EL PAíS
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A la espera de la caballería
Por James Neilson
Como un grupito de colonos blancos rodeado por miles de guerreros sioux resueltos a despellejarlos vivos, Eduardo Duhalde y sus muchachos imaginan que si logran aguantar un poco más la caballería norteamericana llegará para rescatarlos, pero en esta ocasión los salvadores en potencia están del lado de los indios, de suerte que la posibilidad de que lo hagan se acerca a cero. ¿Por qué arriesgarse cuando saben que, no bien librados de los sioux, los colonos ya se trasladarían festivamente a una zona dominada por comanches, ya optarían por intentar cruzar el Pacífico en un gomón?
Así, pues, en medio de lo que para muchos es la peor crisis de su historia, lo cual es mucho decir, la Argentina cuenta con un gobierno de mediocridad alucinante que caería mañana mismo si el resto de la ciudadanía pudiera organizar otro que resultara ser un tanto mejor. En teoría dicha tarea no debería plantear problemas, pero desafortunadamente para todos parecería que la clase política nacional, aunque fuera enriquecida por aportes de otros sectores, no estará en condiciones de hacerlo hasta bien entrado el próximo milenio.
¿Por qué? Acaso porque desde hace años la Argentina es un país de opositores natos. Con las excepciones esporádicas del presidente de turno y su ministro de Economía, incluso los presuntamente comprometidos con los sucesivos “oficialismos” se han especializado en hablar pestes del statu quo, reclamar un “giro de 180 grados” y, al pasar, por pronunciarse enemigos mortales del “rumbo” planetario. Claro, sólo se ha tratado de un juego, de un intento de engañar a “la gente” fingiendo estar tan indignados por la realidad real como cualquier hijo de vecino, pero ha supuesto que el país se haya privado de la capacidad para gobernarse, empresa que siempre requiere la voluntad de distinguir entre lo que sin duda sería deseable y lo que, nos guste o no nos guste, es factible.
En algunas partes del mundo, aguantar, “luchar” por llegar intacto a una fecha determinada, tendría sus méritos: por lo menos sería un forma de defender las instituciones. En la Argentina actual, es aberrante: mientras el país siga siendo acéfalo y por lo tanto descerebrado, la crisis, este monstruo de mil bocas pertrechadas de dientes horriblemente filosos, continuará devorándola. De alcanzar Duhalde su única ambición que es concretar la hazaña inútil de mantenerse en la Casa Rosada hasta fines de 2003, poco quedará del país que desde principios de año ha experimentado una serie ininterrumpida de reveses salvajes y que difícilmente sobreviviría a mucho meses más de duhaldismo.