EL PAíS
› OPINION
No es lo mismo cura que político
› Por Luis Bruschtein
De Papa a monaguillo, la metáfora que alguna vez usó Carlos Menem para describir el sitial que ocupaba en la política argentina lo sorprende ahora en una precandidatura a senador por La Rioja más problemática que segura. El hombre que gobernó o dominó la política riojana desde 1973 –salvo el interregno de la dictadura– y que ganó la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales, ahora no tiene asegurado ni siquiera un lugar como senador de su provincia. Una señal ominosa de la política que podría subrayar la veleidad del voto o de las preferencias electorales masivas en un país donde los cambios de timón suelen ser bruscos y desmedidos –sobre todo el que protagonizó el mismo Menem–. Pero que también revela los límites del caudillo y su estilo de construcción política.
El gobernador Angel Maza y 16 de los 17 intendentes peronistas de La Rioja, incluido el de Anillaco, acordaron que el apellido Menem no figurará en sus listas de candidatos a legisladores para las elecciones de octubre de este año. El Carlos Menem gobernador nunca fue opositor, siempre fue oficialista ya fuera con Héctor Cámpora, Juan Perón, Isabel Perón, o incluso con Raúl Alfonsín, de quien fue su gobernador peronista preferido. Maza, su vice Luis Beder Herrera y los 16 intendentes se formaron en esa escuela y ése fue el argumento que esgrimieron para tomar su decisión. Menem quiere ser la cabeza de la oposición a Néstor Kirchner y les pide a ellos que hagan lo que él nunca hizo.
El sector del PJ del que surgió Maza siempre consideró a Eduardo Menem como un advenedizo. En 1983, Eduardo Menem pesó por puro apellido porque en ese entonces no era visto como un hombre del PJ ni formaba parte de ninguna de sus corrientes. Con el tiempo generó su propio espacio, pero sin que el otro sector cediera en su desconfianza. Carlos Menem prefirió ponerse por encima y cada quien aceptó el lugar que les otorgó bajo su liderazgo absoluto.
El titular del PJ riojano es Eduardo Menem, pero la red de control político real se maneja desde la gobernación y las intendencias, y es discutible el peso de la figura de caudillo paternalista de Carlos Menem sobre los riojanos, sin poder y sin esa intermediación. A su regreso de Chile, a fines del año pasado, mucha gente se asomó para observar la caravana que lo llevó del aeropuerto a la ciudad, pero la asistencia al acto no fue tan importante y la cena con dirigentes medios del peronismo que le organizó su hermano esa misma noche fue bastante pobre si se la compara con otras épocas. Aunque nadie podrá negar que se trata del político riojano más importante, el ambiente en La Rioja es por lo menos contradictorio con respecto a su futuro político, lo que promete una interna disputada y de resultado poco previsible.
Para Kirchner sería un error subestimar a Carlos Menem, pero un Menem muy destartalado tampoco funciona como el cuco polarizador de la segunda vuelta de la elección presidencial que prometía volcar a más del 60 por ciento de los votos a favor del santacruceño. De todos modos, el centroderecha neoliberal no ha encontrado otro candidato que con el mismo grado de dogmatismo tenga posibilidad de incidir sobre sectores populares. Aunque el desaire que acaba de sufrir en su propia casa también lo debilita para negociar alianzas con otros sectores del centroderecha que están ansiosos por desplazarlo y ocupar su lugar, como el gobernador de Neuquén, Jorge Sobisch.
Las dificultades de Menem tienen que ver también con la lógica intrínseca del caudillo conservador como construcción política. A diferencia del líder político, el caudillo no asienta el respaldo popular principalmente en un proyecto político, sino en una trama de conveniencias personales, favores, clientelismo y paternalismo que requiere del poder económico y político para alimentarse. Mientras los tiene es invencible, y cuando los pierde desaparece. Es difícil saber hasta qué punto esa trama de sociedades y favores se mantiene en La Rioja.