Dom 07.08.2005

EL PAíS  › OPINION

Una célula dormida

Por Mario Wainfeld

Sus mentores ya son figuras del pasado. Quienes promovieron sus nombramientos sólo podrían volver a la figuración pública merced a citaciones judiciales. Los cargos ejecutivos son transitorios, sujetos de modo más o menos directo a los vaivenes de la voluntad popular. Los jueces no son representativos sino vitalicios, en tanto dure su buen comportamiento. O mientras no se los sancione por el malo, que ése es el cabal caso de los jueces federales noventistas que moran en Comodoro Py.
Así, los ahijados pueden sobrevivir largamente a sus padrinos y, en ciertas contingencias, autonomizarse de ellos. Los federales remanentes, hoy por hoy, tienen más poder y vigencia que los funcionarios que les permitieron sentar sus reales en el sólido, cincuentista, edificio de Comodoro Py.
Claro que hay casos en que la lealtad perdura. Claudio Bonadío, por caso, sigue demorando la investigación sobre encubrimiento ulterior al atentado de la AMIA que podría involucrar a su protector y mentor, Carlos Corach. Y pensar que hay quien dice que ninguna virtud florece en Comodoro Py.
La defenestración de Juan José Galeano fue auspiciosa, pero cabe acotar que el castigado fue el eslabón más débil de la camarilla. El hombre era el que menos había podido hacer para garantizar su perduración. Ocurre que, por la magnitud del expediente de la AMIA, se lo relevó de ocuparse de otros. Para trabajar, eso podía ser una bendición. Para tener capacidad de resistir, un castigo.
Es que los federales han sabido armar su línea de defensa precisamente acumulando causas. Expedientes mal urdidos para obtener absoluciones de amigos sospechados, impunes luego porque nadie puede ser juzgado dos veces por un mismo delito.
O expedientes truchos, para servir de base a escuchas telefónicas que pueden incriminar o salpicar a enemigos o a funcionarios vulnerables las presiones ulteriores.
O expedientes contra funcionarios del gobierno de turno, que se hibernan a la espera de una instancia decisiva. Si el funcionario (o el gobierno) se ponen pesados, el trámite se activa. Si hay ondas de amor y paz, hasta se puede absolver. Lo mejor, en el estilo de los federales, es que esté en vida latente, apto para todo destino.
El advenimiento de este gobierno pudo parecerles riesgoso a los pollos de Hugo Anzorreguy y Corach. La auspiciosa ofensiva contra la mayoría menemista de la Corte Suprema quizá les hizo sentir que las campanas también doblaban por ellos. A dos años vista, sobreviven, ejercitando una de sus sabidurías proverbiales que es navegar a favor del viento de época, no ponerse de punta con el Gobierno. Mientras no están en jaque, no crean problemas, no producen sentencias chocantes. Algunos ejercitan añejas destrezas. Rodolfo Canicoba Corral, por ejemplo, cajoneó una denuncia de la Oficina Anticorrupción contra el secretario de Transporte Ricardo Jaime. A la vieja usanza.
El Gobierno pensó, en sus albores, una cruzada higiénica contra estos magistrados, responsables directos de un fenomenal vaciamiento de las instituciones. Con el correr del calendario, el entusiasmo del oficialismo mermó, quizá porque no se vio atacado por ellos. Acaso también porque la depuración del fuero no es prioridad en la agenda del ciudadano medio. Pero, amén de una incongruencia con sus mejores predicados, sería un error político dejarlos ahí. Desdeñosos de su misión, son una célula dormida, cuya capacidad de daño y cuya carencia de convicción democrática siguen altas e inconmovibles.

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