Mié 08.05.2002

EL PAíS  › OPINION

Corruptor que da consejos

› Por Julio Nudler

Precisamente cuando José Luis Barrionuevo gana espacio en el ajedrez duhaldista, engrosando el prontuario colectivo del equipo de Gobierno, Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, señala –desde la tribuna del Consejo de las Américas– la corrupción como una componente del desastre argentino. ¿Quién podría negarlo? Pero alguien nos refresca aquella “crónica de un negocio frustrado” que Rodolfo Terragno divulgó el 18 de enero en La Nación, rememorando cómo George W. Bush, el actual presidente de los Estados Unidos, le telefoneó en 1988 para empujar un contrato ruinoso para el país que la hoy tan tristemente célebre Enron quería obtener. George W. era entonces hijo del presidente, parentesco que obviamente intentaba explotar para un negocio privado, y Terragno ocupaba el Ministerio de Obras y Servicios Públicos. El ex jefe de Gabinete da en ese mismo artículo escalofriantes ejemplos sobre los métodos norteamericanos para transformar su poderío diplomático y bélico en negocios privados. ¿Tendrá Estados Unidos autoridad moral para predicar honestidad y transparencia?
Internamente, el de la corrupción ha sido un argumento tradicionalmente utilizado por los liberales, fanáticos del mercado, contra cualquier intervención del Estado en la economía, incluyendo las llamadas “políticas activas”, que debían ser remplazadas por la desregulación y el “piloto automático”. Juan José Lach estimó cierta vez en 8000 millones de dólares el ahorro en corrupción logrado mediante las privatizaciones, considerando que las empresas estatales realizaban compras anuales por 20.000 millones, con sobreprecios promedio del 40 por ciento. ¿Qué habrá fallado? En los comienzos del menemismo, Emilio Cárdenas, emblema del establishment financiero, ahora en el HSBC, llamó “cleptocracia” al Gobierno de Carlos Menem, al que poco después se sumaría. En los tiempos del Swiftgate, la propia embajada estadounidense denunciaba los pedidos de coima.
A los liberales les sobraban ejemplos de prácticas corruptas asociadas a políticas activas, desde la promoción industrial a la capitalización de deuda externa. La proclividad de peronistas y radicales a intervenir en la economía era, además de un error nefasto, una excusa para robar. Pero llegó el menemismo, y con él un nuevo escenario donde justicialistas y liberales generaron, codo a codo, niveles de corrupción desconocidos hasta entonces. Emir Yoma y María Julia Alsogaray, José Luis Manzano y Víctor Alderete... El PJ y la UCeDé proporcionan muchas parejas estelares para esta saga. La UCR aportó lo suyo: Jorge Gómez, Fernando de Santibañes... Y es casi un sarcasmo que el Domingo Cavallo que defendió a la estadounidense Federal Express contra Alfredo Yabrán esté hoy preso por contrabando.
Lo que lograron unos y otros al participar de la corrupción fue quitarle efectividad como arma de lucha política. Otro tanto ocurrió con Estados Unidos, a través de escándalos como el del Proyecto Centenario, protagonizado por IBM, parte de prácticas sistemáticamente corruptas (DGI, ANSeS, Banco Provincial de Santa Fe, Gobierno de Mendoza). Figuras como William Rhodes, titular del Consejo de las Américas y en su momento conductor del célebre Steering Committee, están ligadas al origen fraudulento de buena parte de la deuda externa argentina. Otros representantes del establishment financiero norteamericano no tuvieron reparos en asociar sus bancos a entidades como el disuelto BGN de los hermanos Rohm (uno preso, el otro prófugo), o en impulsar despojos como el del megacanje.
En la platea que escuchó a Powell no podía faltar ni faltó el uruguayo Enrique Iglesias, presidente del BID (o “Bidé”, como lo denominaba una publicación interna), que desde los ‘80 financió en la Argentina la formación de estructuras técnicas paralelas, que rodearon -y de algún modo compraron, con sueldos que ningún funcionario de carrera podía nunca ganar- a los cargos políticos, destruyendo la capacidad de gestión de losorganismos técnicos del Estado. Concluido su turno, el ministro o secretario dócil era -y es- reciclado como asesor dolarizado del organismo.

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