Dom 28.04.2002

EL PAíS  › PEQUEÑOS EMPRENDIMIENTOS PARA FABRICAR LO QUE YA NO SE PUEDE IMPORTAR

Los empresarios de la devaluación

Unos se pusieron a hacer pañales. Otros, unas gomas para bateristas. Los más se dedican a recargar cartuchos para impresoras. Son los nuevos emprendimientos para sustituir importaciones. O cómo zafar de la crisis con ingenio.

“Siempre nos mantuvimos con imaginación y trabajo. Es que si no te manejás así en este país, te hundís y no salís más.” Firma: Jorge, de 56 años, nuevo productor de breteles. “Te podrán acorralar la guita, pero las ideas siempre quedarán”, reinterpreta más poético Marcelo, desde hace un mes especializado en pañales para bebés. Ambos, uno con más experiencia en el ámbito de la producción, el otro con menos, representan dos casos de los tantos que, a base de ingenio, se suman a los nuevos microemprendimientos argentinos. Son hombres y mujeres que decidieron apostar a la producción local aprovechando la escalada del dólar y las consecuentes dificultades para importar productos tan simples y necesarios como pañales descartables, guantes para médicos o cartuchos de tinta para impresoras. A continuación, algunos ejemplos relevados por Página 12 de quienes, si bien no se animan a definirse como visionarios, sí hacen gala con orgullo de su olfato para captar por dónde pasa la “demanda posdevaluación”.
Pablo Rovner tiene 30 años, es músico, guitarrista, aunque también estudió batería y percusión. Junto a su amigo Gerardo Traverso, de 26 y también músico, idearon una serie de productos con los que hoy se hacen un lugar en varias casas de música de la Capital Federal. “Son gomas de práctica para bateristas que imitan el rebote del parche en forma silenciosa. Pueden ponerse sobre los cuerpos del instrumento o acomodarse en las rodillas, o sobre una mesa. Eso permite ensayar en cualquier lado los ejercicios de adiestramiento muscular que requiere la batería”, explica Pablo. La idea de producir las gomas para practicar empezó a ponerse en marcha hace seis meses, con la percepción de que las condiciones del mercado local podrían cambiar en un futuro próximo. “Aunque no imaginábamos esto”, dicen los amigos en alusión al dólar a más de tres pesos.
Los jóvenes utilizan un pequeño taller ubicado en el barrio de San Cristóbal, en la Capital. “Era una vieja casa chorizo de mis viejos, con dos habitaciones en las que instalamos las máquinas de corte de la madera y el caucho y la de pintura”, comenta Gerardo, el más imbuido en el área manual de la pequeña empresa. Las cuatro máquinas que tienen costaron dos mil pesos/dólares: “Las compramos apenas unos meses antes de la devaluación, por lo que la inversión fue redonda.” Sobre la marcha del negocio, Pablo detalla: “Empezamos a comercializar las gomas justo en enero, en medio de la locura, y hoy ya estamos en las vidrieras de los principales comercios”. Es que la competencia de los importados no los afecta demasiado: mientras que sus productos se venden a precios que oscilan entre los 20 y los 30 pesos, los extranjeros cuestan 30 dólares, “dos, tres y cuatro veces más de lo que se vendían hace medio año”. Sin embargo, ellos reconocen que la fluctuación del dólar en algún punto también los perjudica: “Uno de los insumos principales que utilizamos es el caucho proveniente de Asia, por lo que el esfuerzo por mantener el precio de los artículos para que las ventas no disminuyan significó una caída importante de las ganancias”.
Similares diferencias relativas en los precios son las que permitieron a los hermanos Ricardo y Jorge M. poner nuevamente en actividad su pequeño taller de producción de plástico ubicado en Villa Ballester, en el noroeste del conurbano bonaerense. “No es que hubiésemos parado del todo la actividad, pero con el 1 a 1, la competencia extranjera nos tenía muy a maltraer y los clientes escaseaban”, cuenta Ricardo. Hasta hace poco tiempo, los hermanos, ambos mayores de 50, desarrollaban cintas transportadoras y correas para fábricas utilizando como insumo básico el poliuretano, “un plástico térmico que importamos de Europa o Estados Unidos”. Pero en enero, el pedido de un cliente “importante” los llevó a modificar sus máquinas para dedicarlas a la producción de breteles “para ropa interior femenina y trajes de baño”. “Desde jóvenes, siempre nos dimos maña con los fierros, y, utilizando nuestro ingenio, no nos fue muy difícil construir aparatos que adaptaran las dos máquinas que tenemos a las exigencias de nuestro nuevo cliente”, explican.
