Vie 16.09.2005

EL PAíS  › 50 AÑOS DEL GOLPE DEL 16 DE SEPTIEMBRE DE 1955 QUE DERROCO A PERON

El antagonismo que dividió al país

El 16 de septiembre de 1955 un golpe militar derrocó al gobierno peronista. Perón no ofreció resistencia y partió al exilio. Cuatro historiadores analizan las raíces de la división furiosa que marcó a la sociedad argentina durante muchos años.

Las fechas que terminan en cero impulsan las revisiones críticas. Son la esencia de los aniversarios. El 16 de septiembre de 1955 comenzó el tiempo de la “Libertadora”, que sus críticos rebautizaron como “Fusiladora”, en memoria de sus víctimas. ¿Por qué Perón se entregó sin resistir a su triste destino de cañonera paraguaya y exilio en Asunción? ¿Si tenía, según testimonios de la época, una relación de fuerzas favorable en el Ejército y el apoyo de la CGT? ¿Estuvo Perón realmente enfrentado con la clase media? ¿La sociedad superó el antagonismo de esos años? ¿Podría repetirse una situación así en la Argentina?
Convocados por Página/12, cuatro historiadores que han estudiado al peronismo respondieron ésas y otras preguntas. Ellos son Juan Carlos Torre, Ricardo Sidicaro, Felipe Pigna y Lucas Lanusse.
Sociólogo e historiador, Torre es un especialista en peronismo: sus libros más conocidos, Sobre los orígenes del peronismo y Los años peronistas 1943-1955, son lectura obligatoria en las universidades. Dedicó la mayor parte de su vida al estudio del movimiento que tuvo columna vertebral y muchachos sin camisa. Su libro Los tres peronismos describe la mutación desde el estatismo y nacionalismo de los ’40 al neoliberalismo de los ’90.

¿La columna vertebral?

Sidicaro desmiente que Perón se haya enfrentado en bloque con la clase media. Dice que entre el ’51 y el ’55 el diario La Nación “hizo un giro hacia al peronismo”, en consonancia con una “apertura integradora hacia las clases altas” encarada por el entonces presidente. Pero la afirmación más inesperada, que contradice el mito del romance indestructible entre Perón y el movimiento obrero, es que “muchos dirigentes sindicales aceptaron el gobierno de Lonardi”. “El ministro de trabajo de Lonardi era un abogado laboralista de la UOM, (Luis Benito) Cerruti Costas, y muchos dirigentes peronistas sintieron que el peronismo había pasado un límite quemando iglesias. Ya no eran tan partícipes del proyecto económico. La elite peronista que cayó en el ’55 no hizo nada para resistir el golpe”, asegura.
La pasividad sindical ante el golpe fue subrayada también por Felipe Pigna, lector de los revisionistas desde joven y admirador del marxista Milcíades Peña. En una entrevista, Pigna se topó con una revelación del secretario de Perón y hombre influyente en las sombras, el empresario Jorge Antonio. “Hay dos hipótesis de por qué Perón no resistió el golpe del ’55. La primera es que quiso evitar un derramamiento de sangre y la otra, que sostenía como Jorge Antonio, es que el titular de la CGT, (Hugo) Di Pietro, dijo que no estaban dadas las condiciones para que el movimiento obrero pudiera resistir. Nunca sabremos por qué tomó la decisión Perón, porque tenía la posibilidad de resistir militarmente. Las amenazas de la Marina de bombardear La Plata, Mar del Plata y Buenos Aires eran imposibles de concretar”, subraya.

De las bombas a los abrazos

Profesor en la Universidad Di Tella, Torre asegura que el ciclo de antagonismos que abrieron el bombardeo de la Plaza de Mayo y el golpe tres meses después se cerró en 1974, con el famoso abrazo entre Perón y Ricardo Balbín. “Los peronistas y los antiperonistas, los más moderados de las dos facciones, enterraron el hacha en el ’74. Perón no fue cínico. Estaba por morirse y tenía una mirada más ecuánime. No estaba dispuesto a escribir lo que escribió en el ’55. Textos con mucha virulencia, en los que hablaba de la fuerza de las bestias. Y cuando se murió Perón, Balbín va al entierro y dice ‘he perdido a un amigo’. Sin embargo, los efectos del abrazo quedaron en suspenso porque la Argentina entró en vértigo. El efecto del abrazo sevio en el ’83, donde las fuerzas políticas más importantes del país se sentaron a negociar, con reglas claras”, juzga.
La importancia simbólica que Torre le otorga a aquel abrazo, como clausura del antagonismo entre peronistas y antiperonistas, genera adhesiones y rechazos. Sidicaro coincide en que representó “la reconciliación de la clase política en la figura de sus dos más conspicuos líderes”. Pigna, por el contrario, lo minimiza. “El abrazo fue entre representantes de cúpulas. Por testimonios de gente cercana a Perón, sé que en esa reunión se trataron temas banales. Perón quería la foto para competir en las elecciones y Balbín la quería para darles seriedad a los comicios, en los que iba a ser candidato.”

¿El fin de los antagonismos?

Abogado e historiador, Lucas Lanusse está investigando una etapa del peronismo, los ’70. Sobrino nieto de Alejandro Agustín, Lanusse asegura que el antagonismo se puede reeditar pero que las diferencias no se darían en torno a la “identidad peronista”. “Siempre es posible que se presente un marcado antagonismo en la sociedad. En 1973, el regreso de Perón al país y luego al poder tras un largo exilio marcó el principio del fin del antagonismo tal como se presentaba en ese momento. Resulta impensable que las fuerzas políticas se alineen en el futuro alrededor de la identidad peronista, o en todo caso que tal identidad aglutine de un lado y del otro a los mismos sectores del pasado”, sostiene.
Torre confía en que no haya más antagonismos, pero expresa cierta desconfianza ante el discurso presidencial. En las palabras de Kirchner percibe “una operación en dos planos”. “Una es la estrategia de crear dos grandes formaciones de centroizquierda y centroderecha y la otra es la recreación permanente del antagonismo. Vale la pena leer la solicitada que publicó el 16 de junio. Decía que estaba el ‘huevo de la serpiente’, la violencia contra los enemigos, que después sería terrorismo de Estado. Era como si el abrazo Perón-Balbín no hubiera existido”, cuestiona. Para Pigna, el abrazo no terminó el antagonismo, porque las diferencias que dividían a la sociedad se trasladaron al interior del peronismo. “Como Perón encarna a gran parte del electorado con el 62 por ciento, las contradicciones que se daban fuera se empezaron a dar en su seno.”
Con la intención de correr el velo sobre algunos mitos, Sidicaro desmiente que Perón se haya enemistado con la clase media desde el principio (“los católicos de la clase media lo apoyaban, los sectores más liberales y librepensadores no”) y sostiene que el gobierno ya no está en condiciones de generar un antagonismo como el de los ’50. “Eso era totalmente distinto a lo que podría ser el gobierno actual. No tiene un clase obrera organizada, no tiene un Estado capaz de dirigir a la sociedad y no tiene una historia política así. El menemismo disolvió al peronismo”, concluye.

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