EL PAíS
Las seis preguntas clave
› Por Raúl Kollmann
1 ¿Hubo zona liberada?
Todos los allegados a los presos, los legisladores que conocen la cárcel y los expertos en materia penitenciaria consultados por este diario coinciden en que es casi indudable. Es más, hay quienes afirman que es muy posible que antes de que todo ocurriera haya habido una requisa para desarmar a los llamados rosarinos, con lo que los denominados santafesinos no tuvieron problemas en perpetrar la sangrienta venganza por la muerte de uno de sus jefes. Otros veteranos del mundo de las cárceles, en cambio, creen que los presos no tienen las facas o púas a mano y que, cuando entraron los rosarinos, los santafesinos se vieron sorprendidos y, como se dice en idioma carcelario, “los ajustaron”. “Los números no cierran —le dijo a Página/12 un hombre del Ministerio de Justicia—. Supuestamente hubo una lucha cuerpo a cuerpo y sin embargo murieron 13 de los rosarinos y ninguno de los santafesinos. Eso significa que les franquearon el paso, les permitieron que ingresaran con púas y facas y los rosarinos estaban desarmados.”
2 ¿Es correcto hablar de guerra entre rosarinos y santafesinos?
Hablar del choque de esa manera es ocultar la verdad, es dar a entender que se trata de un odio regional, casi futbolero. Mentira. Es una batalla de bandas por espacios de poder dentro del penal. ¿Qué significa eso exactamente? Los hombres del Servicio Penitenciario negocian con los porongas de los pabellones una especie de acuerdo. Los porongas mantienen a los presos –mediante trompadas, facazos y violaciones– relativamente tranquilos y en orden. A cambio, reciben privilegios: colocan a sus hombres en la cocina con potestad para distribuir comida, consiguen concesiones en las visitas, relaciones sexuales con sus parejas, ingreso de drogas y especialmente pastillas, les dan certificados de buena conducta truchos y manejan –en sociedad con los penitenciarios– buena parte de los negocios de la cárcel. Muchas veces unas bandas quieren avanzar su área de negocios hacia otros pabellones, para lo cual tienen que liquidar a la banda que domina allí hasta ese momento. Esa tensión entre bandas es lo que existía en Coronda, tal cual lo testimonian decenas de familiares de los presos que ya habían alertado sobre el clima belicoso hace tiempo. La diputada nacional por la UCR Alicia Tate, que conoce al milímetro el penal de Coronda, le dijo a Página/12 que “desde hace semanas se viene hablando del ambiente caldeado. Acá indudablemente hicieron la vista gorda”.
3 ¿Cómo explican los penitenciarios esta masacre?
El argumento inicial es el obvio: “Es una guerra regional entre rosarinos y santafesinos que toda la vida se odiaron. Tomaron a dos de nuestros hombres y se abrieron paso al otro pabellón”. Sin embargo, si durante el fin de semana mataron a uno de los porongas de los santafesinos, Eduardo Verón, era evidente que debían haber tomado todas las precauciones. Ya no había normalidad alguna, era una situación de guerra. ¿Qué responden a eso? Que hay poco personal, que en un pabellón hay un celador y 80 presos, que los sorprendieron, que la superpoblación convierte todo en incontrolable. Esos argumentos tienen base cierta, pero el cuadro era excepcional por el asesinato de Verón y varios experimentados penitenciarios consultados por este diario admiten que allí hubo otra cosa: los guardiacárceles le permitieron a una banda perpetrar la masacre contra la otra. Les importó muy poco o alentaron la vendetta aunque seguramente no se imaginaron que el saldo sería de 13 muertos.
4 ¿Habrá algún penitenciario condenado por homicidio?
La respuesta es no. No existen antecedentes de penitenciarios condenados por casos como éstos en los que, cuando menos, debería imputarse a alguno de los guardiacárceles el delito de homicidio culposo, que consiste encausar la muerte de alguien por imprudencia, negligencia o impericia. Acá estaba cantado que se venía la venganza por la muerte de Verón y, aunque todo indica que hubo complicidad con la matanza, como mínimo, hubo una descomunal negligencia e impericia que hicieron posibles los 13 asesinatos. Según los veteranos en la Justicia y en cuestiones penitenciarias, los únicos condenados por lo ocurrido ayer serán algunos cabecillas que incluso se van a autoincriminar por cuanto ya tienen encima, desde antes, penas de reclusión por tiempo indeterminado por otros delitos. A esos presos los llaman en el argot “parias”. Como ya ocurrió en el caso del motín de Sierra Chica, ningún preso se animará a testimoniar ni contra sus pares ni contra los penitenciarios.
5 ¿Existen otras hipótesis sobre lo ocurrido?
No faltan quienes mencionan distintos factores que podrían haber estado detrás de la matanza, además de la puja por negocios dentro de la cárcel. Se habla de una interna dentro del Servicio Penitenciario, con un sector dejando hacer a los presos, promoviendo tácitamente lo que sucedió ayer, para ir contra otro sector del SP que tiene una política más orientada hacia el diálogo con los internos, la vigencia de derechos humanos y que, según parece, constituye cierto obstáculo en las maniobras de corrupción. En voz baja se habla también de una tendencia extendida en el país de los penitenciarios de dejar correr hechos de impacto –seguramente nadie preveía semejante masacre– como forma de protestar por salarios y condiciones laborales. El rumor estuvo muy extendido en el asombroso caso del motín de Córdoba, en el que hubo un intento de fuga, pero lo más llamativo es que dentro del penal no se produjo ningún enfrentamiento entre las bandas.
6 ¿La guerra continúa?
En el caso de Coronda, es obvio que el ambiente bélico va a seguir y el alerta debe ser máximo, con inmediato traslado de cabecillas a otros penales. Pero los ajustes de cuenta no se producen sólo dentro de la cárcel. Es muy posible que integrantes de las bandas que están en libertad busquen venganza contra los rivales. En el resto del país, ayer se tomaban medidas extremas en todas las unidades. El efecto imitación es siempre un factor de riesgo, más todavía cuando la superpoblación existe no sólo en las unidades penitenciarias sino en una enorme cantidad de comisarías, y no hay como la superpoblación como campo de cultivo para los negocios sucios y las guerras que originan esos negocios.