Lun 22.08.2005

EL PAíS  › OPINION

¿Son como nosotros?

› Por Eduardo Aliverti

Siempre o casi siempre es igual. Cuanto más desconectadas parecen las noticias sobresalientes –o mediáticamente sobresalientes– de la geografía política, más debe recurrirse a la esquiva obviedad de que algo las conecta. Los dirigentes políticos tradicionales tienen una exposición más alta que lo habitual y entonces hay una secuencia interminable de todo lo que hacen más bien nunca: salen a la calle, van a las villas y a barriadas pobres, se sientan en un café, caminan unas cuadras, visitan hospitales. Lo que la diferencia de otras campañas es la acumulación de decisiones y gestos que impactarían al más caracterizado de los amorales. Es necesario, por ejemplo, que una alianza (o lo que fuere) como la de Menem y Cavallo deje con la boca abierta. Por unos segundos, aunque sea. No por tratarse de figuras que representan intereses distintos ni muchísimo menos, sino porque el grado de confrontación bestial que se prodigaron, denunciándose mutuamente como símbolos de una corrupción interminable, obliga a reparar –primero, es cierto– en la ausencia absoluta de cualquier vestigio de dignidad, de amor propio, de vergüenza; pero sobre todo porque subraya de una manera infernal lo que es la clase dirigente de este país. He ahí la derecha argentina, señoras y señores. He ahí, como frente al acuerdo entre Macri y López Murphy, entre un emblemático de los negocios a costa del Estado y otro del arreglo de la injusticia social a costa de ajustes animales, el paradigma de una clase dominante berreta y brutal. La que condujo al “granero del mundo” a cifras africanas de pobreza e indigencia, y la que tiene a esos tipos como sus representantes políticos. Cierto es, también, que son las impudicias más ostensibles pero no las únicas. ¿Cómo explicar, si no, que el Presidente y su esposa hagan campaña abrazados a Raúl Otacehé en su feudo de Merlo, invocando a la nueva política de la mano de lo peor del aparato peronista?
El marco para estos y otros rasgos ¿coyunturales? de la política partidocrática, bien que muy difícil de modificar, parece sencillo de describir. Hay una sensación térmica de que la economía está en recuperación o estabilizada, entre una clase media que volvió a algunas mieles de consumo y sectores populares que al menos sienten que no siguen retrocediendo. Gracias a ese combo, el debate político-electoral carece de mayor sustancia o, directamente, prescinde de ella. El kirchnerismo se siente seguro: mientras la economía oficializada no tenga sobresaltos, marcha hacia una victoria considerable o rumbo a su instalación como fuerza “novedosa”. Y la oposición, en su conjunto y al margen de las deficiencias propias, se encuentra como turco en la neblina porque el marco susodicho no le permite acertar en cómo diferenciarse del Gobierno sin convertirse –por derecha o izquierda– en una propaladora de malas noticias que la población no está dispuesta a escuchar o asimilar. El resultado es una campaña donde el Gobierno se reprime casi nada en lo que tenga que hacer para acumular clientes de aparato, los cuales agrega a los ganados por la térmica de recuperación económica. Y una oposición que circula entre dos vías: la de la incertidumbre por cómo enfrentar esa realidad y, por lo mismo, perdidos por perdidos, la decisión de hacerlo con la juntada de todos los adefesios imaginables: la rata, Duhalde, Moria, Cavallo, Patti. La pregunta, por supuesto, debería ser por qué hay que optar entre esos esperpentos y un gobierno que estructuralmente no cambió nada del modelo que los produjo, excepción hecha de algunos aspectos institucionales. También es allí donde la observación sobre conflictos como el del Garrahan, o la renovada presencia callejera de los piqueteros en algunas calles de Buenos Aires (que la prensa de alcance nacional insiste en sindicar como una angustia nacional), tienen un carácter patético. ¿A quiénes les importa la suerte de quienes cayeron al precipicio de la marginalidad si es que no cortan una calle porteña o un acceso bonaerense, o acampan en Plaza de Mayo? Esas “omisiones”, como los pedidos de represión, terminan siendo un argumento tan grasa como la campaña electoral. Tan cínico como ella, tan hipócrita, tan desentendido.
Uno mira, así, el nivel de la campaña. O la crucifixión pública de unos trabajadores del Garrahan. U otro tanto respecto de los piqueteros. Y en principio se dice que esa berretada opinativa es producto de la dirigencia política hegemónica, y de los medios, y de la tele en particular, y de los editorialistas de los diarios, y de ciertos conductores electrónicos con pasta de pastores evangélicos, y de los enanos fachos puestos en animadores de radio. Y se quiere conformar con eso. Pero después se pregunta: ¿son ellos, o ellos son como nosotros?

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