EL PAíS
› OPINION
El avión y la tormenta
› Por Miguel Bonasso
Don Arturo Jauretche solía decir que en Argentina conviven o conmueren dos países: el país formal y el país real. Y esa dicotomía pudo apreciarse con claridad esta semana, con el último escándalo del Senado: la derogación de la Ley de Subversión Económica. Mientras el país real se indignaba y amargaba por la pérdida (¿definitiva?) de la soberanía nacional, el país formal discutía en los medios si la senadora Cristina Fernández de Kirchner había hecho mal en facilitarle el avión de la provincia de Santa Cruz al senador liberal correntino Lázaro Chiappe para que viniera a votar contra la derogación.
Vestales de bragueta abierta como Daniel Hadad contabilizaron el costo de la nafta que emplea el Citation, para ocultar adiciones algo más voluminosas: como los 66 mil millones de dólares del sistema financiero que los bancos birlaron a los ahorristas con la expresa complicidad del Fondo Monetario Internacional. Organismo que no acepta que se sancione a sus socios y mandantes como David Mulford, autor intelectual con los hermanos Rohm y Domingo Cavallo, de ese gigantesco saqueo que fue el megacanje. La jugada audaz de Cristina Kirchner (que hubiera podido hipócritamente enviar un taxi aéreo para no encender las críticas de los sepulcros blanqueados) destapó algo que la cúpula mafiosa de la política argentina no está dispuesta a consentir que se revele: que los radicales no sólo votaron con la mano sino con el culo, como decía su extinto correligionario César “Chacho” Jaroslavsky. Porque salvo unas pocas excepciones que se opusieron “en serio”, a la derogación que asegura la impunidad de los delincuentes bancarios, la inmensa mayoría del bloque ocupó las bancas para dar quórum y permitir que el tema fuera tratado en el recinto sin dictamen de comisión.
El voto de Chiappe colocó la cuenta de votos negativos en ventaja y eso obligó al segundo strip-tease del radicalismo: el acordado retiro de la rionegrina Amanda Isidori para que hubiera empate (34 a 34) y el presidente Juan Carlos Maqueda desempatara con el doble voto que le concede el reglamento. Isidori, fiel al gobernador Pablo Verani antes que a su electorado, abandonó el recinto con el visto bueno de su bloque. Y así lo entendió un grupo de radicales que, con el senador Rodolfo Terragno a la cabeza, manifestó frente al Congreso en clara condena de las autoridades del bloque y del propio jefe de la UCR, Raúl Alfonsín.
La jugada de Cristina Kirchner también sirvió para desnudar la índole delincuencial de este gobierno, que rápidamente desplegó a la SIDE para fotografiar al avión y al senador correntino (cuando ya había revelado todo la propia senadora santacruceña) y pagó a sus periodistas alquilados para que hicieran bulla. Remarcó asimismo la índole autoritaria del bloque oficialista que amenaza expulsarla repitiendo lo que ya hizo el menemismo hace algunos años. Lo más importante: la oferta del avión estuvo a un tris de impedir que se consumara la mayor infamia de la historia parlamentaria argentina. De haberlo conseguido, hoy las instituciones de la democracia estarían un poco menos desprestigiadas de lo que están. El país real habría ganado una batalla contra el poder de adentro y de afuera.
Un poder que ya prepara otra ley terrible para que los sumisos levanten la mano en el palacio vallado: la que permitirá que las Fuerzas Armadas, unificadas con las de seguridad, vuelvan a hacer inteligencia interna y puedan reprimir a sangre y fuego el conflicto social. Finalmente, cuando todo esté despejado, harán a un costado a este Duhalde que les sigue pareciendo populista pese a sus agachadas y pondrán a los “de ellos”: a López Murphy, a la Bullrich, a Menem. ¿Por qué no?
¿Qué los detiene? ¿Acaso un campo popular dividido por el ego infatigable de algunos dirigentes, donde los infantilistas de siempre atacan a los luchadores más representativos y espantan a los asambleístas? ¿Dónde está el bloque social y político que los puede parar? ¿Dónde el liderazgo individual o colectivo? Como en 1975, en los días agónicos de Isabel Perón, ha comenzado la represión en sordina y los grandes empresarios han vuelto a reunirse en un superorganismo que no nació para hacer lobby sino para decir cuál es el próximo títere que se sentará en el desfondado sillón de Rivadavia y lo que deberá hacer para concluir la obra iniciada hace medio siglo, cuando derrocaron a Juan Perón.
El mismo líder que les decía a los “libertadores” lo que hoy podría repetirles a sus epígonos del justicialismo: “En Estados Unidos se preguntan a menudo el porqué del odio que demuestra el pueblo argentino a sus funcionarios que lo visitan; la respuesta no es difícil de comprender si se tiene en cuenta el apoyo a semejantes aberraciones (la política económica dictada por el FMI), máxime cuando el propio gobierno argentino hace correr la voz de que procede así por la oculta presión del gobierno norteamericano”.