EL PAíS
Buscando resultados por autopista o por colectora
El presidente Kirchner planteó la elección como un plebiscito. Sin embargo, necesita sumar diputados fieles y evitar fugas. Para eso, piensa permitir listas K por dentro y fuera del PJ.
› Por Mario Wainfeld
En otro hemisferio, Tony Blair aspira a ganar las elecciones, para lo cual su partido debe obtener muchas bancas. Una cosa apareja la otra, en esas tierras racionalistas. En este Sur, Néstor Kirchner quiere ganar las elecciones y sumar muchas bancas. Pero donde campea el realismo mágico, la construcción de la victoria y de una mayoría parlamentaria es más sofisticada que en la rubia Albión.
¿Cómo se computan los votos de un plebiscito sobre alguien que no es candidato, en una elección dividida en distritos? La respuesta sería simple en Inglaterra, donde hay disciplina partidaria y un esquema lineal para nuestros ojos. Acá reina una sofisticación mayor. Kirchner es peronista pero crítico del PJ. Muchos de sus aliados piensan parecido. Otros van más allá, no son peronistas pero sí son críticos del PJ. En términos de interpelación a la opinión pública, el Presidente se ha ingeniado para contenerlos a todos durante cerca de dos años. Puesto frente a opciones electorales, se le hará más peliagudo evitar fugas.
El Presidente será el referente de todos los peronismos provinciales, por ende el mayor indicador del plebiscito serán los votos del PJ. Habrá matices, claro. En algunas provincias el PJ llevará su propio sello, en otras se presentará como Frente para la Victoria, para tratar de complacer a disidentes o transversales. En ciertos distritos (la Capital, por caso) ese maquillaje es casi condición de viabilidad electoral. Los compañeros peronistas, tan versátiles ellos, no harán mucha cuestión por el tema. En la provincia de Buenos Aires el duhaldismo pataleará un poco más, pero en la Rosada confían en que admitirá ese rótulo. La Plata, al fin y al cabo, bien vale una misa.
El PJ tracciona muchos votos pero también los expulsa, un costo que Kirchner ha decidido pagar, ciertamente en la menor cantidad posible. Para atenuarlo, confía en urdir una suerte de ley de lemas de facto, resucitando una herramienta muy cara a los oficialismos de toda laya en el país. Que florezcan cien listas. Este operativo, más viable en grandes centros urbanos, de mucha población y algún pluralismo suena de improbable efecto para evaluar el plebiscito. Kirchner puede amañar en paralelo acuerdos con José Manuel de la Sota y Luis Juez, pero es claro que éste, en campaña, deberá despegarse del Gobierno (al menos de sus aliados) y tomar un cierto sesgo opositor. Así las cosas, quienes sumen votos K, deberán asumir que eso tiene algún límite cartesiano, aun en esta tierra de milagros.
Diputados del palo
Kirchner no sólo aspira a plebiscitar su gestión y llevar muchos legisladores al Congreso. Está decidido a aumentar sensiblemente la cantidad de senadores y, muy en especial, de diputados nacionales de su propio palo. Ocurre que el Congreso, que le levanta las manos con fervor, no alberga tantos diputados kirchneristas. Los peronistas realmente existentes acompañan al Gobierno, verticales al éxito, como postula la verdad número 21. Kirchner no se siente saciado con esos compañeros que siempre echan un vistazo previo al crecimiento del PBI y a las encuestas de imagen. Desea tener más gente consustanciada con su proyecto, que comparta con él las frutas maduras pero también las verdes. La cantidad de personas muy cercanas, que están en función de gobierno y que van camino a ser candidatos a legisladores (Cristina Fernández, Oscar Parrilli, Horacio Rosatti, Héctor Icazuriaga) son un buen indicador de esa pulsión presidencial. Varios de ellos, dicen las encuestas que el Gobierno consulta con ahínco, también aportan al plebiscito.
Mas, ay, a veces la busca de la mayoría impone ser más dúctil y proponer candidatos que no son un prospecto de plena docilidad en el Congreso. La vicegobernadora santafesina María Eugenia Bielsa, a quien Kirchner procura tentar para ir por una diputación, varios virtuales candidatos en Capital (Pablo Lanusse, Patricia Vaca Narvaja) dan la impresión de ser más redituables en términos de votos en octubre que de ciega disciplina parlamentaria a partir de diciembre.
