EL PAíS
› OPINION
De palomas, tortugas y pingüinos
› Por Mario Wainfeld
“Yo soy paloma a muerte. Las tortugas, pobrecitas, van al muere.” El interlocutor de Página/12 es un conspicuo dirigente del peronismo bonaerense. Ni su look, ni su voz ni su trayectoria facilitan la identificación con las palomas. Lo suyo es una definición política, hija de una parábola de Hilda González de Duhalde.
Hace ya un tiempito, Chiche recordó un chiste, que usó para castigar al gobernador Felipe Solá. Una tortuga –narró la diputada– se subía a las ramas de un árbol e intentaba volar. Como es de prever, se daba de narices contra el piso, pero porfiaba una y otra vez. Dos palomas observaban, desde alguna cornisa, sus vanos intentos. Una de ellas le preguntó a la otra: “¿No será hora de contarle que es adoptada?”. Para las imágenes de Chiche Duhalde, Solá es esa tortuga que desconoce sus límites y su progenie. Desde entonces, los duhaldistas blasonan su condición de palomas y motejan a los felipistas de tortugas. E intentan bromas no siempre imaginativas, a las que no renunciará esta nota. No faltan felipistas que recogen el guante y adoptan, desafiantes, el apodo tal como hicieran otrora los descamisados o los “canallas” de Rosario Central.
Las relaciones entre palomas y tortugas no son las de una familia bien avenida. El combate cotidiano en variados terrenos tendrá una instancia definitoria que serán las elecciones de octubre. Un escenario que obsesiona a todos y que tendrá como protagonistas esenciales, cosa de fábula, a dos pingüinos, el matrimonio Kirchner. La pregunta del millón sigue siendo si habrá acuerdo o confrontación entre kirchneristas y duhaldistas. Los dos gestos más conspicuos de esta semana –el globo de ensayo de la candidatura de Eduardo Duhalde y el comentario del ministro de Defensa, José Pampuro, desaconsejándola (ver nota aparte)–, aunque a primera vista parezcan otra cosa, apuntalan la hipótesis de momento más factible, la de una lista de unidad. Los duhaldistas reconocieron tácitamente la inviabilidad de la postulación de Hilda González, que mide muy por abajo de Cristina Kirchner. Y la postulación del ex presidente parece un salto al vacío ajeno a la idiosincrasia de Duhalde. En el Gobierno, al menos, piensan eso. Aunque nadie lo confirme, cuesta creer que Pampuro haya dicho lo que dijo sin un guiño (o más bien un envión) de la Casa Rosada.
El Presidente busca plebiscitarse, para lo cual necesita un triunfo aplastante en la provincia de Buenos Aires. La mesa chica calcula que puede lograrlo con el duhaldismo o a sus expensas. Pero da toda la sensación de que Kirchner ambiciona también un marco de gobernabilidad, de bajos conflictos hasta las elecciones para consolidar su política económica y a ese fin es más funcional la famosa unidad del PJ que una interna desgarradora.
Claro que hay también objetivos a los que Kirchner no piensa renunciar, que fijan límites a un posible arreglo. Uno de ellos, bien peronista, es demostrar que él tiene el poder o (en jerga justicialista) que es él quien “conduce”. Si el Presidente se sacó rápido el sambenito de “Chirolita” de Duhalde, ahora su deseo es dejar claro que no es su socio a medias, sino que hegemoniza la coalición. La traducción pragmática de ese anhelo simbólico podría cifrarse en la candidatura a senadora de Cristina Fernández, la exclusión de Chiche y una predominancia marcada en la lista de diputados nacionales en la boleta del Frente para la Victoria. Eso permitiría a Kirchner apuntar a otra de sus ambiciones, ir armando un sub bloque propio más consistente en el Parlamento, acaso la primera minoría dentro del vasto archipiélago peronista.
La lista provincial sería el cobijo mayor de los duhaldistas, pero debería albergar a algunos felipistas. Un equilibrio en estas boletas permitiría al duhaldismo preservar posiciones (políticas y tal vez de otras formas de poder menos sanctas muy ligadas al “territorio”) y a Solá, ganar espacio en su Legislativo y tener chapa de aliado de Kirchner. Si la sangre no llega al río, los duhaldistas podrían mantener su ambición a la gobernación en 2007, carrera en la que ya se ha inscripto (y autodeclarado favorito) el ministro del Interior, Aníbal Fernández.
Una salida consensuada posible existe, pero no será sencilla de plasmar cuando hay muchos actores en juego.
Otro tema simbólico puede encrespar los ánimos, se trata de una eventual participación de Solá en la mesa de negociación de las boletas. Para los duhaldistas (incluido el más sensato de ellos, el más “paloma” con esa acepción, Duhalde mismo), esa virtualidad sería insoportable. En la Rosada varios piensan parecido, “Kirchner va armar la boleta de Felipe”, augura, anhela un operador de Kirchner que sabe de lo que habla. Habrá que ver cómo opina Felipe, que ha jugado muy fuerte en los últimos meses sin que la Rosada lo desautorizara jamás, aunque varios esperan que ahora pise un poquito más el freno.
El margen para un acuerdo no es infinito, pero existe. En el Gobierno apuestan a la astucia conservadora de Duhalde. “El les da mucha bola a las encuestas. Y lee las mismas que nosotros...”, describe –y en algún sentido prescribe– un prominente inquilino de Balcarce 50. Según su parecer, Duhalde no irá a una derrota segura aunque su tropa enceguecida se lo pida.
El kirchnerismo piensa que el peronismo, sea unido o sea en una remake de los neolemas, se llevaría más de la mitad de los sufragios bonaerenses. Sus sondeos, esos que también lee Duhalde, colocan a Ricardo López Murphy en segundo o tercer lugar, según el caso, a muy larga distancia.
El cierre está lejos; el pragmatismo no lo es todo en la política y a veces basta una chispa para encender una pradera, así sea en la pampa húmeda. Pero hasta ahora la relación entre Kirchner y Duhalde no ha tenido choques mortales de frente, sino un juego de trincheras con avances y retrocesos en los que los aliados-contendientes han sabido preservar el interés común. De cualquier manera todos cantan vale cuatro y falta envido, hasta que se juegue el partido definitivo. “Esto no es una pulseada ni un partido de ajedrez que termina en jaque mate. Es una partida de go, en la que se condiciona al adversario, rodeando sus posiciones”, describe un estratega kirchnerista. La idea parece clara aun para Página/12, que desconoce hasta los rudimentos del juego de go.
Por ahora, la batalla de fábula continúa. Las palomas desafían su mote y se conducen como irrefrenables halcones. Las tortugas, a su vez, se mueven enérgicas y veloces hacia Mar del Plata donde Solá piensa hacer una demostración de fuerzas el sábado.
La moraleja de la fábula es de final abierto, aunque nadie duda de que el mayor peso relativo lo tienen los pingüinos.