EL PAíS
› OPINION
Estas perspectivas
› Por Eduardo Aliverti
En unos días donde parece que pasa nada de nada si es por información política y económica, hurgando por debajo de las sensaciones, tal vez puede encontrarse que asoman algunas puntas de gran debate y grandes decisiones. No necesariamente grandes episodios. El caso de Aguas Argentinas y el discurso de Kirchner en las Naciones Unidas no significaron nada que no pudiera preverse. Y detrás de esos dos hechos poco conmovedores, otros varios de iguales características: que la economía creció en el segundo trimestre más de lo previsto, para que el pescado prosiga sin venderse respecto de cómo se distribuye ese crecimiento; que las perspectivas inflacionarias son alentadoras salvo, ay, que se tome lo ya ocurrido con los productos de primera necesidad; que el desempleo no sube pero, ay, son 4,3 millones los habitantes con problemas de trabajo.
Sólo con tomar estos datos y empalmarlos con otros conexos, es posible mostrar una radiografía fiel, muy fiel, de la certeza o sensación térmica que rige a corto y hasta mediano plazo. Se ve ahí un país estratificado, con alrededor de un 40 por ciento de la población que quedó afuera o en los límites de la integración social. Un porcentaje similar, o algo mayor, de clase media devaluada, pero apta para imaginarse en un proceso de cierta recuperación, respecto del estallido explícito de hace poco más de tres años. Un momento internacional excepcionalmente favorable, gracias al tipo de cambio y a las condiciones y volúmenes exportables de materias primas. Un gobierno que goza de los laureles de esa circunstancia, sin grandes preocupaciones por planificación de largo alcance. Una oposición que no le encuentra la vuelta al intríngulis. Más luego, un escenario de negocios e inversiones, por parte de los grandes grupos locales y multinacionales, que por un lado no llega al tamaño de una hormiga en comparación con el tablero mundial del capitalismo; pero que les alcanza y sobra para las expectativas que pueden tener, justamente, en un atrás del trasero del mundo que encima viene de haberse parecido a un estado africano.
El resumen podría ser que no hay mayores novedades en el frente. Sin embargo, aun cuando el kirchnerismo obtenga una victoria contundente en las urnas, la cantidad de asuntos estructurales que fueron postergados para cuando aquéllas hayan dado su veredicto es, más que en tamaño, grande en calidad. Crecerá la exigencia de saber –y percibir, sobre todo– si hay políticas de Estado, crecimiento y distribución capaces de mirar mucho más lejos que desde un territorio obnubilado por la soja y el ingreso de retenciones a la exportación.
¿El Gobierno echará mano a las reservas para desprenderse de la deuda con el FMI, para después dedicarse –así parece que cree Kirchner– a un gigantesco programa de obras públicas que sea la locomotora del mercado interno? Si eso fuera, ¿es justo e imprescindible seguir favoreciendo al Fondo a costa de las urgencias mayoritarias? ¿Y cuáles obras y con cuálesactores privilegiados rumbo a cuál modelo de Nación? También se escucha que, por el contrario, otro sector del Gobierno –Lavagna– pone las fichas en relaciones armónicas con la “comunidad internacional” de negocios y propiciar la llegada de inversiones extranjeras, junto con algunas empresas nacionales, para activar una economía que estaría tocando techo en su capacidad de producción. Lo mismo: ¿inversiones para qué y para distribuir cómo? Nada de lo que hay o parece haber en danza supone ponerle límites ni fijarle retrocesos considerables a la feroz concentración de la torta en tan mínimas como gigantescas manos. Ni tampoco se menciona una palabra en torno de uno de los sistemas impositivos más regresivos del mundo. Para no abundar.
Igualmente, lo cierto es que las elecciones se presentan como una interna abierta de los peronistas más que cualquier otra interpretación. Y como en el fondo de los fondos las líneas que confrontan tampoco expresan visiones diametralmente opuestas, en su modo de entender el mundo y la política, no hay lo que desde allí permita augurar ni enormes ni medianas esperanzas para excluidos, incluidos apenas e incluidos plenos con vocación de cambiar las cosas. Esa es la mala noticia. La buena es que, como toda la vida, no hay nada escrito porque no hay otro destino que aquel que quiera trazarse la sociedad. Si hubiera en ella las suficientes convicción y disposición para intentar un rumbo siquiera más solidario, podría empujarse una fuerza alternativa que a su vez impulsaría la aparición o consolidación de una nueva dirigencia. O hasta viceversa, si se quiere. Y si no, aquello de André Malraux: “Los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen”.