La avasallante hegemonía política del Gobierno también sirve para sumar. De la Sota –otrora un adversario recalcitrante de Kirchner, quien cultiva odios largos y lo sigue aborreciendo– corrió a decirle al Presidente que los cabezas de lista del PJ cordobés serán los que designe la Rosada. Cuando eso ocurre, la gente K se topa con otro problema, su escasa difusión territorial que le dificulta proponer gente del palo, aun donde pueda. La solución podría ser, otra vez, apelar a los equipos del gobierno nacional. Eduardo di Cola, mandamás del Correo, se prueba el traje de candidato.
El alquimista
Kirchner busca resolver sus variopintos objetivos con llamativa creatividad política. Cultiva con fervor alianzas con partidos chicos, bien críticos del peronismo tal y cual es. Esas fuerzas se niegan a confluir con al PJ en distritos donde lo lideran duhaldistas o menemistas en tránsito. Pues bien, los compañeros irán por afuera. Distraídamente, por ejemplo, los estrategas presidenciales acompañan un armado que hace Patria Libre en Salta. Kirchner será apoyado por el gobernador Juan Carlos Romero, un converso de aquellos. “Los muchachos”, con viento a favor desde la Rosada, amañan una boleta alternativa en la que no le harán ascos a sumar, si se puede, a uno de los docentes que condujo una huelga homérica contra Romero, quien fue compañero de fórmula de Menem hace apenitas dos años.
Los peronistas suelen ser laxos en sus armados electorales, bien predispuestos a todo tipo de alquimias, incluida la de romper para volver. Kirchner ha superado la audacia media enhebrando alianzas con el radicalismo, una suerte de límite no impuesto tanto por las (difícilmente escarbables) diferencias ideológicas cuanto por la rivalidad histórica. La negociación con el gobernador radical Jorge Cobos para incluir al peronista Juan Carlos Abbihaggle en la boleta de diputados nacionales mendocinos, siendo que el PJ va a hacerle fuerza en los comicios, es toda una innovación. Para “armar” con gobernadores de otros palos, Kirchner se vale de una serie de recursos materiales y simbólicos. Trata a los gobernadores radicales con tanta (a veces mayor) fruición que la que reserva a los peronistas. Los mune de recursos pero les hace sentir que conserva la llave de la caja. Les da testimonio de su alternatividad ideológica. Una mezcla de poder y seducción le permiten armar una relación fértil, muy abonada por dos datos: a) el Estado nacional ha recuperado centralidad, poder con relación a las provincias. Los gobernadores ya no son los barones de Juan Sin Tierra, más poderosos que el monarca si iban en banda.
Y b) tiene una caja fornida, obras públicas para diseminar, bancos estatales que reportan a la Rosada como soldados.
Aun con tamaños recursos, está por verse si el Presidente consigue plasmar en los cierres de lista las operaciones de las que viene conversando. La cultura política distrital, los micropoderes locales (intendentes, partidos provinciales) le harán fuerza en contra. La tradición dice que el PJ y la UCR son como River y Boca, antagónicos que no pueden difuminar sus identidades al límite de fusionarse. Si lo de Abbihaggle resulta, sentará todo un precedente no menos disruptivo de la historia que la propuesta de Dubai.
Colofón provisorio
Blair ganará o perderá pero su tránsito hacia el resultado evoca al de un conductor europeo que transita una autopista, respetando los carriles, a la velocidad permitida.
Kirchner, que se propone varias cosas al unísono (entre ellas derrotar a Eduardo Duhalde sin interna y sin humillación), recuerda más a un chofer argentino, que cambia de carril a cada rato, que mete cambios todo el tiempo. Busca resultados (y trata de armar listas) por la autopista, por la colectora, por ignotas picadas de montaña, por caminos de provincia. Revulsivo de las identidades políticas, apela a la máxima maquinaria política de la Argentina en alarde de real politik. A todo lo que da, trata de ir armando, en cada encrucijada, su propia aventura.
Lo que tiene enfrente es tan poco, tan magra es su competencia interna que tiene buenas chances de llegar adonde ansía.