EL PAíS
› EL OPERATIVO DE SEGURIDAD POR LA CUMBRE TRASTROCO MAR DEL PLATA
Hasta los lobos son sospechosos
El megaoperativo de seguridad por la Cumbre transformó la vida de los marplatenses que viven dentro del cerco de 250 manzanas, donde están los hoteles. Allí se alojarán los 34 presidentes que comenzarán a llegar a partir de mañana.
› Por Laura Vales
Desde Mar del Plata
La valla es tan pesada que se necesitaron tres policías para moverla y abrir una rendija al cruce peatonal. Pero lo que impresiona es lo que se ve detrás del cerco, en este orden: una fila de uniformados de la Bonaerense que piden documentos, el cuerpo antimotín con escudos y palos, un patrullero con dos tipos de lentes espejados, los caballos de la policía montada y un camión para el traslado de detenidos, atrás varios carros de la Gendarmería y, a tres cuadras al fondo, el segundo cercado de seguridad. Todavía más lejos –de este lado de la valla no se lo alcanza a distinguir–, hay un tercer anillo de la Federal. Mar del Plata amaneció así, con su centro aislado y largas colas para pasar de uno a otro lado de la frontera.
La ciudad quedó trastrocada por el megaoperativo. El cerco aísla 250 manzanas donde están los hoteles en los que los 34 presidentes del hemisferio –todos menos Fidel Castro– van a realizar las deliberaciones de la IV Cumbre de las Américas. En la otra punta, donde está el polideportivo, las organizaciones sociales que convocan a la anticumbre terminan de preparar las instalaciones donde se realizarán los foros. Los militantes prometen que habrá actos de protesta contra George W. Bush desde Canadá hasta Tierra del Fuego.
“Espero que Bin Laden no elija mi edificio”, dice con un guiño Araceli Abella, una pensionada que vive en la zona lindera al vallado. Es una de las marplatenses que no se sumaron al éxodo. En general, mucha gente se fue y los que se quedaron se polarizaron entre el miedo por la visita de Bush (“donde él va, lleva el peligro”, dicen) y los incidentes que podrían producirse por las protestas del viernes y el sábado, cuando el mandatario norteamericano esté en Mar del Plata.
En las oficinas de la Policía Federal donde se entregan las acreditaciones para que los que viven o trabajan en la zona de exclusión puedan cruzar las vallas, ayer hubo una cola larga cola. Uno de los problemas del operativo de seguridad es que muchos no recibieron su credencial. “Vivo con mi hija y mis nietos, pero en casa sólo me llegó la acreditación a mí”, contó en la cola Blanca Suárez. A muchos vecinos les están dando un papel provisorio para poder circular, pero los proveedores no tuvieron la misma suerte. “Estoy con la mitad del reparto en la camioneta, sin poder entregar la mercadería”, se quejó Hugo Mastronicola, distribuidor de lácteos y dulces. El hombre aseguró que era la tercera vez que iba a hacer el reclamo, sin resultados.
Aquellos que tenían su acreditación, en cambio, pudieron atravesar los cercos policiales con paciencia, armados de credencial y documentos de identidad. Los automovilistas se llevaron la peor parte, ya que en los horarios pico sufrieron embotellamientos: sólo hubo habilitados tres pasos vehiculares.
Cruzadas las vallas, en la zona de exclusión sólo se escuchaba el viento. Prácticamente sin tránsito, con muchos vecinos fuera de la ciudad, las 250 manzanas cercadas parecían una ciudad aparte, con persianas bajas y jardines vacíos: los que se tomaron vacaciones se llevaron hasta al perro. Algunos chicos aprovechaban la inactividad para andar en skate sobre el asfalto.
Los hoteles custodiados son el Sheraton, donde se alojará la delegación norteamericana, el Costa Galana y el Hermitage, sitios de las reuniones de la Cumbre. Sobre ellos se cierra el tercer anillo de seguridad, a cargo de la Policía Federal.
En las entradas de servicio del Costa Galana, donde deliberaba el grupo GRIC (ver aparte), ayer todo el personal de los hoteles entró y salió con credenciales especiales. En los ingresos se colocaron lectores ópticos de estas tarjetas con los que se grabó la entrada y salida de cada empleado a las instalaciones. Mientras Página/12 estaba en el lugar, uno de los maestranzas quiso llevar unas bolsas de basura y se encontró con que la puerta del depósito había quedado un metro fuera de la línea de ingreso al hotel. Lo hicieron grabar su salida y reingreso con cada una de las cargas que sacó. El mecanismo resultaba para el que estuviera viéndolo, pero la realidad intervino y el sistema de computación se cayó, como suele suceder con estas cosas y por un buen rato nadie supo qué hacer.
Desde la entrada principal del hotel, donde un recepcionista de sacón hasta los tobillos recibía a los funcionarios que llegaban para la discusión del documento final, se ve la Costanera con sus nuevas farolas. En la calle flamean banderas de los 34 países, hay flores en los canteros y la arena está recién cepillada. Es la postal de un mundo impecable. Los tres anillos de seguridad buscarán que se mantenga así, bellísimo y aséptico, sin ruidos molestos, ni protestas. Los vallados hacen en este punto un colchón de setecientos metros con el afuera. En el lugar de menor extensión, la distancia será de cuatro cuadras.
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