entre Iglesia y Estado, en el que la cúpula eclesial se percibe a la defensiva y hasta atacada. Y, aunque recibe mandobles como el fallo de ayer, todo indica que ha resuelto contragolpear.
Importantes sectores de la jerarquía juzgan que existe en el mundo “un proceso de descristianización” que consideran deliberado y peligroso. Como avanzada de esa tendencia –cuenta un conspicuo integrante del Ejecutivo baqueano en alfombras episcopales– denuncian al gobierno español encabezado por José Luis Rodríguez Zapatero, que tiene un marcado tono laicista y arrancó con la legalización de las uniones civiles entre homosexuales. La buena onda que se prodigan los hombres del PSOE con los moradores de la Casa Rosada es vivida con incomodidad, comenta el interlocutor de Página/12.
La descristianización tendría otra punta de lanza en Estados Unidos, donde proliferan denuncias de excesos o abusos sexuales contra sacerdotes católicos. Como suele ser usual en el Norte, algunas fueron seguidas de juicios coronados por indemnizaciones siderales que fondearon las arcas de algunos obispados. Para muchos de los hombres de la Iglesia, nada de eso es casual ni inocente.
La progresiva laicización de la sociedad argentina, inevitablemente, es leída dentro de ese contexto de cerco internacional. La ampliación de los marcos de debate público y aun legal de uniones civiles, salud reproductiva, educación sexual en las escuelas y hasta aborto es concebida como una amenaza.
Y la respuesta viene llegando. Paso a paso, como predicó el profeta Merlo. Un importante integrante de la jerarquía vaticana, el obispo Renato Martino, presidente del pontificio Consejo Justicia y Paz, estuvo hace un mes de visita en la Argentina y cruzó muy duramente al ministro de Salud, Ginés González García, un abanderado de la ley de salud reproductiva, cuando éste propuso la despenalización del aborto. El “enojo” que, según sus palabras, tuvo Martino aminoró cuando el presidente Néstor Kirchner se pronunció como contrario a la despenalización.
No fue ésa la primera andanada “temática” directa que recibió el Gobierno de parte de la Iglesia. Página/12 ya comentó hace meses que el obispo Jorge Casaretto hizo fuerte (y eficaz) lobby para evitar que el gobierno nacional repartiera anticonceptivos a través de la estructura del plan Remediar. Casaretto, quien presionó directamente al ministro de Salud valiéndose de las conexiones de Caritas con organismos internacionales de crédito, es considerado un obispo moderado y hasta progresista.
El color púrpura y la Rosada
Dos integrantes del gabinete que tienen buen y cotidiano diálogo con la jerarquía de la Iglesia rehúsan caracterizarla como opositora o de derecha. “Su actitud” –contemporizan– “es de autonomía y cooperación”.
Incluso señalan al arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy en el centro de la tormenta, como un hombre de diálogo. “Al fin y al cabo –resalta uno de sus contertulios oficiales– es ‘peruca’.”La supuesta afinidad del primado de Buenos Aires con Guardia de Hierro es leída por los funcionarios como propiciadora de códigos comunes.
Así las cosas, la ofensiva de Bergoglio contra Ferrari es interpretada por los especialistas oficiales como consecuencia de una interna de la Iglesia. “Bergoglio viene siendo cuestionado por la derecha de la Iglesia por ser demasiado conciliador con el Gobierno. Lo venían castigando por callar demasiado. Alguna publicación cercana a Héctor Aguer lo apodó ‘el arzobispo del silencio’”. A estar a esa lectura, Bergoglio fue empujado por sus pares a cuestionar la muestra de Ferrari para no quedar como medroso.
Aguer, el sonado fiador del banquero Francisco Trusso, sí es sindicado como un puntal de la derecha eclesiástica. Los más conocedores añaden que también se tironea a Bergoglio desde más cerca. “Guillermo Marcó –clasifican en Gobierno al vocero de Bergoglio– es un poco talibán.” Un poco talibán. Sic.
Respecto de las autoridades católicas de Córdoba, los expertos del Gobierno se hacen menos ilusiones. Cierto es que quienes avanzaron contra el intendente Luis Juez fueron integristas, que tienen su peso en la provincia. Pero la jerarquía local no les va muy a la zaga, pues perdura la fuerte influencia de Raúl Primatesta, puntal de los sectores reaccionarios.
Entre los cortinados, azuzando a la derecha y a los tibios, el oficialismo entrevé la silueta intrigante del “obispo” Esteban Caselli, secretario de Culto durante el menemismo, un abanderado impenitente de causas impresentables.
Por quién doblan las campanas
Desde que desembarcó en la Casa Rosada, el presidente Néstor Kirchner hizo un culto de demostrar que había cambiado la relación entre el poder político y las corporaciones. Más distancia, menos trato cotidiano, una línea tajante separando las respectivas atribuciones y competencias. La jerarquía eclesiástica registró el giro. “No les gusta, pero aceptan que son las reglas de juego”, explica uno de los funcionarios acostumbrado al diálogo con la cúpula eclesial. De cualquier modo, reconoce que hay delicadas quejas porque Kirchner es más proclive a reunirse con integrantes de la comunidad judía que con los de la católica. No es que se opongan a que Kirchner dialogue con “la colectividad”, máxime si uno de los puntos de acercamiento es la búsqueda de verdad en el atentado a la AMIA. Pero, agrega comprensivo el funcionario, “los obispos verían con agrado recibir un trato, si no privilegiado, igualitario”.
La Iglesia, aun en sus argumentos acerca de la muestra de León Ferrari, reclama igualdad, no discriminación. Pero sólo un ciego no repararía que la mueve el recuerdo de mejores tiempos, no tan remotos, donde lo suyo era la hegemonía cultural y un maridaje fenomenal con el Estado. Ese fuego, en consonancia con tendencias epocales, se viene extinguiendo pero conserva sus cenizas. Los capellanes castrenses, rémora del pasado más ominoso, siguen percibiendo sus sueldos del Estado nacional.
El caso León Ferrari, queda dicho, no es el caso León Ferrari. Como en la cita de Berger que encabeza esta nota la polémica sobre el infierno es funcional a cuestiones bien terrenas. Lo que se discute hoy y aquí no es el infierno en la vida eterna sino parte del poder en este valle de lágrimas. Consiguientemente el campo de batalla no son exclusiva ni principalmente los tribunales. Ni los distritos transversales, donde se polemiza acerca de la relación entre libertad, cultura y espacio público.
El gobierno nacional, que hace un culto de mostrarse prescindente respecto de los poderes corporativos, debería saber (quizá sabe) que lo que viene ocurriendo es el primer paso de una saga que será larga. Y que, cuando doblan las campanas de la Iglesia (así sea en las capitales de la nación o de Córdoba) están doblando por él.

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