Dom 09.10.2005

EL PAíS  › POLITICA DE LOS POBRES Y POLITICA SOBRE LOS POBRES

Acerca de verdes, grises y dorados

El clientelismo, bajo miradas empobrecedoras. Las brechas entre trabajadores y la obstinación en negarlas. El ingreso universal en debate y algunos flancos dejados por los polemistas. El amor por lo transitorio y la fe en que lo extraordinario será perpetuo. Los riesgos polares del resultado más previsto.

Opinion
Por Mario Wainfeld

“Gris es toda teoría, verde y dorado el árbol de la vida”. Wolfgang Goethe, Fausto.

En una carta de lectores publicada ayer en La Nación el señor Carlos Lo Tártaro se interroga “cómo desterrar esta costumbre de comprar con monedas la voluntad popular” y se responde propugnando “cambiar el sistema de sufragio universal por el de voto calificado, que sólo pueda votar todo ciudadano que tenga por lo menos el Polimodal aprobado”. El lector, que no informa si él calificaría para ese parámetro ni sus desempeños en educación cívica, afirma que eso motivaría a los políticos a “invertir grandes cantidades en educación”.
Esa modesta proposición tiene originalidad, pero no es discordante en su núcleo ideológico con la carrada de simplismos despectivos y paternalistas que se han escuchado en estos días disparados por la expresión “clientelismo”. Un abanico de intervenciones simplifican problemas complejos, mientras reducen a la parodia la capacidad defensiva y política de los más humildes.
La corporación política agrega poco a la vulgata mediática sobre el tópico. Y la Academia, muy colonizada por la parla (y los recursos) de los organismos internacionales, se conforma con hablar de la “pobreza”, una categoría desprovista de raigambre organizativa y distraída de la puja entre clases.
Entre tanto, sin ignorar ni poder eliminar su debilidad relativa, los trabajadores desempleados o de bajos ingresos hacen lo que pueden por mejorar su posición. Padecen la desigualdad, más vale, pero no son pasivos ni inertes. “El oprimido –escribe el sociólogo Denis Merklen en su libro Pobres ciudadanos– necesita estrategias para sobrevivir dada su falta de autonomía. Toda situación de dominación posee una estructura racional que ofrece un margen a la negociación (no olvidemos que casi ninguna opresión es total). Y la cooperación entre los oprimidos les permite disponer siempre de una trastienda donde preparar sus estrategias”. Su colega Javier Auyero estudió también el fenómeno en el campo y lo llamó, con sugestiva precisión, “la política de los pobres”. Dicho sea como apostilla, Auyero, Merklen (que es uruguayo) y el politólogo norteamericano Steve Levitsky son culpables de textos con trabajo de campo y una (infrecuente) mirada profunda y no miserabilista sobre la politicidad de los sectores populares en el conurbano. Los tres tienen menos de 40, dos no nacieron acá, circunstancias ambas dignas de mención.
A todo esto, el oficialismo fulmina en las tribunas al Consenso de Washington, pero copia y duplica el discurso de los organismos internacionales de crédito sobre las políticas universales. Y no se priva de acudir al endeudamiento externo para financiar políticas focales.

