EL PAíS
› STIGLITZ PONDERO EL MODELO ECONOMICO DE LA ARGENTINA
“Debe tener un rol de liderazgo”
El Premio Nobel de Economía 2001 estuvo en Buenos Aires en una visita organizada por el Gobierno. Desayunó con el Presidente, almorzó con funcionarios y compartió con Cristina Kirchner un seminario llamado el Consenso de Buenos Aires. Elogios al modelo argentino.
› Por Fernando Cibeira
Entusiasmado con el modelo kirchnerista, el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz consideró ayer que la Argentina “debe tener un rol de liderazgo” entre los países en desarrollo para impulsar una nueva agenda en reemplazo al neoliberal Consenso de Washington. En una visita armada por el Gobierno a través del consulado en Nueva York para un seminario ambiciosamente denominado “El Consenso de Buenos Aires”, Stiglitz se mostró en sintonía con las políticas oficiales: elogió la renegociación de la deuda, la dureza en el trato con el FMI y hasta el tipo de cambio. Así, la Casa Rosada consiguió introducir en forma sutil a uno de los economistas más famosos del mundo en la campaña electoral. La senadora Cristina Fernández de Kirchner, compañera de ponencia, englobó en sus críticas al Consenso de Washington, al FMI y a Carlos Menem. “A veces pienso cómo habrán sido las plagas de Egipto, me pregunto si esto no habrá sido peor y pienso cómo hemos podido sobrevivir”, sostuvo.
Stiglitz pasó menos de 24 horas en Buenos Aires, pero el Gobierno le sacó jugo. A la mañana estuvo con el presidente Néstor Kirchner compartiendo un desayuno, luego se refugió en el Hotel Sheraton de Pilar, donde almorzó con varios funcionarios y expuso en las dos charlas que constituyeron el Consenso de Buenos Aires, subtitulado “Una nueva agenda para América Latina 15 años después del Consenso de Washington”.
La de la tarde fue la mesa más política, dada la presencia de Cristina Kirchner y del jefe de Gabinete, Alberto Fernández. La completaban el economista Roberto Frenkel y el secretario general adjunto de la ONU, José Antonio Ocampo, mientras que el moderador fue el director de Télam, Martín Granovsky. El cierre quedó para el premio Nobel, que no podía extenderse en su ponencia más allá de las 18: tenía que salir para Ezeiza para subirse al avión que lo trasladaría a Seattle para una nueva conferencia. Pero por el mal tiempo no pudo utilizar el helicóptero que le habían puesto a su disposición, fue en remise y perdió el vuelo.
Ex vicepresidente del Banco Mundial, Stiglitz se ha convertido en los últimos años en uno de los más acérrimos críticos de las políticas de los organismos financieros internacionales. Ayer, expuso sobre los errores y horrores del Consenso de Washington que campeó en América latina durante los neoliberales ‘90. “Fue un experimento que fracasó. Pero los experimentos científicos son buenos porque siempre dejan algo, el problema de este experimento fue que se hizo con seres humanos”, comenzó.
Siguió con algunos párrafos que parecían extraídos de algún discurso de Kirchner, no de los últimos anti-Duhalde sino de aquellos a los que suele echar mano cuando viaja al exterior. “Hoy hay tanto interés en la Argentina porque en los ’90 se la consideraba el mejor alumno del Consenso de Washington. Hubo una asamblea del FMI en la que se puso a Menem como el mejor ejemplo de lo que debía hacerse”, expuso Stiglitz.
Nuevo consenso
En su estilo sencillo y expansivo, Stiglitz fue echando por tierra los postulados que Washington impuso para los países en desarrollo. Lo principal: la teoría del goteo, o derrame, en versión en español. “Se ignoró la creciente desigualdad social”, explicó. Pese a que, según explicaban en Gobierno, fue idea de Stiglitz denominar el encuentro Consenso de Buenos Aires, siempre se refirió a las nuevas ideas como “el Consenso post Washington”. Allí agrupó ocho lecciones, varias inspiradas en la experiencia argentina. Por ejemplo, una renegociación dura para las deudas externas y un mecanismo de quiebra soberana, aunque aclaró que hubiera aconsejado una manera más suave que la criolla.
Con todo, sostuvo que muchos países en situación similar no se decidirán a adoptar “las lecciones de Argentina”. Por eso consideró que la Argentina debe adoptar un rol de liderazgo entre los países en desarrollo. Stiglitz finalizó estableciendo como fundamentos del nuevo consenso objetivos que apunten a mejorar el nivel de vida de los ciudadanos a través de una fuerte política social, el pleno empleo y una mayor equiparación entre el rol del Estado y el mercado.
A Cristina Kirchner le tocó abrir la mesa. Ubicó el inicio del proceso que desembocó en los ’90 con el golpe del ’76 y el primer plan de Martínez de Hoz. “Provocó la más formidable desindustrialización”, evocó. Cristina reivindicó el rol de la política por encima de la economía. “Hacer política es cambiar escenarios, no hablar por la televisión”, apuntó. Y aseguró que eso fue lo que hizo su marido cuando asumió como presidente, y mencionó la renegociación de la deuda externa. También la apuesta al consumo interno. “Kirchner cree en el capitalismo, y el capitalismo es consumo”, sostuvo.
La primera dama aclaró que en el país persisten “niveles de pobreza e indigencia que todavía avergüenzan a cualquier sociedad pero que hemos descendido terriblemente”. Respaldada por el entusiasmo de Stiglitz, Cristina se animó a proclamar un “modelo alternativo” argentino como aporte para los países en condiciones similares. “Hay vida después del Fondo y a pesar del Fondo”, afirmó.
A Cristina Kirchner la siguió Frenkel, director de Flacso, que se dedicó a argumentar en favor de un tipo de cambio como el actual porque “estimula el crecimiento económico”. En tanto que Ocampo, encargado de Asuntos Económicos en la ONU, expuso largamente sobre los niveles de segmentación social producto del consenso washingtoniano. Mostró gráficos que mostraron que esa gran desigualdad social no mejoró en la Argentina en los últimos tiempos.
Alberto Fernández ocupó en el debate la silla que dejó libre el ministro de Economía, Roberto Lavagna, quien prefirió mantenerse ajeno a la jornada. En una definición que hizo sonreír a Stiglitz, consideró que “la globalización, tal como nos ha sido presentada, es un esquema de resignación eterna”. Y consideró como una deuda de la democracia argentina la permanencia de lo que denominó “los derechos humanos de segunda generación”, en referencia a los derechos sociales.
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