EL PAíS
› OPINION
¿Qué es lo berreta?
› Por Eduardo Aliverti
¿Se apunta bien al cuestionar lo inconsistente que es la campaña electoral? O más puntual: ¿lo que se critica es lo más inconsistente y berreta que tiene la campaña?
No es cierto que se carezca por completo de elementos propositivos. Sí es veraz que la impresión no puede ser otra que ésa, en tanto una mayoría aplastante de los medios de comunicación se concentra casi exclusivamente en los candidatos de las fuerzas con grandes chances. Y a la vez, dentro de esa mayoría hay otra más abrumadora aún que apenas se dedica al presunto enfrentamiento letal entre kirchneristas y duhaldistas. Terreno en el que, sí, no hay manera de toparse con alguna concreción de proyectos parlamentarios.
Ese ensimismamiento mediático con aquellos que pueden ganar da como resultado una ignorancia olímpica de los partidos y frentes minoritarios, donde también es fácil enfrentarse con vaguedades y maximalismos; pero, si se busca, tampoco es complicado hallar líneas de acción y proposiciones precisas. Las hay, y bastante numerosas, respecto del sistema tributario, los derechos de la niñez, las distribuciones presupuestarias, la asistencia social a los carenciados y tanto más. El tema es que en la agenda de los medios no existen, directamente.
Una Cristina que alude a Duhalde como El Padrino, una Chiche que dice que podría decir cosas que no quiere decir acerca de una Cristina y compañía, o la desconocida pasión de Macri por recorrer villas de emergencia y barriadas pobres son impactos de prensa que no permiten debates de naturaleza diferente, ni la aparición de cabezas eventualmente más ricas pero de caras ignotas. En gran parte –la principal parte–, porque la dirigencia y candidatos alternativos no logran ni la fuerza social ni la unidad política capaz para que los medios corran detrás de ellos y no al revés. Pero en parte porque son víctimas de esa distribución leonina de la prensa grande, oral y escrita.
De todas maneras, si es porque los postulantes al favor de las urnas deben proponer cosas concretas, las elecciones son iguales o parecidas en el mundo entero. Los candidatos se montan en ideas-fuerza que surgen de sus posicionamientos ideológicos, sus trayectorias, las jefaturas o partidos que los amparan y su relación con el humor popular y coyuntural. A Kirchner no le importa, en términos electorales, que sus discursos sean vagos. Lo único que le interesa es si consigue mostrarse como el líder que el peronismo-partido hegemónico y la Argentina necesitan en este momento y “la gente” no demuestra que pueda interesarle algo contrario.
Lo que importa para la campaña es si Kirchner demuestra condiciones de papá, y no si su esposa –además de más joven y más linda y mejor actriz que Chiche– exhibe dotes de presente o futura gran legisladora. Tampoco le importa o parece importarle a nadie si Carrió tendría capacidad de gestión congresal; ni si Macri, que sobrevive en medio de denuncias escandalosas sobre su gestión como presidente de Boca, sería un diputado apropiado; ni si la izquierda se merece la oportunidad de sumar ediles. No. Sólo importa lo que “la gente” construye en torno de lo que los medios le muestran como aceptable y posible, o acerca de lo que quiere construirse como tal la misma “gente”.
“La gente” debería plantearse si aquello por lo que supuestamente se indigna es aquello que verdaderamente le interesa. O si sólo es lo que le permite ubicar el lugar de una puteada que deje a salvo su culpa por no relacionarse con la vida política y las necesidades colectivas. Hay esas tonterías: si el oficialismo usa el avión presidencial para moverse en la campaña, si el peronismo se presenta en dos listas, si la pelea entre los peronistas afecta la estabilidad institucional, si en vez de su esposa pareciera que el candidato fuera el Presidente, y el ministro del Interior diciendo que se metan la Marcha Peronista en el culo, y las apelaciones a la nueva Argentina mientras cierran trato con mucho de lo peor del aparato justicialista. Si tales tópicos preocuparan tanto como se presenta, es inexplicable que termine votándose a los mismos que generan la crítica o la indignación.
La berretada no es función de sí, sino de su contexto. Las agresiones, o lo que se quiera como barato, simbolizan una negativa a los cambios de fondo que debe disfrazarse con el insulto, por ejemplo. Pero en todos los casos, sea que se lo mire o que se lo protagonice, lo berreta oculta no hablar de los dueños de la economía, ni del pago de la deuda, ni de que la distribución del ingreso es todavía más injusta que antes de la asunción de este gobierno.
Lo verdaderamente berreta es eso, por mucho que mirándolo bien sea una obviedad. Lo que importa no es lo que se dice. Es que es una campaña donde se esconde mucho más de lo que se dice.