Mar 21.06.2005

EL PAíS  › OPINION

Sin Chiche y con Felipe

› Por Mario Wainfeld

Desde que se metió a fondo con el armado de las listas bonaerenses (redondeando, desde principios de este año), Néstor Kirchner tuvo en mira un acuerdo ventajoso con Eduardo Duhalde. Su objetivo entonces era plasmar la candidatura de Cristina Fernández (con los colores del Frente para la Victoria y no del PJ), desechar la de Hilda González, dejar en claro que era él (el Presidente) quien dominaba la situación, que ya no era el Chirolita de Duhalde ni su socio por mitades, sino un aliado dominante que le imponía condiciones.
Para Duhalde imaginaba una participación en la boleta de diputados nacionales, la preeminencia en las listas de legisladores provinciales y la intención de “no humillarlo”.
Como se ve, algunos objetivos eran precisos (la candidatura, el veto, las siglas partidarias) y otros, aunque concretos, más esquivos a la cuantificación (la preeminencia, la “no humillación”).
En ese esquema, la progresiva instalación de la candidatura de la hoy senadora por Santa Cruz jugaba al unísono como catalizador de la presión a Duhalde y como alternativa en caso de no llegarse a un acuerdo. La expresión “Plan B”, grata a las jergas de periodistas y operadores, es quizá imperfecta para designar esa movida paralela, pues sugiere un carácter subalterno, siendo que los políticos de raza generan escenarios novedosos, a los que luego ajustan sucesivas tácticas. Los objetivos no son estáticos sino móviles, subordinados a los cambios de escena.
La postulación de Cristina Fernández de Kirchner fue debilitando la posición del socio minoritario-antagonista y haciendo más viable la hipótesis de hacerlo antagonista, a secas, “yendo por afuera”.
Esta contingencia estaba prevista en el plan inicial, que relegaba a un rol muy segundón a Felipe Solá. El gobernador bonaerense no tallaría en las listas nacionales, tendría poco cobijo en las provinciales y no intervendría en el tejido final del acuerdo.
En el decurso de los seis meses, la correlación de fuerzas prosperó a favor del kirchnerismo, lo que era de esperar. E irritó al duhaldismo acaso más de lo esperado. Pero algo inopinado ocurrió, que fue la salida al ruedo de Solá.
Cuando el gobernador armó su línea interna, en abierto reto al duhaldismo, las reacciones en la Rosada oscilaron entre el reproche y una irónica distancia. Andando el tiempo, en la medida que Solá consiguió punzar el sistema de lealtades de Duhalde, la actitud cambió. El éxito santifica a los audaces y transforma en orgánicos a los francotiradores reza una consigna del pragmatismo político que es muy previa al peronismo pero que los justicialistas aplican como ninguno. “Felipe” benefició objetivamente al kirchnerismo y, desde entonces, el esquema de lista de unidad cambió, sumando requerimientos materiales y simbólicos que atañen al gobernador o a la provincia, cuando menos. Ahora, las listas provinciales deben repartirse en tercios (K, felipistas y duhaldistas) y la (virtual pero simbólica) mesa de acuerdos debe albergar a Solá.
Forzado a retroceder, el duhaldismo ha hecho saber al Presidente que está dispuesto a aceptar el viejo pliego, retractando la candidatura de Chiche Duhalde y aceptando el diseño de boletas nacionales que dibuje Kirchner. Así se lo comunicó al jefe de Gabinete Alberto Fernández el casi único intermediario válido entre ambos grupos, José María Díaz Bancalari, tal como informó Página/12 anteayer. Pero el cuantificable retroceso en la urdimbre de las boletas territoriales y el simbólico ascenso de Solá siguen siendo, por ahora, tópicos no concedidos por el duhaldismo que anhela el acuerdo pero cuya capacidad de resignación todavía no ha llegado a ese límite.
Así están las cosas hoy día, en medio de un trámite en el que proliferan bluffs (como fue la pegada de carteles en pro de Chiche de ayer) y maniobras distractivas. El Presidente ha venido manejando la negociación con tácticas similares a las que adoptó en las tratativas con el Fondo Monetario Internacional, con los bonistas privados, con las privatizadas de servicios públicos. Kirchner gusta tensar la cuerda hasta el límite (amenazando con patear el tablero) en pro de mejorar su posición relativa. Lo hace de modo convincente, en parte porque no tiene pánico al escenario de ruptura. En esos casos precedentes, en definitiva, cerró trato habiendo prosperado en su posición relativa. En éste, que conserva final abierto, cabe remarcar una diferencia y un dato. La diferencia es que en esas pulseadas Kirchner era el más débil, mientras que ahora prevalece.
El dato es que el decurso del tiempo ha jugado a favor de su posición, muy especialmente merced al olfato triunfalista de los intendentes bonaerenses que barren records de natación para cruzar el Jordán de las pertenencias.
El Presidente, que sabe-gusta de manejar el poder tiene muchas mejores barajas que Duhalde. Hoy y aquí le cabe a él analizar si mejora algo el reparto de los cargos provinciales y camufla un poco la presencia de Felipe, lo que aseguraría una lista de unidad. O si sigue traccionando al duhaldismo a aceptar in totum las actuales condiciones. O si rompe. El duhaldismo no puede imponer condiciones, a fuer de rival débil. Aunque siempre le queda elegir el riesgo de la confrontación.
Kirchner puede llevar, de hecho lleva, con puño de hierro la lid. Lo que no puede decidir por sí solo son las consecuencias de la opción que, en definitiva, elija. La lista única lubrica la gobernabilidad, la suma de votos para el “plebiscito” y la pax romana en el PJ. Pero puede mellar su reputación e intención de voto entre los independientes y los transversales. Los efectos de ir por afuera serían prolijamente inversos. Ganar una interna es difícil. Elegir una jugada que habilita ciertos beneficios sin pagar los condignos costos es algo que suele escapar a las posibilidades de los seres humanos.

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