Mar 11.01.2005

EL PAíS  › UN MUSEO DE LA MEMORIA EN SUDAFRICA

“Contamos una historia que aún no ha terminado”

Lo dice Valmont Layne, director del Museo del Distrito Seis de Ciudad del Cabo. Allí, en 1966, 60 mil personas fueron desplazadas para que vivieran sólo los blancos. Viajó invitado por los organismos que discuten qué hacer con la ESMA.

› Por Victoria Ginzberg

En 1966, el gobierno racista de Sudáfrica declaró el vecindario Distrito Seis de Ciudad del Cabo como zona exclusiva para blancos. Casas y negocios fueron demolidos y 60 mil personas fueron desplazadas. Sólo quedaron en pie algunas iglesias, mezquitas y escuelas. Con la caída del apartheid se formó un movimiento que propiciaba el regreso de quienes habían sido desalojados. Como apoyo a esa actividad y para mantener la memoria de lo que había pasado en esa área, se fundó el Museo del Distrito Seis. Su director, Valmont Layne, estuvo en Buenos Aires para intercambiar experiencias con organismos de derechos humanos que están reflexionando sobre el futuro del Museo de la Memoria que se instalará en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). “Hay algunos principios que fueron útiles en nuestro caso: reconocer la pluralidad de las voces y la naturaleza política del proceso y pensar lo que hacemos como un proceso continuo, pensar que contamos una historia que aún no ha terminado”, señaló Layne a Página/12.
Layne estuvo en Buenos Aires invitado por Memoria Abierta, una agrupación que reúne a siete organismos de derechos humanos –Madres de Plaza de Mayo línea fundadora, Familiares de Desaparecidos por Razones Políticas, Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Servicio Paz y Justicia (Serpaj), Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), Buena Memoria y Memoria Histórica y Social Argentina–.
A primera vista, el museo que él dirige y el espacio que se proyecta en la ESMA tienen algunas diferencias. El primero no se ocupa de las cosas “más cruentas” que ocurrieron en Sudáfrica durante el apartheid (la prisión de Robben Island, donde estuvieron presos Nelson Mandela y otros dirigentes políticos también fue convertida en museo) sino de lo que se conoce como las “banalidades de la represión”, es decir, las cosas de todos los días.
Pero hay una relación entre la cotidianidad de un régimen opresivo y las violaciones masivas a los derechos humanos. No se puede contar la historia de la rutina y la burocracia sin relacionarla con las persecuciones políticas y raciales, las torturas y los asesinatos. “El Distrito Seis siempre fue multicultural. Entonces, lo que querían destruir era la idea de que era posible vivir juntos. No se trata sólo de la gente y sus casas, sino de la identidad, de la dignidad”, señala Layne.
El museo del Distrito Seis surgió con el propósito casi excluyente de contribuir a que las personas que habían sido desalojadas del área volvieran a sus hogares. Fue una iniciativa de activistas, estudiantes e integrantes de distintas iglesias y mezquitas para frenar el “desarrollo” de la zona que impulsaba el gobierno sudafricano. Y fue exitosa. Actualmente se están reconstruyendo las primeras casas para que los antiguos habitantes de la zona regresen a sus hogares.
–¿Qué discusiones tuvieron en el armado del Museo acerca de qué contar y cómo contarlo? –le preguntó Página/12 a Layne.
–El primer propósito de hacer el museo fue el apoyar el retorno de la gente a su tierra. Eso marcó todo lo que hicimos. Hicimos una exhibición que estaba diseñada para ayudar a la gente a que confronte lo que le había pasado. Hicimos un gran mapa de la zona y la gente venía al museo y escribía sus nombres donde solían estar sus casas. A menudo también escribían los nombres de sus vecinos. A veces, personas que no se habían visto en años se encontraban en el mapa. No contamos una sola historia, creamos un marco para que la gente venga al museo y haga la historia. Ellos, a través de sus recuerdos, nos ayudan a reconstruir muchos miles de historias individuales. El museo es una arquitectura continua y viviente. Todo el tiempo la gente viene y desafía la historia que ya está ahí, dialoga con ella.
–¿Hubo debates sobre qué contar en el guión del museo?
