Mar 28.05.2002

EL PAíS  › OPINION

De orejas y herejes

› Por Miguel Bonasso

Las orejas del interino Eduardo Duhalde deben estar escaldadas: en el Tedéum del 25 de Mayo tuvo que escuchar la filípica del arzobispo Jorge Bergoglio; 24 horas más tarde .-en la Pampa– sufrió los embates de un viejo amigo y aliado, el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner.
El domingo en la noche, en el quincho de la residencia del gobernador pampeano Rubén Marín, el senador que funge como primer mandatario escuchó, con las comisuras de los labios más arqueadas que nunca, cómo el santacruceño les decía a los otros gobernadores: “Duhalde no tiene más tiempo. Ha fracasado. No está en condiciones de tomar medidas de fondo. El propio FMI se resiste a negociar con un poder débil. Tiene que convocar a elecciones. Si quiere una salida ordenada que lo haga para dentro de 120 o 150 días, pero no más tarde. Hay que terminar con el autismo. La cosa no da para más”.
Por si fuera poco después tuvo que aguantar que su antiguo aliado le dijera en la cara: “Lo tuyo es un error tras otro”. Pálido, con las comisuras de los labios cada vez más fruncidas, quiso sonar cortante:
–Bueno, ya está.
Y nada más. Por él habló, en cambio, el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Camaño, que en la reunión pidió la expulsión del PJ de los diputados que no habían votado la derogación de la Ley de Subversión Económica. Entre ellos, los que responden a Kirchner, a quien le reprochó amargamente: “Quisiera saber qué dirías vos si fueras presidente y te faltara el apoyo de 25 diputados”. El gobernador de Santa Cruz se sonrió y respondió con una “vocecita calma”, exasperante: “No te preocupes, si yo llego a la Presidencia es porque en este país cambió todo”.
Lo que siguió, el “backstage” de Santa Rosa, tiene muy poco que ver con ese apoyo caluroso e irrestricto de los gobernadores, que Duhalde quiso vender en la conferencia de prensa, con el apoyo colateral de ese eterno surfista del justicialismo que es Antonio Cafiero. Que descalificó la protesta de Kirchner apelando a la aritmética: “Es un gobernador entre trece”.
En rigor, eran dos en catorce, porque la gobernadora de San Luis, Alicia Lemme, también se negó a firmar el acta que ratifica el acuerdo de los 14 puntos, que consagran la subordinación absoluta de la institucionalidad argentina ante el FMI. Si hubiera estado su jefe, “el Adolfo” Rodríguez Saá, esa disidencia de dos hubiera sonado como aldabonazo en los medios. Entre otras cosas, porque el puntano tiene un estilo distinto al patagónico, que prefiere tirar los petardos en petit comité.
Pero la aritmética no refleja los matices. Así, por ejemplo, Felipe Solá no estuvo muy lejos de algunas críticas y planteos del patagónico y cuando todo terminó se quedó con los periodistas para reafirmar que no reduciría en un 60 sino en un 50 por ciento el déficit bonaerense. Tampoco se vio en los medios cómo el presidenciable Carlos Reutemann puteaba contra el gobierno central por la administración de los raquíticos subsidios a jefes de familia. O refunfuñaba contra la Presidencia porque el líder piquetero Luis D’Elía lo había acusado a él, usando las cámaras de la Rosada.
Ni Reutemann ni el devaluado José Manuel de la Sota estuvieron rotundamente en contra de un adelantamiento de las elecciones, aunque subordinaron la convocatoria a que antes se lograse ese acuerdo con el FMI que parece alejarse siempre como la línea del horizonte. Luego observaron con el ceño fruncido la insólita propuesta de un candidato al que no quieren asignar probabilidades cuando pidió realizar internas abiertas, obligatorias y simultáneas para todos los partidos, como única forma de burlar el poder de los aparatos.
En los antípodas de Kirchner se ubicó el salteño Juan Carlos Romero, estrechamente vinculado a Carlos Saúl Menem. Romero se mostró como un cruzado de la señora Krueger y puso especial énfasis en la cuestión del orden. El viejo tema del caucho que ayer se abatió en el microcentro sobrelas fatigadas espaldas de los ahorristas. “Hay que pagar todos los costos ahora -.propuso el salteño sin rubor–, total la gente luego se olvida. Nada de elecciones anticipadas.”
La gente, que no se olvida, les organizó un cacerolazo del que solo se salvó, precisamente, el heterodoxo Kirchner, que se fue sin almorzar.

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