Hoy, mientras Ricardo y Jorge venden sus mercancías a casi 50 centavos por unidad, los precios de los artículos foráneos no bajan del peso con cincuenta. “Aunque la ganancia sigue siendo baja, porque el precio del poliuretano se nos triplicó, la demanda se intensificó y ambos podemos vivir de nuestro trabajo”, aseguran.
Marcelo R., con sus 30 años, es otro de los que intenta hacerse un lugar al ritmo ascendente del dólar. En las últimas semanas, decidió comprar dos máquinas para fabricar pañales, “aprovechando que los de marca están carísimos y que la gente busca lo más barato”. Para desarrollar el producto, Marcelo necesita adquirir varios insumos: plástico, elásticos, algodón, cinta de pegar y un gel especial que encapsula líquidos. “De todos ellos sólo el gel se importa, pero puede que en poco tiempo consiga autoproveérmelo con la ayuda de una amiga bioquímica que está estudiando cómo crearlo en laboratorio”. Si así sucede, sus precios serán un “30 o 40 por ciento” más baratos que los de marca, que ahora ya superaron los 60 centavos la unidad.
Sobre la distribución del trabajo en su empresa, Marcelo detalla: “Yo me encargo de la parte administrativa y de promoción y mis hermanas manejan las máquinas. Ellas hicieron un curso ofrecido por quienes nos vendieron los aparatos, así que formación no les falta”. Por ahora, el emprendedor de Caballito, que además trabaja como inspector de Rentas, se dedica a comercializar sus pañales en su barrio y en San Cristóbal. “Son mis dos puntos estratégicos”, bromea, y explica que así lo decidió “ya que tengo familiares en ambos lugares que pueden usar sus casas para venderles a los vecinos”.
Aunque apenas lleva unas semanas en su nuevo rol de productor de pequeños bienes encarecidos y/o escasos, Marcelo ya planea extenderse hacia otras ramas: “El área de los artículos odontológicos de baja complejidad me interesa. Conozco el tema y tengo entendido que los guantes descartables o los barbijos que antes se traían de Bélgica, Alemania y Estados Unidos ya casi nadie puede importarlos. Y no son cosas tan difíciles de desarrollar en el país”.
Finalmente, el rubro de los recargadores de tinta para impresoras se expande como ningún otro y la demanda creciente de recargas y kits de tinta negra y de color obnubila a la gran cantidad de nuevos emprendedores y a otros no tan nuevos. María, encargada de una pequeña imprenta de Once que ahora también rellena cartuchos y vende kits, cuenta que “nosotros entramos en el negocio hace poquito, empujados por la ola de clientes que, desde que los originales se fueron a las nubes, prefiere hacer recargar sus cartuchos o comprar los kits de tinta para rellenarlos ellos mismos”. “Así, con las 4 o 5 recargas que nos piden por día, logramos cubrir las bajas en las ventas de impresiones de los últimos meses”, asegura.
Quien también se vio beneficiado por la demanda de recargas fue Eduardo, dueño de un local de Lavalle al 2100, “donde remanufacturamos y reciclamos los cartuchos de impresoras de inyección de tinta y láser”. Según explica Eduardo, el proceso es bastante sencillo: “Compramos la tinta –en su caso importada– y utilizamos máquinas especializadas que rellenan los cartuchos vacíos y los presurizan, de forma que queden como cuando los compraron por primera vez”. “Ahora las ventas subieron mucho, a pesar de que también lo hizo la competencia, por lo que estamos trabajando más horas por día”, concluye Eduardo, cansado pero satisfecho de su clientela diaria.
Y no es para menos: las brechas entre los precios de las recargas locales y los cartuchos elaborados en el exterior son abismales y han orientado a los consumidores hacia las opciones más económicas. El kit de tinta negra para dos recargas cuesta entre 15 y 18 pesos, mientras que la recarga del original con máquinas especializadas oscila entre 15 y 20. “Si lo comparás con lo que sale un cartucho original hoy, tenés que hablar dediferencias de hasta 100 pesos, ya que, siempre dependiendo de la cotización del dólar, los valores de los de marca van de 45 a 120 pesos según la impresora.”

Producción: Darío Nudler.

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