Varios universos

Anteayer se conocieron los índices oficiales acerca de la evolución de los salarios de trabajadores formales e informales. Según el Indec la respectiva brecha se amplió, algo que es refutado (sí que en voz tenue) por funcionarios oficiales. Los índices siempre son discutibles y en teoría perfectibles. Pero tienen la virtud de proporcionar una referencia estable. Por lo demás, la costumbre de descalificarlos (sólo) cuando damnifican al Gobierno, de la que Roberto Lavagna es entusiasta cultor, es siempre sospechosa. El interés del observador desmerece su credibilidad científica, cualquiera lo sabe.
Las discusiones numéricas suelen derrapar al esquematismo. Se habla con ligereza de gentes que transgreden (según el caso para arriba o para abajo) las líneas de pobreza o indigencia cual si fueran equilibristas sociales. A menudo se coteja un salario individual con esa línea (“el que gana tanto está en situación de indigencia”) siendo que las cifras respectivas aluden a la canasta de un grupo familiar y por ende deben cotejarse con las entradas de todo el núcleo. En jerga, no todos los trabajadores son “jefes de hogar” que suministran su ingreso único para parar la olla familiar.
Allende polémicas y enfoques, nadie puede ignorar un dato esencial que es la fragmentación del universo de los trabajadores. Para empezar a abordarlo, cabría escindir los colectivos de los desocupados, de los que cobran con sobre y de los que están en negro.
Y habría que diferenciar entre los desempleados a quienes cuentan con chances de conseguir un trabajo adecuado para su digna subsistencia (no apenas un trabajo) y los que no. No es real que todos los desocupados tengan virtualidades para conseguir empleo formal o de calidad. Creer en la bondad o en la equidad del nuevo mercado de trabajo no es sabiduría, apenas una remake siglo XXI de un mito noventista.
Para complejizar el cuadro, la pobreza por ingresos hace bastante tiempo se ha escindido de la condición de empleado: muchos de los que trabajan son pobres de profunda pobreza. El trabajo, hoy y aquí, no repara la desigualdad. A menudo ni siquiera cubre las necesidades básicas.
El puntillismo en discutir los alcances de un índice mensual evade el centro del problema: la problemática de empleo e ingresos abarca universos diferenciables lo que hace (cuando menos) verosímil la necesidad de abordajes múltiples, algo muy descuidado por la vigente praxis oficial.
Cuando, en el atril de A dos Voces, Rafael Bielsa habló en debate sobre el tema, expresó una mirada autosatisfecha, carente de matices. La expresión “más de lo mismo” está desacreditada desde el vamos en Argentina porque suele darse por implícito que “lo mismo” es malo. Cabe reconocerle al oficialismo que “su misma” política económica ha tenido logros interesantes. Aún así, su “más de lo mismo” es insuficiente e ínsitamente conservador.

La emergencia permanente

En nuestro país suele pensarse en el estado de “emergencia permanente” del que habla el ensayista Hugo Quiroga. Un riesgo recurrente que acecha a sucesivos gobiernos es enamorarse de sus herramientas transitorias, anquilosarlas, transformarlas en permanentes. El actual oficialismo coquetea con el riesgo de fascinarse con su paridad cambiaria, con su esquema impositivo, con sus políticas sociales. Y de recostarse en exceso en el derrame del siglo XXI, que aunque sus tribunos prediquen otra cosa, salpica de modo muy desigual a los que no nadan en la abundancia.
Las retenciones no son un impuesto distorsivo, como postula la derecha, pero sí uno que captura ganancias extraordinarias. Imaginar que lo extraordinario es perpetuo, amén de una contradicción de principios, es chocante con las enseñanzas de la historia. La reforma impositiva en pos de un esquema menos ligado a circunstancias óptimas, es una necesidad cada vez más acuciante. Los economistas Jorge Gaggero y Jorge Grasso lo fundamentan sólidamente en un reciente trabajo, La cuestión tributaria en la Argentina, que también da cuenta de que hace falta un buen tiempo para pasar de un sistema a otro. Eso duplica la necesidad de iniciar la transición en el buen momento del ciclo que, contra lo que piensan en elevadas oficinas del Gobierno, no será eterno sencillamente porque nada humano lo es. Y mucho menos en la volátil aldea global.

