Dom 30.10.2005

EL PAíS  › EL PROLOGO DE LA OBRA

Una proeza periodística

› Por Horacio Verbitsky

Este libro y el telefilm con el mismo título que se difundió en París en 2003 son el producto de una proeza periodística. La investigación de Marie-Monique Robin abarca Asia, Africa, Europa, América del Norte y del Sur. Comienza con la guerra de Indochina, hasta la derrota del Ejército colonial francés en Dien Bien Phu: prosigue con la batalla de Argel; incluye los cursos de formación en aquellas experiencias, impartidos por profesores franceses a militares de todo el mundo, y revisa la forma en que esas enseñanzas fueron aplicadas por los militares de la Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos. Cubre así una extensión de seis décadas, desde el desembarco francés en Saigón para impedir la independencia de su antigua colonia, hasta las prácticas viciosas del Ejército norteamericano en Medio Oriente.

La doctrina contrarrevolucionaria francesa llegó a la Argentina por dos conductos: la misión militar oficial instalada en la sede del Ejército y los oficiales que ingresaron en forma clandestina para huir de las condenas a muerte por su participación en la OAS, la organización paramilitar que sembró el terror en París en represalia por el abandono de Argelia dispuesto por De Gaulle. Marie-Monique Robin sigue ambos hilos e ilumina una de las zonas más oscuras de nuestra historia. Los generales y coroneles franceses no sólo enseñaron una técnica (la división del territorio en zonas y áreas, la tortura como método de obtención de inteligencia, el asesinato clandestino para no dejar huellas, la reeducación de algunos prisioneros para utilizarlos como agentes propios). También propagaron el sustento dogmático de esa forma de guerra que llamaban moderna y el ambiguo concepto de subversión, entendido como todo aquello que se opone al plan de Dios sobre la tierra. Como escribió el máximo teórico francés trasplantado a la Argentina, “el aparato revolucionario es ideológico antes que político y político antes que militar”, lo cual explica el amplio espectro de enemigos que cayeron bajo la atención de quienes creían librar una Cruzada contra el Mal.

Al primer curso de guerra contrarrevolucionaria, organizado por franceses y argentinos en Buenos Aires hace casi medio siglo, los oficiales norteamericanos no asistieron como profesores sino como alumnos, junto con los de otra docena de naciones que estaban preparando sus propias guerras sucias. Marie-Monique Robin demuestra que argentinos y estadounidenses fueron instruidos en la misma escuela francesa. Después de tres décadas de persistente trabajo del integrismo católico sobre las Fuerzas Armadas argentinas, a las que la Iglesia asistió en los sucesivos golpes militares (al menos uno por década a partir de 1930), el terreno estaba bien preparado aquí para el trasplante completo del modelo francés. Pero Francia era una potencia en declinación y Estados Unidos conducía uno de los dos bandos en el enfrentamiento global de la guerra fría, en el que adquirió todo su trágico sentido el método francés. Los pragmáticos estadounidenses se quedaron con los aspectos técnicos y los diseminaron por todo el continente a través de su Escuela de las Américas. Recién ahora, a partir de las invasiones de Afganistán e Irak, la impronta teológica de los doctrinarios franceses se apoderó también del discurso de los militares norteamericanos. En agosto de 2004 el teniente general William Boykin, viceministro de Defensa a cargo de la inteligencia, predicó en 23 iglesias cristianas evangélicas que Dios había puesto a George W. Bush en la Casa Blanca, que el terrorismo islámico sólo sería derrotado “si lo combatimos en nombre de Jesús” y que el genio inspirador del enemigo es Satanás “porque quiere destruirnos como Ejército cristiano”. El libro de Marie-Monique Robin y la experiencia argentina también ayudan a imaginar los efectos que esa guerra tendrá sobre la sociedad que la avale.

La influencia de la Escuela Francesa en la formación de los militares argentinos había sido mencionada en artículos míos y del periodista francés Pierre Abramovici, en trabajos académicos de Ernesto López y Daniel Mazzei y en el descomunal libro sobre las Fuerzas Armadas argentinas del coronel español Prudencio García. Pero nadie había avanzado con tanto empuje como lo hace Marie-Monique Robin desde la ostensible huella ideológica hasta las menos evidentes relaciones institucionales y personales que completaron esa formación teórica. A los recursos del historiador, la compulsa de documentos y bibliografía, les suma los de la investigación periodística, con apasionantes entrevistas a los protagonistas aún con vida, entre ellos un general chileno, dos norteamericanos, varios franceses y los argentinos Alcides López Aufranc, Albano Harguindeguy, Ramón Díaz Bessone y Reynaldo Benito Bignone.

Los tres últimos confiesan los crímenes cometidos con la tranquilidad que sienten ante una mujer, y además francesa, que les demuestra sus conocimientos sobre las tácticas militares de su país y no les adelanta su opinión sobre ellas. También intentan justificarlos. “¿Cómo puede sacar información (a un detenido) si usted no lo aprieta, si usted no tortura?”, le preguntó Díaz Bessone. El ex alto jefe de la dictadura admitió que los detenidos-desaparecidos (cuyo número discutió) fueron asesinados en la clandestinidad, cosa que nunca había hecho antes en público ningún integrante de la cúpula castrense de entonces. “¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar 7000? Al fusilar tres nomás, mire el lío que el Papa le armó a Franco con tres. Se nos viene el mundo encima. Usted no puede fusilar 7000 personas.” En el juicio a las juntas militares de 1985 Jacobo Timerman también testimonió que el temor a la condena del Papa fue el argumento que altos jefes militares del golpe de 1976 le habían dado para explicar la opción por la clandestinidad. Aun cuando no perciban el abismo moral en el que cayeron, estos generales alcanzan a advertir las diferencias con las guerras coloniales de Francia. “Argelia llegó a su independencia. Los que combatieron quedaron separados, unos en Argelia y otros en Francia. Con el tiempo es más fácil llegar a un acuerdo, a una amistad, a olvidar lo que pasó”, dice Díaz Bessone. “Mientras los argelinos hoy constituyen un país separado, acá los revolucionarios eran argentinos y siguen siendo argentinos y nos cruzamos en la calle todos los días.” Eso parece obsesionarlo, aunque no termina de extraer las conclusiones de su propio razonamiento, descriptivas del desempeño de un Ejército nacional como tropa de ocupación.

Como Robert Potash, como Alain Rouquié, Marie-Monique Robin consigue llegar a los secretos más recónditos de las Fuerzas Armadas argentinas, aquellos que no se rinden ante los connacionales, imprescindibles para comprender lo que nos pasó. Su libro se incorpora por pleno derecho al reducido estante de los clásicos nacionales.

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