Sáb 09.07.2005

EL PAíS  › IDENTIFICARON LOS RESTOS DE TRES
FUNDADORAS DE MADRES DE PLAZA DE MAYO DESAPARECIDAS

“No se puede hacer desaparecer lo evidente”

El hallazgo de los cadáveres implica por primera vez la existencia de una prueba científica irrefutable de los “vuelos de la muerte”. Las mujeres estuvieron secuestradas en la ESMA. La historia de las tres mujeres que desaparecieron por denunciar a la dictadura.

› Por Victoria Ginzberg

“Nuestras madres, incansables luchadoras que dieron la vida por sus hijos, no pudieron vencer a la muerte, pero eran tan obstinadas que sí pudieron vencer al olvido. Y volvieron. Volvieron con el mar, como si hubieran querido dar cuenta, una vez más, de esa tenacidad que las caracterizó en vida. La presencia de sus restos da testimonio de que no se puede hacer desaparecer lo evidente. Volvieron con ese amor incondicional que sólo las madres tienen por sus hijos, para seguir luchando por ellos, por nosotros.” Los hijos de Azucena Villaflor de De Vincenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco eligieron estas palabras para compartir el hallazgo de los cuerpos de sus madres, fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. Estas mujeres, que hace 28 años se organizaron para pedir justicia, aportaron ahora una prueba irrefutable para la investigación de los crímenes del terrorismo de Estado: la primera evidencia científica completa de “los vuelos de la muerte”.
Los primeros indicios que condujeron al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) a identificar los restos de las fundadoras de las Madres aparecieron entre los resquicios que dejó la burocracia de la última dictadura. Una huella dactiloscópica hallada entre los papeles de un archivo de la Policía Bonaerense, perteneciente al laboratorio de necropapiloscopía, y un viejo expediente judicial de la ciudad de Dolores reclamado por la Cámara Federal porteña en las causas por la búsqueda de la Verdad condujeron al sitio donde podía estar enterrada una de las mujeres secuestradas el 8 de diciembre de 1977 en la iglesia Santa Cruz.
El lugar señalado era el cementerio de General Lavalle. El EAAF exhumó allí siete cuerpos que habían sido enterrados como NN después de haber sido encontrados en las costas de San Bernardo y Santa Teresita entre diciembre de 1977 y enero de 1978.
Durante la dictadura ya había circulado el rumor de que habían aparecido cuerpos en la playa que podrían ser de las Madres de Plaza de Mayo secuestradas. Otras Madres intentaron llegar hasta allá, pero no las dejaron.
La información era conocida por el gobierno de Estados Unidos. En un documento desclasificado por el Departamento de Estado, el embajador Raúl Castro informó que se había enterado por una fuente confidencial del hallazgo de siete cadáveres en la costa atlántica y que éstos podrían pertenecer a las Madres de Plaza de Mayo.
Entre abril y mayo de este año se corroboró, a través de análisis de ADN, que tres de esos cadáveres eran los de Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de De Vincenti. Los otros cuatro cuerpos también pertenecerían al grupo de familiares de desaparecidos secuestrados entre el 8 y 10 de diciembre de 1977, pero aún falta la ratificación de los estudios genéticos.
El análisis antropológico forense determinó que la causa de la mayoría de las fracturas que las Madres tenían en sus huesos largos eran similares “a las que son habituales observar como producto de una caída de un cuerpo desde cierta altura y su impacto contra un elemento sólido”. Los médicos de la policía que realizaron la primera autopsia habían llegado a la misma conclusión. “Es una documentación científica de un ‘traslado’ aéreo. Esperemos que con esto se acaben las controversias”, señaló ayer en una conferencia de prensa Carlos Somigliana, del EAAF. También resaltó que “sin la tarea de los sobrevivientes, que fueron los primeros en narrar lo que había ocurrido, esto no hubiera sido posible”.
Hasta ahora, el EAAF había conseguido identificar a unas pocas víctimas de vuelos de la muerte, pero sin poder certificar el lugar en el que habían estado secuestradas. La mayoría del trabajo relacionado con la recuperación de los cuerpos de desaparecidos se vincula con víctimas que fueron directamente enterradas como NN en fosas comunes o individuales de distintos cementerios del país. Esta es la primera vez que se reconstruye el circuito represivo completo de quienes fueron arrojados al mar desde los aviones de las Fuerzas Armadas: Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco fueron secuestradas en la puerta de la iglesia Santa Cruz, y Azucena Villaflor en la esquina de su casa, en Sarandí, a partir de una tarea de inteligencia e infiltración en los organismos de derechos humanos realizada por el represor Alfredo Astiz; estuvieron detenidas en la Escuela de Mecánica de la Armada, fueron arrojadas al mar y enterradas como NN General Lavalle. Sus cuerpos serán ahora entregados a sus familiares. Su identificación se convertirá en una prueba absoluta de los crímenes que ellas mismas denunciaron hace 28 años.
“Ante la aparición de los restos de nuestras madres: juicio y castigo a todos los culpables”, señaló ayer, al abrir la conferencia de prensa en el auditorio de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (Utpba), Ana María Careaga. Los familiares de las tres mujeres exigieron que “quienes cometieron esos crímenes paguen por lo que hicieron”. Y reclamaron saber toda la verdad: quiénes fueron todos los represores que actuaron en la ESMA en esos años, quiénes piloteaban los aviones, quiénes eran los médicos y enfermeros que colocaban las inyecciones a los detenidos y quiénes los arrojaban al mar.

