Sáb 02.04.2005

EL PAíS  › MURIO EL DIRIGENTE MAS SIMBOLICO DE LA DERECHA ARGENTINA

Alsogaray no llegó al invierno

Descendiente de un vasco que llegó a la Argentina en el siglo XIX, de una familia imbricada con el poder económico y militar, el capitán-ingeniero, reivindicador del terrorismo de Estado, vivió su último momento de gloria con Menem. Falleció de cáncer, a los 92 años, con su hija María Julia en prisión.

› Por José Natanson

Alvaro Alsogaray vivió su primer gran momento político en 1959, cuando Arturo Frondizi quiso subrayar su conversión al librecambismo y lo designó ministro de Hacienda. Treinta años y unas cuantas dictaduras después, otro líder de origen popular decidió imprimirle un giro inesperado a su programa y lo convocó al gobierno: era Carlos Menem, que recurrió a la figura del capitán-ingeniero como emblema de su reconversión al neoliberalismo. Durante décadas símbolo de la amalgama entre poder militar, político y económico, Alvaro Alsogaray murió ayer a los 92 años.
Una estirpe patricia
Como sucede con las buenas familias, para contar la biografía de Alsogaray hay que comenzar por sus antepasados. De origen vasco, el primer Alsogaray llegó a estas pampas en 1810 y fundó una larga dinastía de militares, con una cláusula que se repetiría hasta hoy: el hijo varón mayor se llamaría, siempre, Alvaro. El Alvaro bisabuelo fue colaborador de Guillermo Brown, el Alvaro abuelo participó en la guerra de la Triple Alianza y el Alvaro padre fue jefe de operaciones de José Uriburu.
El Alvaro que murió ayer nació el 22 de junio de 1913 en la ciudad de Esperanza, en Santa Fe. Las tareas de su padre en el Ejército lo obligaban a una mudanza continua: la familia pasó por Bahía Blanca, donde era vecina de los Massot, y por otras provincias, hasta que Alvaro ingresó al Colegio Nacional Mariano Moreno y, después, al Colegio Militar, casi una extensión de la casa familiar. Practicó tenis y esgrima, fue abanderado de su promoción y desfiló junto a los cadetes para festejar el golpe de 1930.
Sus primeros pasos
El Ejército era un lugar cómodo, pero Alsogaray era un hombre inquieto, que se interesaba por los negocios y la política. Retirado con el grado de capitán, se dedicó a rastrear oportunidades para las empresas extranjeras que buscaban sortear las restricciones del primer peronismo. Por esos años asumió su primer cargo público: aunque era un antiperonista nato, ocupó la jefatura de la Flota Aérea Mercante durante la primera presidencia de Perón. Se retiró seis meses después, más convencido que nunca de que Perón era el enemigo a vencer y esperó pacientemente el golpe.
En 1955, Alsogaray fue designado funcionario de la Revolución Libertadora, pero su primera aparición en la gran escena nacional se produjo en 1959. Cercado por los militares y jaqueado por la crisis económica, Frondizi intentó un golpe desesperado y decidió cambiar radicalmente la orientación de su gobierno. Para los peronistas y los desarrollistas que lo habían votado fue una traición a sus promesas de campaña, traición que encontró su figura ideal en la persona del capitán-ingeniero, que fue nombrado ministro de Hacienda. Alsogaray asumió como símbolo de la nueva política y diseñó un plan antiinflacionario que le granjearía cierta fama en los sectores liberales. Los argentinos descubrirían asombrados a ese ex militar de oratoria clara y despiadada, que en el discurso por televisión exhibiría por primera vez sus tics imborrables y pronunciaría una frase que lo acompañaría para siempre: “hay que pasar el invierno”.
Dictadura tras dictadura
Admirador de los grandes teóricos neoliberales, de Ludwing Erhard, Charles Rueff y Milton Friedman, Alsogaray comenzó a machacar con su programa neoliberal antes que Thatcher y Reagan. Durante toda su vida ejerció una simplificación absurda de la discusión ideológica, que para él se divide en sólo dos corrientes: de un lado los “dirigistas” y “socialistas”, entre los que ubica a los nazis, comunistas, peronistas, socialdemócratas y fascistas, y del otro los liberales, entre los que se ubicaba a él mismo y unos pocos más. Su rígido esquema ideológico le alcanzó para ser convocado por el gobierno de José María Guido, que lo designó ministro de Economía, y por la dictadura de Onganía, que lo nombró embajador en Estados Unidos. Mientras, Alsogaray seguía con los negocios y la política: fue candidato en 1965 y en 1973, cuando su partido, Nueva Fuerza, encabezó una gigantesca campaña publicitaria que no alcanzó para superar el 2,07 por ciento de los votos.
Alsogaray vivió con alegría la llegada de la última dictadura. No ocupó cargos, cuestionó a Martínez de Hoz y criticó la aventura de Malvinas, pero aprovechó la patria financiera y defendió como nadie el terrorismo de Estado: dijo que “no hubo torturas en la ESMA” y que “Astiz no es un asesino, es casi un héroe”. En 1991 presentó un proyecto de ley para que se construya un monumento a Jorge Rafael Videla.
Democracia
Cuando llegó la democracia, Alsogaray ya era un hombre famoso, conocido popularmente como “El Chancho”, casado con Edith Ana Gay, con tres hijos que le darían, en total, once nietos. Vivía en el elegante departamento de Riobamba y solía pasar los fines de semana en la quinta de Tortuguitas y los veranos en Punta del Este.
Decidido (o resignado) a jugar en democracia, en 1983 fundó la UCeDé y encaró una campaña diferente: se sacó fotos adentro de un barril para demostrar que “el Estado no es un barril sin fondo” y se candidateó como diputado, el primer cargo público que obtuvo por el voto popular. La UCeDé siguió creciendo: en 1989 consiguió el 6,7 por ciento de los votos y se consagró como la tercera fuerza del país.
A pesar de los avances, su destino estaba sellado desde el momento en que Menem dejó de lado el salariazo y la revolución productiva y produjo un giro más abrupto y más exitoso que el de Frondizi. Como el viejo líder desarrollista, el riojano encontró en Alsogaray el hombre ideal para subrayar su súbita transformación. El capitán-ingeniero fue designado asesor para la deuda externa, dio mensajes por televisión y se volcó de lleno a un proyecto faraónico y frustrado: la aeroísla. Acusado de trabajar para el grupo holandés que quería llevar adelante la obra y peleado con medio gabinete, en 1991 Alsogaray decidió abandonar el gobierno, aunque no la lucha: su hija María Julia, la luz de sus ojos, comenzaba a escalar posiciones como funcionaria multifunción.
En los años siguientes, Alsogaray optó por un retiro progresivo. Casi no salía del departamento familiar y sufrió como nadie la condena de María Julia por enriquecimiento ilícito. Tenía cáncer, y en el último tiempo fue asistido por un respirador. Murió ayer, poco después de las 18.

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