EL PAíS
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La misma piedra
Por Eduardo Aliverti
¿Qué tienen en la cabeza quienes se quejan de que los empleados del subte ganan más que algún profesional de carrera universitaria? ¿Y qué quienes siguen pidiendo a los gritos más cárceles y penas más duras, so pretexto más estúpido aún de que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra?
No ocurre el mero resentimiento, ni la excitación temporal que provoca el arrebato fácil frente al movilero tarado que no sabe preguntar. Ocurre –encima de todo eso, naturalmente– la pérdida, siendo elegantes, de la pertenencia a la condición de ciudadanos. Y siendo más ortodoxos ideológicamente, ocurre la desaparición de la conciencia de clase. Un arrebato de signo contrario hablaría de “el negro contra el negro”, y una apreciación más cuidadosa haría la cita del pobre contra el pobre o de cómo el oprimido reproduce el discurso del opresor.
La empresa que administra los subtes es una de las pocas que, después de la devaluación y en términos legales, compensó sus costos. Los boletos siguen congelados, pero el Estado le aumentó el subsidio que cobró de entrada. A la par, los boletos vendidos subieron alrededor de un 70 por ciento, tomados desde la privatización que les concedió esa rata que ahora resolvió bajar de Papa a obispo. Son los típicos capitalistas sin riesgo porque la suba de los costos se la paga el Estado. ¿Y eso o muy buena parte lo que se llama “la sociedad” qué dice? “Mirá éstos, un boletero gana como una luca y quiere más.” No pregunta ni se cuestiona cuánto de más gana la empresa a costa suya. No. Lo insulta al boletero. Lo insulta y lo compara con lo que gana algún investigador del Conicet. ¿Y qué tiene que ver lo que gana el investigador del Conicet con la lucha del laburante del subte? ¿De qué se trata, de equiparar hacia abajo?
Veamos el motín de Córdoba. Había en esa provincia, hacia 1997, menos de 2 mil presos. Ahora hay casi 6 mil. Y hacia fines de la década pasada, en toda la Argentina había 31 mil presos. Hoy hay 60 mil. Como señaló en su columna del viernes pasado Martín Granovsky, “sin que ninguna explicación justifique un crimen, la pregunta es si no hay relación entre el hacinamiento y el desastre carcelario”. ¿Y cuál es la causa del hacinamiento? Como también señala Granovsky, el endurecimiento de las condiciones para salir en libertad, al igual que el uso del procesamiento como pena y “el encarcelamiento de una Justicia que no separa entre los delitos graves y el pequeño crimen de los pequeños rateros”. Sin embargo, el Manual del Perfecto Idiota Argentino insiste en construir más cárceles llevando la lógica hasta el infinito; o queriendo resolver las cosas por vía del Código Penal; o lisa y llanamente por medio de la liquidación, que el gatillo fácil también ya instrumentó de sobra sin necesidad de leyes. Cada vez más presos, y cada vez más inseguridad. Una ecuación irrebatible, pero evidentemente escasa para quienes ya decidieron que cualquier cosa se analiza con el vértigo de los instintos primarios. Después, nunca antes, las buenas conciencias se escandalizan porque en Cromañón había 4000 concurrentes contra los 1000 que soportaba el lugar. Pero no se mueve un pelo si lo mismo sucede en una cárcel, en cualquier cárcel, siendo que simultáneamente el Manual habla de la puerta giratoria de prisiones y comisarías.
La distribución del ingreso de este país, tan rico y empobrecido como pocos en el mundo, se encuentra firme, inamovible, detrás de cada circunstancia noticiosa que conmueve a la propia sociedad que la sufre. Empero, desde lo que parece ser el núcleo de allí mismo se continúa sin acertar; ni en la identificación de los responsables ni en la construcción de una herramienta política que altere el orden de esas cosas. O quizá, o además, se trate de que no hay el ánimo de encarar cometido semejante. Es infinitamente más sencillo arreglar todo a partir de la lengua rápida, la frase estentórea, la racionalidad primitiva.
Un informe privado dado a conocer por este diario (Grupo Unidos del Sud) acaba de revelar que las grandes empresas están pasando por el mejor momento de los últimos tiempos: ganan un 60 por ciento más que hace ocho años y absorbieron sin problemas las subas de salarios decretados por el Gobierno. Pero esa copa que otra vez está chorreante vuelve a no notarse entre los que menos tienen. Sólo unas minorías cuestionan esa inequidad en el reparto de la torta, y encuentran allí el sentido primero y último de una exclusión social que enloquece desde adolescentes cromañonescos hasta reos carcelarios. Más todavía, cuando un grupo de trabajadores pasa a la acción directa en defensa de sus intereses, como en estos días los de subterráneos, se los acusa de joder al vecino. Los acusan otros trabajadores, nada menos.