EL PAíS
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Justicia de clase
Por Eduardo Aliverti
Tanto en el caso de María Julia como en el de Chabán, un criterio centralmente ideológico es el único capaz de dejarnos a salvo de la desmedida importancia otorgada a una serie de especulaciones que, en el fondo de las cosas, terminan siendo anécdotas irrelevantes. Tan irrelevantes, a esos efectos, como los purismos jurídicos empleados para justificar el fallo a favor de Chabán. El Gobierno estaba preocupado por la posibilidad o seguridad de que María Julia con la boca abierta comprometiese a varios de sus funcionarios, y operó con el objetivo de mejor libre pero callada que presa pero vociferante. ¿Es comprobable? No. ¿Es verosímil y probable? Sí. Como insiste la rata pero de Harvard, Domingo Cavallo, todo esto no es más que una maniobra que comprendería a menemistas pasados que continuaron como tales, y menemistas presentes travestidos en funcionarios kirchneristas, para blanquear su enriquecimiento ilícito. En esa lógica, esta gente justifica y licua su andar de vida en un debate sobre lo que ganaban realmente como empleados públicos; y desaparecen las denuncias y la discusión sobre los negociados descomunales que protagonizaron y usufructuaron (desaparece el “robo para la corona”, en una palabra, y el auténtico robo personal). Maniobra, por último, que no sólo transforma la libertad de María Julia en un asunto secundario sino, y sobre todo, en funcional a su objetivo. ¿Es comprobable? No. ¿Es verosímil y probable? Sí. El Gobierno no tiene nada que ver, se sorprendió como el que más y está que trina porque juzga que en la opinión pública la libertad de Alsogaray le juega en contra: “la gente” interpreta, justamente, que el oficialismo sí tuvo que ver. El Gobierno cae en la cuenta, entonces, de que más allá de haber reestructurado la Corte Suprema no supo, o no quiso, avanzar en una reforma profunda de la corporación judicial. Pero como toda variante se le ocurre vengarse de los jueces federales, o de algunos, con alguna operación que ya se conocerá. ¿Es comprobable? No. ¿Es verosímil y probable? Sí. María Julia tiene razón y estaba presa por no ser peronista. Traducido: por no ser oficialmente de la omertà peronista, del código de honor siciliano y de la protección federal a los miembros del partido. No es/era cuestión de identificación ideológica, sino de nomenclatura de carnet. O sea, primera en la lista como chivo expiatorio. ¿Es comprobable? No. ¿Es verosímil y probable? Sí.
Si es por lo particular, hablamos de que se le dispensó a un nombre emblemático, a una presa VIP, un beneficio temporalmente coincidente con su ventilador de mierda en posición 1 sobre 5. Y otro tanto a Chabán en su carácter de ranqueado mediático. Como quiera que sea, beneficio. Beneficio del que carecen miles y miles de presos comunes sin condena, y Justicia cuyo acceso está vedado para millones de habitantes que ni siquiera portan la condición de ciudadanos.
Y si es por lo general; por la suma de las otras hipótesis circulantes o por cada una de ellas, el punto clave es que todas son creíbles aunque todas o algunas o alguna puedan no ser ciertas. Y que sean creíbles basta y sobra para entender que lo único importante es un modelo de corrupción sistémico que permanece intocado por mucho discurso progre que intente demostrar lo contrario. Es aquí donde asoma, en todo su esplendor, la relación intrínseca entre los fallos excarcelatorios de Alsogaray y Chabán, por mucho que desde una visión jurídica parezca que sus causas no tienen conexión. Eso mismo ya es falso de toda falsedad, porque si hay una justicia para ladrones de gallinas y otra para delincuentes de guanteblanco, nadie, seriamente, puede sostener la teoría de un Derecho ciego ante los privilegios de clase.
En el caso de Chabán se alude a su carencia de antecedentes penales. Y la derecha y los periodistas operados u operantes hasta se dan el lujo de recostarse en que el origen de este desquicio es el criterio “garantista” del progresismo jurídico, como si pudiese equipararse la necesidad de proveer de mayores defensas a quienes están librados a la mala de Dios con los recursos de aquellos que, por portación de bienes y apellido, tienen los tribunales a sus pies. Chabán, tanto como María Julia arguyó que estaba presa por no ser peronista, expuso por vía de su defensor que era el pato de una boda con responsables políticos impunes. ¿Quién podría negarles razonabilidad a esos argumentos pero, infinitamente previo a eso, quiénes no pueden despabilarse y enjuiciar que el argumento no es ése sino el oprobio de que para existir algo así hay un sistema anudado con el fin de que exista?
María Julia y Chabán son, ante todo, el símbolo de que en el fondo de las cosas no cambió nada de nada, se elija la hipótesis que se eligiese. Decida esta sociedad si frente al retorno de Alsogaray a la Recoleta, y del eventual de Chabán a alguna de sus guaridas repugnantes pero lícitas, apenas expresará su decepción y su enojo, o si será capaz –si serán capaces sus sectores más dinámicos, en realidad– de construir una opción política distinta, en lugar de conformarse con más de lo mismo pero con otra careta.