Lo universal en debate

En el contexto de una de sus mejores presentaciones de campaña, el canciller mostró desdén y escasez de saber sobre las políticas universales de ingresos por las que predicó, como caballito de batalla, Elisa Carrió. Bielsa arguyó que un ingreso ciudadano a la niñez no es universal porque no concierne a todas las personas sino apenas a los menores. Siguiendo su razonamiento, el sufragio no sería universal porque concierne exclusivamente a los ciudadanos mayores de 18 años. Un derecho universal puede estar sujeto a limitaciones objetivas (la edad, el sexo, por ejemplo), lo que lo distingue es que los requisitos son sencillos e inmodificables y que su otorgamiento es automático, dispensado de la discrecionalidad del funcionario. Muy tributario del discurso de Economía, el paladín oficial contrapuso ingreso familiar y trabajo, omitiendo las complejidades que se mencionan en párrafos precedentes. El trabajo no siempre alcanza y no siempre se alcanza. Proponer políticas activas en pos de la redistribución de ingresos no contradice la cultura del trabajo, la promueve en un marco menos inequitativo.
A Carrió le cupo la virtud de situar en el centro de un debate entre candidatos de primer nivel un tema esencial. Pero no las tuvo todas consigo al fundamentar su posición. Como a Bielsa, puede imaginársela inducida a simplificar su posición por la dinámica propia de la polémica. Como fuera, su desarrollo mostró flancos débiles cuando analizó el, esencial, punto del financiamiento de un sistema de ingreso a la niñez. En el diálogo pareció sugerir que su financiamiento debe nutrirse del superávit existente y de la reafectación de fondos actualmente destinados a obras públicas. Esa posición adolece de una carencia básica. La primaria función de un posible ingreso universal es la redistribución de ingresos, esto es la transferencia entre distintos sectores. Esa transferencia supone, pues, una fuente que sean recursos actuales o futuros de los que más poseen. De lo contrario, parodiando un poco el argumento, los pobres se estarían financiando en buena medida a sí mismos. Una agresiva política de redistribución es inseparable (por razones fiscales y de equidad) de una reforma impositiva progresiva. La elipsis de la líder del ARI es llamativa porque este punto ha sido bien trabajado por su economista de cabecera, Rubén Lo Vuolo. Además, la sustentabilidad de un programa que aspira a perdurar en el tiempo es, por definición, un problema de flujo de recursos y no de stock. Echar mano al superávit (a lo ya disponible y no a lo virtual necesario) posterga el intríngulis, sin resolverlo.
La propuesta de sisar las inversiones en obras públicas es meterse con la más eficaz política pública de creación de puestos de trabajo de la actual gestión. Carrió expuso, con razón, que el Gobierno está en mora con los planes de construcción de escuelas. Pero la solución no debería ser discontinuar lo necesario, sino instar su realización. En verdad, lo que debería venirse, amén de las obras de infraestructura es la recuperación de las construcciones destinadas a prestaciones sociales, no sólo ligadas al sistema educativo sino al de salud pública, tamañamente postergado.
Puestos a encontrar un factor común en las (francamente divergentes por lo demás) posiciones de Bielsa y Carrió es cierta sustracción de la dimensión de conflicto. La visión de una improbable perinola donde todos ganan impregna los discursos de campaña. El crecimiento beneficiará a todos, propone Bielsa, sin proponerse injerir a su interior o en el estado actual de cosas. A su turno, Carrió habla más de reasignación de recursos que de pugna por su destino.
El ya citado Merklen advierte que “se quiere inscribir la lucha contra la pobreza en modelos de tipo winner-winner, donde todos ganarían”. Los cambios en el reparto de la torta suponen algo más que una mansa reasignación de recursos.

Riesgos en ciernes

El lector, comprensivo o pragmático, puede recordar que las discusiones de campaña no son instancias de cooperación democrática (como deberían ser, al menos parcialmente, las parlamentarias) sino signadas por la competencia. Esto asumido, es, de todos modos, preocupante la expandida tendencia a la simplificación de los problemas.
La oposición y muchos comunicadores le restan politicidad a la situación de los humildes. La socorrida metáfora del rehén se cosifica y el rehén deriva a ser una variante del síndrome de Estocolmo. Ese discurrir lleva casi inexorablemente a ningunear su inminente pronunciamiento electoral, que se prevé muy favorable a “los captores”. La pretensa compasión (una categoría muy poco política) se emparenta peligrosamente con la subvaloración de lo expresado por los “rehenes” al votar.
Aunque muchas críticas al clientelismo sean banales, el Gobierno no puede sacarse de encima el sayo de preferir acciones discrecionales, personalizadas, a políticas previsibles, institucionalizadas. Las fichas de vulnerabilidad que mostró Bielsa en el debate como sustento de entrega de bienes son mucho menos confiables que un derecho fijado por ley, sujeto a estipulaciones precisas, de fácil corroboración. La entrega mano a mano, a paladar del otorgante es un recurso más capcioso, menos igualitario que los derechos que pasibles de ser reclamados por ventanilla.

Un escenario con abismos

El escenario electoral que se viene augurando, una amplia diferencia a favor de la entente PJ–Frente para la Victoria vaticina dos riesgos polares. El primero, el más señalado, es el hegemonismo y el unicato. El segundo, menos trillado, es el desdén de los menos votados por la distante primera minoría. Ambos son corrosivos para la democracia y ya se los padeció en estas pampas.
La incapacidad de diálogo y de abordaje de temas complejos es uno de los varios obstáculos que impiden un buen debate de políticas de Estado innovadoras y necesarias como serían –por no dar más que dos ejemplos– el ingreso universal y un seguro de empleo y capacitación. Se trata de objetivos complejos de financiar y de plasmar de cara a una sociedad no tan solidaria.
Tal vez haya que apañarse a esperar al 24 de octubre.
A favor de esa moción, puede alegarse que faltan pocos días. En contra, que ya se ha perdido bastante tiempo.

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