Dom 09.01.2005

EL PAíS

“Mi viejo era parte de la misma desgracia que ellos”

La historia de José Buberman, el hombre de 71 años que se suicidó en la primera marcha de protesta por la tragedia, aunque no tenía ningún pariente entre las víctimas. Un caso de desesperación ante la impunidad.

› Por Marcelo Zlotogwiazda

En la primera marcha del lunes pasado por la tragedia de Cromañón se prendió fuego a lo bonzo José Buberman, un señor de 71 años que falleció al día siguiente en el Hospital Argerich. No era padre ni familiar de ninguno de los muertos en el boliche. Pero “yo siento que mi viejo era parte de la misma desgracia que ellos, por algo fue que eligió ir a la marcha y suicidarse en ese lugar”, cuenta triste, pero muy serena y orgullosa de su padre, Sally, la hija de 22 años que tenía Buberman, un comerciante que fracasó en su lucha contra los competidores que lo mandaron a la quiebra a fuerza de contrabando y subfacturación. Pepe, como le decían todos sus conocidos, es también una víctima de la inoperancia histórica de los organismos de control del Estado.
Buberman era un comerciante al que le iba bastante bien con un negocio de importación y venta de productos marca Casio en la Galería Jardín de la calle Florida. Su local era un clásico para decenas de altos ejecutivos, importantes periodistas e incluso funcionarios, que en las primeras épocas de las agendas electrónicas no sólo lo consultaban sobre qué comprar sino que recurrían a sus servicios para hacer los obligatorios back ups y cuidar de las por entonces novedosas maquinitas. Y él, al igual que los empleados que lo apreciaban más que a un buen patrón, siempre solícito para su clientela.
Su vida comenzó a cambiar hace unos ocho años, cuando se dio cuenta que le era cada vez más difícil competir contra los que importaban lo mismo que él, pero a precios muy inferiores. La clásica subfacturación. Con el esmero de una personalidad obsesiva y horas enteras dedicadas a rastrear los sistemas informáticos de la Aduana, Pepe le demostraba a quien quisiera escucharlo cómo grandes importadores se burlaban de la Aduana y cómo en la Aduana se dejaban burlar por sus competidores. Bastaban comparar las facturas de lo que él compraba en Miami o en cualquier otro lugar, ver que coincidían con las listas de precios que Casio o mayoristas publicaban en Internet, pero que eran muy superiores a los despachos de importación de otros importadores.
Y Pepe, un judío tozudo y valiente, decidió denunciarlos. Y a medida que sus primeras denuncias ante la AFIP que conducía Carlos Silvani caían en saco roto, fue radicalizando sus decisiones. Lo primero que hizo fue una solitaria, pero ruidosa rebelión fiscal, que él mismo se encargó de contar en la primera entrevista que concedió a este periodista en la revista Veintiuno en agosto de 1998: “En abril del año pasado vinieron quince tipos de la DGI y de la Secretaría de Comercio para una inspección y no los dejé entrar. Se armó un escándalo bárbaro en la Galería, pero se fueron y no volvieron más. Y si aparecen otra vez tampoco van a pasar. No voy a permitir que me inspeccionen los mismos que no hacen nada para frenar el contrabando y la facturación que me está matando”. Lo mataría en serio 6 años más tarde.
En ese mismo reportaje, realizado tres semanas después de que el entonces ministro de Economía menemista Roque Fernández calificara de “tontos” a los argentinos que pagan impuesto a las Ganancias, Pepe no tuvo escrúpulos en confesar (más que confesar, en afirmar convencido) que “mi negocio sobrevive porque yo no pago impuestos. No pago IVA, no pago Ingresos Brutos, ni Ganancias, ni Bienes Personales”. Era el primero que decía en público lo mismo que miles de argentinos aún hoy dicen en privado para justificar su conducta evasora. Pero la actitud de Buberman era distinta, más allá de que se la compartiera o no. Cuando se le preguntaba si con su rebelión no quedaba equiparado a los evasores que él criticaba, respondía: “Yo siempre pagué, hasta que tuve un infarto. Terminé acorralado y sin salida. Si pagara no podría competir y tendría que cerrar”.Buberman también argumentaba: “Si yo puedo detectar la subfacturación tan fácilmente no admito que la Aduana no haga nada”. En aquella época su enemigo era un grupo de empresas que según él le pertenecían a José Liberman, quien se presentaba como consuegro del entonces embajador de Menem en el Vaticano Esteban Caselli.
Y si se le cuestionaba que no hiciera las denuncias formales ante la Justicia respondía: “No las hago porque yo sé cómo viene la mano. Y aunque a mí no me consta, no me extrañaría que hubiera alguna protección oficial para que se subfacture libremente”.
A partir del revuelo que armó el reportaje, se iniciaron algunas investigaciones sobre los denunciados. Pero el peso de la ley cayó con mucha más fuerza sobre el negocio de Buberman: inspecciones, allanamientos, intimaciones, ejecuciones, embargos, pedidos de quiebra, concurso, falta de acuerdo. Su actividad comercial se fue transformando en un infierno. Y a la par de eso, vinieron ataques de depresión.
Pero Pepe no cejó. Mientras seguía detectando subfacturación con la facilidad con que alguien encuentra la jaula de los elefantes en el zoológico, comenzó él mismo a presentar denuncias ante la Justicia y a peregrinar por distintos despachos oficiales para presentar su queja por escrito. Lo hizo con Silvani. Con Fernando de la Rúa y varios de sus funcionarios. Y siguió haciéndola con el gobierno de Néstor Kir-
chner. Dos cartas le envió al Presidente en el 2003, y otras dos al secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli el año pasado. Las cartas resumían todo su calvario y solicitaban audiencia con Kirchner. Finalmente fue recibido por el subsecretario Carlos Kunkel, que seguramente vio en Buberman a alguien desesperado.
A esa altura la salud de Pepe había empeorado bastante. A los problemas cardíacos se sumaban la depresión y los golpes del fracaso. Cerró definitivamente el local y se quedó sin nada de trabajo, pero con muchas deudas. Pasaba buena parte de su tiempo alimentando un sitio de Internet que con su característica obsesión y extraordinaria habilidad para la computación, él mismo había creado para contar su historia y darle soporte informático a su lucha. El sitio se denomina www.sis temaperverso.com.ar. Recorriéndolo uno puede hacerse una idea de su tenacidad y su impertinencia, pero además entender parte del drama argentino.
El lunes pasado Pepe no le avisó a nadie que iba a asistir a la marcha convocada por los familiares de las víctimas de Cromañón, aunque sugestivamente todos sus más cercanos amigos recibieron un correo electrónico que alguna señal enviaba, pero que era imposible de interpretar. Como los muertos de Cromañón, Buberman murió a causa del fuego. Pero aunque las crónicas dijeron que el individuo que se había prendido fuego nada tenía que ver con las víctimas, su hija Sally los corrige: “Mi viejo era parte de la misma desgracia”. Hace una pausa y agrega: “No le tengo ningún rencor por lo que hizo. Murió luchando y eso me pone orgullosa”.

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