Lun 15.08.2005

EL PAíS  › OPINION

Los espejos del Garrahan

› Por Eduardo Aliverti

El conflicto del Garrahan es una de esas noticias de valor simbólico múltiple. Tiene componentes muy tentadores para quienes creen que “la realidad” es algo que se arregla o que debe o puede arreglarse en dos patadas. Por ejemplo: si la mayoría de los gremios está acordando con las patronales, y si la mayoría de los trabajadores de la salud pública está haciendo otro tanto, ¿por qué estos tipos siguen jodiendo? Luego, o antes, con los pibes no se juega. Los ingredientes de este enfoque social y periodístico se estructuran sobre un único elemento. La huelga. Es cierto: no cualquier huelga. Es una que afecta de modo directo a la dichosa familia argentina y a sus dichosos niños. En algunos casos porque efectivamente se trata de personas y personitas que sufren la falta de tratamiento en el Garrahan, y en otros porque son convocados los fantasmas del “a mí me podría pasar”. Arriba de esa cáscara, hay:
Que a esta sociedad, la salud pública le importa y gracias cuando el tema salta en la radio y la televisión. Una carta de lectores o un llamado que denuncia maltrato o mala praxis médica; un episodio magnificente como la eficiencia o no del sistema de emergencias en tragedias como la de Cromañón; un emblema como la situación en el Garrahan, son de las muy pocas cosas que mueven el rating y el espíritu comunitario –en ese orden o en el inverso– cuando es cuestión de lo que nos pasa o puede pasar con el cuerpo (por fuera del marketineo con dietas y comidas lights).
Que los mismos que hoy se preguntan cómo puede ser que abandonen a los chicos, no se preguntan si acaso los chicos o los ancianos o quien fuere están bien atendidos en la cotidianidad de un sistema de salud que muchos denuncian como colapsado. La tele saca la cuenta visual de cuánto se adelgaza o explota el colesterol, si se depende de la canasta básica de alimentos, o se sube con los motoqueros para vivir la experiencia estresante del delivery, o comparte vestuario con los jugadores de fútbol. Pero difícil, o improbablemente, se la vea en el seguimiento del pedido de turno en un hospital, o con una cámara oculta en el despacho de algún gerente de alguna prepaga, o acordándose cada tanto de qué fue de la vida de la nena tucumana con la panza hinchada por desnutrición. Vaya misterio.
Que hubo una carpa blanca de significación histórica, por el presupuesto educativo y el salario de los docentes. Y desfiló por ella medio país. Pero nunca la hubo por el presupuesto sanitario, ni por lo que ganan los médicos o las enfermeras, ni por el estado de los hospitales. Al revés de lo que ocurre con la educación (sector en el que un paro determina no saber dónde despachar a los hijos, por ejemplo, o dónde las faltas de ortografía de los maestros se convierten en tema de la mesa familiar), con la salud pasa eso de que hay irritación y escándalo en oportunidades muy contadas, de estallido explícito. Como si el punto de que la falta de buena atención sanitaria, en tanto remite a la posibilidad de muerte o sufrimiento, provocara un rechazo consciente o inconsciente a la necesidad de afrontarlo como agenda pública, en contraposición a los asuntos que se relacionan con “la vida”.
Que el periodismo que se rasga el alma por los niños del Garrahan librados a la buena de Dios jamás lo hace por el precio exótico de los medicamentos, ni por los conflictos provinciales permanentes del mismo tenor, ni por las maniobras de los laboratorios, ni por la manía de pastillear y pastillearse para tratar las angustias, ni por el larguísimo listado de dramas y negociados que conforman el panorama de la salud. Quizá porque la prensa independiente es un tanto sensible a la plata que se maneja en torno de la medicina y aledaños.
Que si hay tanto chico que depende de que puedan tratarlo en el Garrahan y sólo en el Garrahan, quiere decir que en el resto del país hay deficiencias graves o directamente una catástrofe de atención compleja.Hay que venir a tratarse a Buenos Aires y si no te morís, sería la acertada moraleja de café, pero para que lo descubran parece que hace falta un paro en el Garrahan o terremoto semejante.
Que se repite la instalación pública de que son trabajadores los responsables de los problemas argentinos. Hoy, un sector de los laburantes del Garrahan. Ayer y mañana, los piqueteros. O los ferroviarios. O los del subte. O los docentes. O los estatales. ¿Manipulación de los medios o imagen de lo que piensa un conjunto grueso de la clase media e inclusive de los propios trabajadores? Lo que fuere, pero la cuestión es que nunca se apunta para arriba.
Piénsese lo que se quiera del conflicto en el Garrahan. Pero al menos téngase el amor propio de intentar el análisis de un todo. De dudar sobre lo que informa y opina el periodismo. Y de acompañar al corazón con la cabeza.

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