Lun 09.05.2005

EL PAíS  › OPINION

De ratas y otras yerbas

Por Eduardo Aliverti

Todo comenzó con una carta de lectores escrita por la reina madre de las ratas hembra. Si el activador de esa repartija de mierda entre primus interpares hubiese sido otro, de menor densidad, convengamos que la repercusión del asunto –que nada tiene de novedoso– habría pasado como si tal cosa. Primer factor, entonces: el ensimismamiento mediático en el caso de los sobresueldos no proviene de revelación original alguna, sino de la característica simbólica de la rata escribiente y abandónica.
A partir de aquí, orden aleatorio. Una rata de ésas, enojada, merece mucha más atención que un raterío cualquiera. Porque su ánimo de venganza, perdida por perdida, podría carecer de límites. Los medios grandes encontraron una ranura que les cayó como anillo al dedo para jugar a que son periodismo de denuncia e investigación. Pisar ratas es un acto admisible y hasta simpático para los valores sociales medios. Los periodistas de esos medios redoblan la apuesta de sus patronales y se sienten anchos en el papel del Gran Hermano Indignado. Presentan como exclusivas las notas a ratas arrepentidas, que les dan entrevistas a todos para ganar, primero, excusas judiciales; y después o a la vez o al revés, fama de haber tirado la primera piedra. Los pastores electrónicos del periodismo independiente claman contra una Justicia a la que juzgan, cínica certeza mediante, con destino de inoperante; y compiten a ver quién es el que la tiene más larga desde la comodidad del aplastar roedores.
Ya son tiempos de campaña electoral, y calza a la perfección que vuelva a alimentarse la imagen corrupta de los ’90 frente a este nuevo tiempo en que la imagen dejó de lado la pizza y el champán. La oposición, sustentada en sus figuritas televisadas sin más partido ni convocatoria que sus recortes unipersonales, cae en el juego y se pregunta si acaso no habrá sobresueldos ahora mismo. Y el Gobierno, al que el momento histórico le veda la estupidez de dejar el flanco ostensible de que su gente cobre por izquierda, retruca que todo lo que se cobra es por derecha.
En síntesis: las ratas se atacan entre sí, los medios grandes ganaron tema, la oposición mediática se rasga las vestiduras no se sabe contra quién y la “opinión pública” no recorre otros andariveles más profundos, mientras el oficialismo corre el solo riesgo de que algunos de sus menemistas devenidos kirchneristas queden salpicados para atrás. Lo último, o lo primero, sería que el fondo de todos los fondos es un ¿mamarracho? ¿agenda pública? ¿cortina de humo? ¿humor social? ¿sociedad teledirigida? ¿conspiración de los tontos? ¿manipuleo ingenioso? ¿manipuleo de patas cortas? en el que la verdadera corrupción queda intocada. Como debe ser mientras una ¿gilada gigantesca? asumida como tal o inconsciente de ello, se dedica a aceptar o creer lo contrario.
Hoy son los sobresueldos del festín menemista. Mañana, como ayer y como cuantas veces sea, la razón periodística de impacto fácil y, mucho antes, la necesidad de ricos y poderosos en tanto clase dominante, será o volverá a ser que se discuta la nimiedad estructural de que los legisladores se aumentan las dietas mientras los jubilados padecen hambre o sufren al PAMI. O si hay derecho a que los piqueteros corten accesos, perjudicando el derecho a transitar de los ciudadanos automovilistas. O por qué hacen paro trabajadores que ganan mejor que otros trabajadores. O si aumentar sueldos genera inflación. Es patético, pero demasiado razonable. Mientras la discusión sea ésa y con ese grado de frivolidad, las cuestiones auténticamente decisorias prosiguen arrumbadas en un rincón lejano que los bloques del poder aspirarían a dejar fijo para siempre. La distribución de la riqueza, las condiciones laborales, el proyecto de país a largo plazo, el sistema impositivo, los intereses compatibles y antagónicos con el resto de Latinoamérica, el ALCA, la propiedad y aprovechamiento de los recursos naturales: la suma de todas esas partes clave, y cada una de ellas, quedan licuadas por aquellos aspectos secundarios, o más bien últimos, de cualquier debate que se precie de estructural. La condena será moral. Ya es, mejor dicho. Y ya es hace rato, desde que estalló la capacidad del neoliberalismo menemista para hacer creer que la fiesta dejaba lugar para todos y para la eternidad. La Justicia podría encontrar algún dudoso vericueto que los pene, pero, sea sólo moral o además penal, ¿con qué nos encontraremos al final de esta novela? Y sí: con que las ratas la levantaron en pala y, en el mejor de los casos, con que alguna acompaña a la reina madre en alguna celda de algún pabellón de Gendarmería. Qué lo parió, diría Inodoro Pereyra. Qué novedoso, qué liminar, cuánta ejemplaridad y cuánto que aprendimos. Y cuánto que nos sirve. Si el centro de la polémica y de las conclusiones argentinas está dado por las revelaciones puntuales de cómo robaron la rata y sus secuaces, nadie dude de que, hasta donde da la vista, estamos listos.

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