Lun 02.05.2005

EL PAíS  › EL PERFIL DE UNA MUJER QUE SEGUIA IMAGINANDOSE FATAL,AUN ANCIANA

De hacer presidentes a sacar un Degas

› Por Laura Vales

“Yo puedo hacer un presidente”, se jactó en 1997 ante el diario español El País. Vestida de rojo intenso, con el pelo platinado y tacos altos aunque ya había cumplido 76 años, Amalita Fortabat aparecía en la foto en pose de mujer fatal, con mirada de loba. “En la Argentina, ella es el símbolo del dinero”, decía el diario. Y era exacto. Su patrimonio, que alguna vez figuró en top 300 de Forbes, se calculaba entonces en 1600 millones de dólares. Ahora anda bastante más abajo, aunque, ¿cuánto debería adelgazar su fortuna para que deje de merecer ese nombre?
Sagaz y mediática, Amalita ha trabajado duro para instalar la idea de que fue ella quien convirtió en imperio a Loma Negra. Cada vez que le preguntan por sus inicios como empresaria repite la misma historia: al quedar viuda, en enero 1976, se puso al frente del negocio y multiplicó por tres su capital.
Había llegado a la empresa con 45 años, sabiendo más del amor que del poder: ya se había casado seis veces, cinco de ellas con Alfredo Fortabat, a quien conoció a los 19 años, cuando era una egresada del Colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón y estaba a punto de contraer matrimonio con un galán de triple apellido, Ricardo de Lafuente Sáenz Valiente. Dicen que Alfredo Fortabat la persiguió desde el primer día, que se negó a ir al casamiento de la pareja y que la ruptura del matrimonio de Amalita, siete años más tarde, estuvo rodeado de su escándalo.
La vida común con Fortabat duró 27 años. Al morir él, Amalita quedó como única heredera de todos los bienes. En su libro Los dueños de la Argentina, Luis Majul sugirió que ella cambió el testamento para quedarse con todo. Según el periodista, tras la muerte de Fortabat su testamento no se encontraba por ningún lado y hubo alguna situación confusa hasta que apareció.
Quienes investigaron el crecimiento de Loma Negra durante la dictadura señalan que primero la ayudó la tablita de Martínez de Hoz, que subió el precio del cemento, y más tarde la fiebre edilicia que acompañó al Mundial ‘78.
La segunda buena época fue la presidencia de Raúl Alfonsín, cuando su poder de lobby le permitió quedarse con grandes obras públicas como El Chocón, Yacyretá y Salto Grande.
Con Carlos Menem entró al mundo de las privatizaciones, aunque de manera tangencial. Se quedó con el Ferrocarril Roca. Luego incursionó, con malos resultados, en el negocio de los medios de comunicación. En La Prensa gastó 20 millones de dólares hasta que la abandonó la suerte. Lo mismo sucedió con radio El Mundo y Horizonte.
Curaría esas penas viajando por el mundo como embajadora plenipotenciaria de la Argentina, cargo en el que fue designada por Menem. Amalita lo había conocido a través de un coronel del ejército, Luis Prémoli, con quien mantuvo un largo romance. Pero su entrada al menemismo ocurrió recién en la campaña electoral del ’89.
Ella misma se ocupó de contarlo: “Yo le dije: ‘Creo que lo quiero apoyar en su campaña’”, recordó en un reportaje. “¿Cómo hacemos con el dinero? ¿A quién se lo doy?’ Y él: ‘Señora, que entre usted y yo no sea jamás cuestión de dinero’. Llamé a su hermano Eduardo y le dije: ‘Tomá, para la campaña’. Y ganó.”
El riojano le devolvió el favor no sólo convirtiéndola en embajadora sino también en titular del Fondo Nacional de las Artes. Ella parecía a sus anchas en el cargo. Pintora, poetisa y bailarina de tango, siempre le gustó mostrarse como una mecenas. Auxilió a Palito Ortega a salir de la bancarrota y, puesta a impulsar iniciativas más serias, llegó a crear sus propios premios artísticos de fomento de la cultura. Los dejó de otorgar después de que en uno de sus concursos el jurado premió a la novela El Anatomista, de Federico Andahazi, que hablaba del descubrimiento médico del clítoris. Los ‘90 fueron su década de brillo, los años en que sus cumpleaños reunían a Domingo Cavallo, Mirtha Legrand, Susana Giménez, Jorge Triaca, Alvaro Alsogaray y Fernando de la Rúa. Las publicaciones de esa época –era una abonada en Caras– la pintan como la mujer que conoció a las importantes personalidades del mundo: los Kennedy, De Gaulle, Rockefeller, Borges y Gorbachov se habían codeado con ella.
Su poder declinó con el menemismo. Después de tener que vender parte de sus campos, hace ya unos años que delegó la dirección de Loma Negra, primero en su nieto y luego en Víctor Savanti. Ninguno pudo evitar que la empresa se viniera a pique. Cómo estarán las cosas, que Amalita debió descolgar de las paredes de su casa un Degas y un Corot para venderlos. En la subasta de Sotheby’s consiguió unos magros 16 millones de dólares. Le quedó el consuelo de mantener su Gauguin, por el que nadie quiso pagar los 20 millones que pedía.

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