EL PAíS
› CAVALLO DECLINO SU CANDIDATURA A DIPUTADO NACIONAL
Para evitar una paliza en las urnas
El ex ministro invocó que no dejaron presentarse a su mujer, Sonia, y a varios problemas en su propio partido.
› Por Mario Wainfeld
A través de un comunicado escrito extrañamente ajeno a su estilo tonante, Domingo Cavallo anunció que retira su candidatura a diputado nacional por la Capital. Invocó “diversas circunstancias” entre las que enumeró la imposibilidad legal de que su esposa, Sonia Abrazian, fuera a su vez candidata a legisladora y la falta de cooperación de “mi propio partido”. Por una vez, fue elogioso con el periodismo. Con modos casi irreconocibles, el ex superministro se ahorró una paliza en las urnas.
La mención de la cónyuge, el desamparo a que lo sometieron muchos de sus ex aliados trasuntan una soledad política que era visible desde hace semanas en el agradable y más que costoso bunker que Cavallo conserva en la arbolada calle Tagle, a metros de la confitería Rond Point. La soledad primaba en torno del ex Super Mingo. Ninguno de sus ex aliados de cierto piné quiso sumarse a su retorno. Juan Llach lo llamó por teléfono cuando se conoció su intención de lanzarse y le previno que le convenía no hacerlo. No lo escuchó aunque, en confianza, asumió que el consejo tenía su sensatez y se hacía de buena fe.
La supuesta candidatura de Sonia fue, reconocen los propios cavallistas, un globo de ensayo. Con domicilio electoral en Córdoba, la esposa de Cavallo no podía jamás ser admitida. “Jugamos con su nombre para instalarla y ganar algún espacio”, comentaba Cavallo, atribuyéndole a su pareja un consenso social muy improbable.
Puesto a armar las verdaderas listas, Cavallo tuvo una pelea fenomenal, que no excluyó insultos, con Guillermo Francos, interventor de Acción para la República (AR) en Capital. Francos cuestionaba al primer candidato a legislador, Martín Grynblat, un joven colaborador muy cercano al ex ministro. No llegaron a ponerse de acuerdo. Cavallo, que necesitaba la firma del interventor, quiso correrlo de apuro. Presentó su lista ante el juzgado electoral y más le exigió que le pidió a Francos que fuera a avalarla con su firma. Los tiempos, ay, cambiaron. Francos rehusó la consigna de su ex jefe y Cavallo se quedó solo en su boleta, sin su mujer ni su allegado, ni candidatos a legisladores. “Era difícil que yo saliera diputado”, comentó entonces ante sus fieles en un baño de realismo, que luego moderó al estimar “pero sí podía meter un legislador”. Desde entonces venía maquinando bajarse. Añadía como argumento práctico los costos de imprimir las boletas y de armar un equipo de fiscales. Sin duda las encuestas han de haber sido disuasivos más potentes.
“Mi candidatura –escribió como saldo Cavallo– significó una herramienta para expresar públicamente los valores, principios y propuestas que me impulsan.” Agradeció a los ciudadanos y a los periodistas el buen trato que, según él, le prodigaron. Uno de sus confesos temores al volver al país era encontrarse con el clima de fines del 2001 cuando le era imposible salir a la calle.
En verdad, la presencia mediática de Cavallo fue menguando día a día a partir de su aparición. Las coberturas preelectorales suelen rondar mucho a los favoritos y Mingo (con viento a favor) no podía salir arriba del octavo puesto. Y el carácter desafiante y hasta exótico de su presencia (un “gancho” en términos de show y no de debate) competía en desventaja con candidatas como Moria Casán o Zulma Faiad, hipótesis de rating más viables que un ex superministro.
Se sospechó que Cavallo podía restarle votos a Mauricio Macri. Pero la derecha porteña (mucho más que la izquierda local) suele tener un tenaz voto útil que confluye en su candidato más taquillero. Los Alsogaray y Cavallo mismo capitalizaron antaño esa racionalidad, que hoy capitaliza el presidente de Boca. Muy por lo bajo, Cavallo masculla críticas a Macri a quien considera “ajeno a todo debate de ideas”. A Ricardo López Murphy dice respetarlo más pero tampoco logró conversar ni menos reunirse con él en estos días. Convertido en una suerte de mancha venenosa, sólo dialoga con Fernando de la Rúa, de quien comenta que está un poco deprimido, lo que hace imaginar que el palique ha de ser algo aburrido.
Durante dos décadas fue figura central de la política argentina. En los ’90 fue un protagonista excluyente. Llegó a ser candidato presidencial en 1999 y a Jefe de gobierno en 2002, sumando un buen caudal de votos en ambos casos. Su falta de pertinencia actual alude a un tan sensato como intenso repudio de la mayoría de la sociedad respecto de la política económica de esa década. Nadie sabrá cuánto registra ese dato Cavallo, aunque es ostensible que (como su ex aliado Carlos Menem) olfateó una brutal desautorización electoral y se retiró de la brega.