“No ha habido héroes anónimos”
“Sólo pido una cosa, los que sobrevivís a esta época no olvidéis. No olvidéis ni a los buenos ni a los malos. Reunid con paciencia testimonios sobre los que han caído por sí y por vosotros. Un día, el hoy pertenecerá al pasado y se hablará de una gran época y de los héroes anónimos que han hecho historia. Quisiera que todo el mundo supiese que no ha habido héroes anónimos. Eran personas con su nombre, su rostro, sus anhelos y sus esperanzas, y el dolor del último de los últimos no ha sido menor que el del primero cuyo nombre perdura.” Ana María Careaga citó al escritor y periodista checoslovaco asesinado por los nazis Julius Fucik antes de comenzar a contar la historia de su madre y sus compañeras.
Esther Ballestrino de Careaga nació en Uruguay, se crió en Paraguay y se refugió en la Argentina luego de militar en el Partido Revolucionario Febrerista, movimiento de orientación socialista y antiimperialista. Su familia la definió como “una militante de tiempo completo”, tarea que no abandonó en su exilio en Buenos Aires, donde se casó con Raymundo Careaga y tuvo tres hijas. Después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, Esther solicitó y obtuvo la condición de refugiada del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Los vínculos que el Plan Cóndor había formado entre los represores argentinos y los que estaban a las órdenes del paraguayo Alfredo Stroessner habían intensificado la persecución a los paraguayos en la Argentina. Su casa fue allanada varias veces, pero el 13 de septiembre de 1976 los militares le dieron el primer golpe definitivo: fue secuestrado su yerno, Manuel Carlos Cuevas, marido de su hija Mabel. El 13 de junio de 1977 se llevaron a Ana María, su hija menor, que estaba embarazada de tres meses. Esther se vinculó con otras mujeres que buscaban a sus hijos y que luego se convertirían en las Madres de Plaza de Mayo.
Después de cuatro meses en el centro clandestino de detención Club Atlético, Ana María recuperó su libertad. Esther se ocupó de sacar del país a sus hijas menores y luego volvió a la Plaza. Las otras Madres le preguntaron qué hacía allí, le dijeron que descansara. “Esto recién empieza, nos falta encontrar a los demás, todos son mis hijos”, dicen que dijo Esther. Poco después fue secuestrada con sus compañeras en la iglesia Santa Cruz.
Azucena Villaflor fue el motor de las Madres, su guía y su líder. Ejerció esa función naturalmente y hasta hoy su rol es indiscutido y respetado por todas las mujeres que formaron parte de ese movimiento de derechos humanos. De ella fue la idea de juntarse en la Plaza de Mayo, estrategia que empezó a tomar cuerpo en la sala de espera del vicariato castrense, donde ella y una larga fila de familiares de desaparecidos esperaban noticias que nunca recibieron. Algunos testimonios la recuerdan haciendo la misma propuesta en el Ministerio de Interior. Azucena buscaba a Néstor, su hijo, que había sido secuestrado el 30 de noviembre de 1976 junto a su novia en una barriada de Villa Domínico.
“Tenemos que hacer algo, juntas podemos hacer algo, pero separadas no vamos a lograr nada. Y lo tenemos que hacer en esta plaza, acá sucedieron las cosas más importantes del país”, recuerdan otras Madres que dijo Azucena en el primer encuentro en Plaza de Mayo, el 30 de abril de 1977.
La fundadora de las Madres había hecho sólo la escuela primaria. A los quince años comenzó a trabajar en Siam como telefonista y renunció diez años después, cuando se casó con Pedro De Vincenti. Azucena no estaba el 8 de diciembre de 1977 en la Santa Cruz. Fue secuestrada dos días después en la esquina de su casa. De acuerdo con el testimonio de un testigo ocasional, se resistió a sus captores con empujones y gritos, pero no pudo impedir que la subieran a un coche.
Luis Bianco describió a su madre, María Ponce de Bianco, como “una negra india tucumana de ley”. “Ella me enseñó a no temer a los mendigos, a la gente diferente, siempre decía: ‘Andá con dignidad y mirada limpia’”, recordó. Mary había estado afiliada al Partido Comunista, pero la posición política que adoptó el PC durante la dictadura la llevó a la ruptura. Alicia Bianco mamó de su madre su carisma y empuje. Militó en Montoneros y en el ERP, y desapareció el 30 de abril de 1976, a los 23 años. Después del secuestro de su hija, Mary cerró el negocio familiar –una colchonería– y se dedicó tiempo completo a buscarla.
Ayer, en el día de la confirmación de su muerte, la vida de las tres mujeres estuvo más presente que nunca. Las Madres que las conocieron, las que presenciaron el operativo de la Santa Cruz, emocionaron a todos los presentes en el auditorio con sus recuerdos. “La desaparición de Esther, Mary y Azucena no fue fortuita. La Marina decidió quiénes tenían que desaparecer para acabar con las Madres. Pero no fue así. Ese germen de resistencia habría de ser imparable, y de eso da cuenta la presencia aquí de las Madres con sus perdurables y dignos pañuelos blancos. Las razones de esa lucha siguen vigentes y las Madres la continúan activamente”, señalaron los hijos de las tres fundadoras en la conferencia de prensa. Nélida de Chidichimo, testigo del operativo en la iglesia, describió entre lágrimas: “Fue como el día que se llevaron a mi hijo. Ellos creyeron que el jueves siguiente no íbamos a estar en la Plaza, pero estuvimos y estamos. Ya llevamos 30 años”.

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