EL PAíS
Primeros pasos rumbo al Festival del Bicentenario
Como un momento de festejo y de reflexión para mejorar definió el secretario de Cultura, José Nun, al bicentenario de la Revolución de Mayo, al abrir un ciclo de debates en la Biblioteca Nacional.
› Por Luis Bruschtein
“Más difícil que un proyecto fundacional es hacer un proyecto nacional cuando los dados están tan marcados como ahora, con altos niveles de desigualdad y cuando el 95 por ciento de las grandes empresas argentinas han dejado de serlo”, afirmó ayer el secretario de Cultura de la Nación, José Nun, al abrir el ciclo “Debates de Mayo: a cinco años del bicentenario”, que culminará hoy en la Biblioteca Nacional.
Al abrir esta primera actividad pública de la serie de actos que culminarán en el 2010, al cumplirse el bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810, Nun citó a Durheim para referirse a la idea de festival, “no como efemérides o evento, sino como un momento de entusiasmo colectivo, de efervescencia, que permite a la sociedad revisar y mejorarse”. Tras las palabras del secretario de Cultura se presentaron dos paneles: “1810 y la vigencia del debate histórico: ¿qué fue y qué recordamos del 25 de Mayo?”, con los historiadores José Carlos Chiaramonte, Beatriz Bragoni, Jorge Myers, Marcela Ternavasio y Elías Palti; y otro sobre “Democracia y Nación: ¿es posible una democracia sin proyecto nacional?”, con la participación de José Pablo Feinmann, Carlos Altamirano, Eduardo Rinesi y Pablo Semán.
“La convocatoria se hace a la sombra de 1810, pero iluminada por las posibilidades del 2010 –señaló el secretario–, se propone hablar del pasado para construir el futuro.” En ese sentido, los historiadores alertaron sobre asignar al pasado valores del presente. Chiaramonte hizo hincapié en los contenidos que se daba en el siglo XIX a conceptos como democracia, pueblo, nación o independencia, bastante alejados de como pueden concebirse en la actualidad. La traducción literal del proyecto revolucionario de 1810, concluyeron, sería muy distinta a las intenciones que verdaderamente movilizaron a los revolucionarios de mayo. El mismo Chiaramonte destacó en este caso la importancia que tuvo la Constitución de los Estados Unidos al abrir un nuevo concepto federativo para la organización política de las naciones.
Con respecto a la conformación de un proyecto nacional, Nun planteó tres ejes posibles: la autonomía, “no como un camino de aislamiento, sino como una aproximación a formas de mayor grado de independencia en las decisiones, la recuperación nacional del poder de decisión, algo que en este aspecto ha avanzado mucho este gobierno”. El segundo eje sería la unidad, “no solamente territorial, sino también económica y social”. Y el tercero, la identidad cultural “que no es uniformidad, sino respeto a la diversidad cultural, en un marco de solidaridad”.
En la segunda mesa, Feinmann recordó que el primer centenario fue bajo estado de sitio. “Era la Argentina de la Ley de Residencia de Miguel Cané. No era una Nación democrática, era el proyecto de la generación del ’80, de una elite que desde la economía se planteaba como complementaria de Europa.” También mencionó que el proyecto del ’45 tampoco fue democrático. “Se asentaba en las masas de campesinos que migraban a las ciudades para convertirse en obreros, los ‘grasitas’, y este proyecto es el que llega al nivel más alto de nuestra historia en cuanto a distribución de la riqueza. Los iluministas de la Revolución de Mayo tampoco eran democráticos, entonces tenemos Nación sin democracia en mayo, Nación sin democracia en los ’80 y Nación sin democracia en el ’45. Parecería –desafió– que no es posible un proyecto nacional con democracia.”
Altamirano hizo un paralelo entre América latina y América sajona, como “una diferencia que es constitutiva de América latina, no hay identidad sin alteridad”. Señaló que el proyecto que comienza a mediados del siglo XIX se basó en capitales extranjeros y en la inmigración masiva y creó una relación especial con el resto de América latina. Una línea de pensamiento que encarnó en Carlos Octavio Bunge hacia una lectura elitista que deducía los males de la política criolla por “la soberbia española, la indolencia de los indígenas y la pereza de los negros”. Otra corriente opuesta, encarnada en Manuel Ugarte, “buscó las explicaciones en la economía, el poder en manos de una oligarquía, y además decía que el cambio de esa situación estaba al alcance de la voluntad colectiva”.
Eduardo Rinesi reflexionó sobre el sentido de proyecto nacional y señaló que el mismo “tiene a la Nación tanto como objeto como sujeto” y retomó el guante que había arrojado Feinmann, para puntualizar que desde ese lugar, un proyecto nacional debía ser esencialmente democrático. “Lo mejor –finalizó– es hacer una apuesta fuerte por un Estado popular, democrático y activo, de avanzada.”