EL PAíS
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Comunidad y política
Por Nicolás Casullo *
La secuencia reúne la tragedia de Cromañón con visos de autoinmolación rockera juvenil, y el canibalismo opositor legislativo bajo el cálculo de cuántos votos podía valer cada cadáver. A esto se sumaría el actual llamado de Ibarra a plebiscitar su propia figura, eslabón que pareciera seguir tejiendo el mismo tapiz patológico de la ciudad-puerto (que todo el interior del país debe piadosamente disculpar). Esto es, una consulta que se agregaría a los diversos despropósitos padecidos a partir del drama en el Once.
Sucede que, retiradas las cámaras full time de TV, rutinizado y ya en baja el dolor como espectáculo de pantalla, testificada las muchas fallas de control y la mucha mediocridad política interpeladora, la ciudad y su gente muestran, como siempre, ir cambiando histéricamente de conversación. Y ahora parece que aquel Ibarra a quien hace una semana no le quedaban más de 24 horas de vida en el poder, está hoy tan ratificado y avalado por la ciudadanía que no haría falta ningún referendo.
¿Que pasó entre una y otra evaluación? En realidad casi nada.
Licenciaron por unos días a los movileros, los deudos del atroz y absurdo accidente habitan su duelo y ordenan su accionar, y la Justicia (es de esperar) puntualizará culpabilidades e irresponsabilidades.
Pienso que el plebiscito, sin embargo, es oportuno, porque es un acto político explícito, ahí donde hubo sobre todo un pertinaz velamiento de la verdad de parte de todos los actores: políticos, empresarios, periodísticos y del mundo rockero.
Tal vez toda política tiene como fondo una condición trágica (injusticia, miseria, memoria, reparación histórica, violencia sufrida). En todo caso, su misión es distinguirse, desprenderse de ese fondo sin olvidarlo. Llevarlo a la lógica, a la razón. A la posibilidad de despojar a lo inhumano de su condición simplemente aciaga, lamento de las madres. No encallar en la ciénaga sin luz del espanto. Interrumpir la nihilización de la muerte brutal desde un enorme esfuerzo por resguardar el bien comunitario. Exactamente lo contrario a lo realizado por las estéticas mediático-políticas que nos abrumaron en enero y desde las cuales hace tiempo que nos vamos transformando en una golpista exasperación teatral colectiva.
La imposibilidad política de estar a la altura y en templanza frente a algo que nos pasa. Por eso después el olvido es una gimnasia asidua. Triste edad argentina.
Por lo tanto, todo lo que en esta ciudad, y también en el país, aporte a constatar conformidad o no con lo que gobierna, es necesario de alentar porque “nada vale nada” en el marco de una cotidianidad bárbaramente recibida a golpe de camión de exteriores. Ni cuando los “referentes” (opositores y oficialistas) de la opinión pública dicen que se vaya alguien, ni cuando dicen que se quede alguien. Todo se vuelve aire, aire flotando en la “salida al aire” del noticiero.
La consulta puede otorgar o quitar respaldo a una gobernabilidad afectada, desprendiéndose a la vez del “negocio Cromanón”. Reconocer dicha tragedia como causa de un acto de urnas, pero distanciarla hacia un plano donde ahora se descifre el vacío o se asiente nuevamente un imprescindible poder. Que entre nosotros se diga ahora que “nadie quiere que se vaya Ibarra” es equívoco. En realidad remite a “que siga ahí, colgado del aire”. Como cualquier poder hoy en el país (menos, tal vez, el de Kirchner): es pasto repentino de cualquier trifulca.
Desde esta perspectiva, la consulta sirve para pensar políticamente sin manipulaciones, ánimos destemplados y miserabilidades. Para saber, desde una mayor serenidad de ánimo, la legitimidad o ilegitimidad que porteñas y porteños sienten de sus autoridades. Cuestión política necesaria.
* Ensayista.