Vie 20.05.2005

EL PAíS

Kirchner le quitó a Amalita el cargo que le había regalado Menem

Era embajadora plenipotenciaria, una función que Menem le había dado luego de que ella colaborara con su campaña. Amalita ya había sido desplazada del Fondo Nacional de las Artes.

› Por José Natanson

Al menos le quedan algunos cuadros y unas 155 mil hectáreas de campos. Además, claro, de una parte de los 825 millones de dólares que obtuvo por la venta de Loma Negra. Esto, que para cualquier mortal sería una fortuna, quizá sea poco para Amalita Lacroze de Fortabat, que supo ser una empresaria milmillonaria, que presidió el Fondo Nacional de las Artes y que ayer, por orden de Néstor Kirchner, perdió su último cargo de prestigio: el de embajadora plenipotenciaria.
“Creo que lo quiero acompañar con su campaña. ¿Cómo hacemos?”, le dijo Amalita a Carlos Menem en 1989, en plena pelea por la presidencia. “¿A quién le doy el dinero?”, preguntó la heredera de Loma Negra, según su propio relato. Y Menem, un caballero, respondió: “Señora, que entre usted y yo no sea jamás una cuestión de dinero”. Entonces ella llamó a Eduardo Menem y le dijo: “Tomá, para la campaña”. Asunto arreglado.
Así comenzó la amistad entre Amalita y Menem, que poco después de asumir devolvió el favor con un par de cargos –embajadora y titular del Fondo Nacional de las Artes– que le permitieron a la señora superar el prestigio opaco del dinero y proyectarse como lo que siempre quiso ser: una personalidad internacional, una mujer prestigiosa, una mecenas de las artes.
Amalita aprovechó sus credenciales para viajar por el mundo, codearse con los Rockefeller y los Kennedy y fotografiarse semana de por medio en la revista Caras. Festejó su cumpleaños con Susana Giménez, saludó a Gorbachov y quiso, también, utilizar su cargo para esquivar a la Justicia: en 1998 alegó que tenía “inmunidad diplomática” para evitar registrar sus huellas dactilares en una causa por injurias que le inició un empresario, pero la Corte Suprema le denegó el privilegio.
Las cosas cambiaron mucho en los últimos años: uno de sus nietos tomó el control de Loma Negra y su ambiciosa y desafortunada estrategia empresaria se sumó a los efectos de la crisis de la convertibilidad, que ni siquiera Amalita pudo evitar. Ella, que desde 1976 lideraba con éxito los destinos de su empresa, que creció al calor del plomo de la última dictadura, se consolidó con Alfonsín y gracias a su poder de lobby se quedó con obras monumentales como El Chocón y Yacyretá, que siguió ascendiendo con Menem y llegó a arañar los 1800 millones de dólares; ella, que en su mejor momento estuvo en el top 300 de Forbes y controlaba un verdadero imperio económico, finalmente se vio obligada a achicarse. Y de la peor manera: el año pasado descolgó de las paredes de su tríplex en Libertador un Degas y un Corot, que remató en Sotheby’s en 16 millones de dólares, y poco después tuvo que desprenderse de su avión, un espléndido Bombardier. Un mes atrás terminó de negociar la venta de Loma Negra al grupo brasileño Camargo Correa.
Conservó un Gauguin, que nadie quiso comprar en 20 millones de dólares, y decidió dedicarse a la construcción de su museo, a los campos y –según dijo– “a la acción social”. Ya había sido desplazada del Fondo Nacional de las Artes, que cambió de administración con la llegada de José Nun a la Secretaría de Cultura. Y ayer perdió su último privilegio, a través de un decreto brevísimo, que lleva las firmas de Kirchner y el canciller Rafael Bielsa. “Dése por finalizada la asignación del rango protocolar de embajador extraordinario y plenipotenciario a la señora María Amalia Sara Lacroze de Fortabat.”

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