–Cuando el Distrito Seis fue destruido los medios de la derecha lo reflejaron de una cierta manera. Hubo muchas historias sobre la pobreza y los problemas sociales. Las personas fueron representadas de forma muy estereotipada, como estúpidas, gangsters, prostitutas. Uno de los debates tuvo que ver con esta imagen. Así como ustedes discutieron sobre el desalojo de los marinos de la ESMA, los fundadores del museo dijeron: “No queremos tener un museo que muestre esa imagen, no queremos hablar de la gente en términos raciales. Queremos hablar de la dignidad”. Todas las controversias, los debates, reflejan lo que era doloroso para la gente en el pasado. Hablar sobre las características étnicas o raciales de la gente era muy ofensivo. Pero al mismo tiempo fuimos criticados por presentar el Distrito Seis de una forma idealizada. Elegimos fotografías en las que los protagonistas estaban como ellos querían representarse, y siempre estaban con lo mejor que tenían. Se representó a mucha gente como si fuera de clase media y sabemos que no fue así, era un vecindario pobre. Una de las controversias ahora es representar el distrito con un poco más de complejidad. Los vecinos eran humanos, no eran ángeles. En la zona había una escuela que colaboró con el apartheid. Entonces decimos, ¿por qué no contar estas historias?
–¿Cómo enmarcan lo que ocurrió en el Distrito Seis con lo que ocurrió en todo el país?
–El texto de la exhibición está en el contexto de la historia de Sudáfrica desde los tiempos coloniales. Hay muchas etapas del distrito.
Fue un lugar de asentamiento de esclavos, también hay judíos que huyeron de los progroms en Rusia y vivieron en el Distrito Seis. Hay muchas facetas de la historia, pero la más famosa fue la destrucción del distrito. Ahora que la gente está volviendo a la zona, queremos que el museo quede como la conciencia de lo que sucedió en Sudáfrica. Muchos de los chicos de estas familias de Ciudad del Cabo no crecieron en este ambiente multicultural, crecieron en condiciones muy desesperadas, no veían gente que no se viera como ellos. No interactuaba con gente de otras culturas y es muy importante para nosotros entender qué pasó con la gente que sufrió el desalojo. Cuando hablamos del museo también hablamos del diálogo entre esa gente para poder vivir en una sociedad diversa. El desafío es representar la historia de tal manera de seguir hablando de los temas contemporáneos: discriminación racial y étnica, abusos, sida, crímenes.
–¿Cómo seleccionaron qué historias contar?
–Por supuesto hubo un proceso de selección. Nos gusta creer que fuimos muy conscientes en nuestro rol como profesionales del museo. Tratamos de alentar a todos a ir al museo, pero nosotros tenemos la autoridad de decidir qué historias se representan y tratamos de hacerlo con responsabilidad. Porque hay controversias sobre quién vivía en el Distrito Seis. En toda sociedad que sufrió represión y opresión el status de víctima tiene un rol político muy importante. Mostrar a alguien como víctima implica darle cierta credibilidad, para seleccionar una historia debe ser una historia verdadera, con evidencias históricas. Una decisión importante que tomamos fue que queríamos contar una historia de un Distrito Seis muy diverso. Podríamos contar todas historias de personas que vivieron allí en 1966, pero si hacemos eso tendríamos una historia de la gente mestiza y no hablaríamos sobre la diversidad de la zona.
–¿Cuál es el público del museo?
–Es importante para nosotros reconocer que la experiencia del museo está cambiando. Nosotros diseñamos la exhibición para los ex residentes, pero hoy el 90 por ciento de los visitantes son turistas extranjeros. Los visitantes se conmueven mucho por la experiencia y los necesitamos como soporte del museo, pero debemos ser muy cuidadosos para no olvidarnos de las razones del museo. También es una buena lección para nosotros: elmuseo no es algo que se hace y se deja ahí, tiene que tener en cuenta los cambios que se producen en la comunidad.
–¿Cómo se llevan con el concepto de reconciliación?
–No se trata de un proceso de un día para el otro. Creemos que sería positivo si pudiéramos aprender de la experiencia de otras comisiones de la verdad. Ustedes tuvieron una, Chile tuvo otra. Nosotros desarrollamos un modelo, creo que no es un proceso perfecto. La comisión hizo muchas cosas buenas, pero se detuvo en confrontar a muchos de los represores. La comisión de la verdad en Sudáfrica se ocupó de los casos más graves de violaciones masivas a los derechos humanos. Pero hubo otras violaciones a los derechos humanos como el exilio interno o los desalojos. Esas cosas la comisión no las tuvo en cuenta y ése es el lugar donde el museo tiene un rol que cumplir. Debe mostrar eso. Yo estuve hace poco en Alemania y pude comprobar lo que sucede. Recién ahora hablan de una manera abierta del pasado. Mi temor es que si no se lo enfrenta, más tarde otras generaciones lo van a tener que hacer.

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