Dom 27.11.2005

EL PAíS  › NUEVOS NOMBRES PROMOVIDOS POR KIRCHNER

El arte de leer las cartas

Sorpresivas designaciones en el bloque de diputados del Frente para la Victoria. Su lógica, sus señales. Zannini, del silencio al micrófono y hacia algo más. Los nombres en danza y sus posibles acepciones. Una breve disquisición sobre los enroques. Y unas pocas líneas sobre la reelección.

Opinion
Por Mario Wainfeld


Si las elecciones presidenciales se realizaran hoy Néstor Kirchner tendría todas las de ganar, pero ni por asomo serán hoy sino dentro de casi dos años, un lapso que en la Argentina se emparenta con el largo plazo. El desafío que encara el Presidente es conservar las condiciones existentes hoy, para lo cual ya ha iniciado la consiguiente campaña. En 2003 hizo algo similar, con una diferencia sensible, que es que en aquel entonces su legitimidad de origen era tenue, su legitimidad de ejercicio un enigma y su poder no mucho mayor del que disponía Eduardo Duhalde, o sea, poco. Por decirlo de modo más sencillo, un bienio atrás Kirchner era más vulnerable, tenía mucho por ganar, y poco patrimonio. Ahora posee un activo interesante, que puede conservar (lo que sería bastante), acrecentar o ir dilapidando. La diferencia es conspicua, pero no da la impresión de que eso vaya a alterar mucho el modus operandi presidencial. La apuesta doble contra sencillo, que acometió cuando contaba con un mezquino puñado de fichas, le sigue atrayendo cuando es banca.
Las primeras acciones de Kirchner en pos de conservar su excitado modo de gobernabilidad son contradictorias. Sólo un seguidismo extremo, una izquierda sin discurso o una oposición a todo pueden encasillarlas en términos de blanco y negro. La Cumbre de Mar del Plata, el borocotazo, el viaje a Venezuela y el inminente a Brasil, las ácidas críticas a (algunos) formadores de precios, la rencilla con la Iglesia, no son un conjunto homogéneo, para la mirada de este observador. Tienen el común denominador de estar inscriptos en el decisionismo audaz e inconsulto (en ambos casos para bien o para mal) de Kirchner.
En las próximas semanas (como mucho) u horas (como poco) el Presidente deberá realizar una cantidad de designaciones en su gabinete que serán una nueva señal acerca del rumbo que desea emprender. Conservador en varios sentidos, Kirchner ciertamente lo es a la hora de obrar relevos en su equipo de gobierno. Su anhelo de ganar las elecciones recientes lo indujo a mover tres ministros, que deberán ser suplidos. Hasta ahora se habían renovado dos, ambos de Justicia. También deberá nombrar secretarios y subsecretarios, el titular nuevo o revalidado de la Anses. Tiene pendiente (ya en mora legal) definir dos nuevos magistrados para la Corte Suprema o achicar a siete el número de vocales.
Son muchas decisiones políticas que alumbrarán sobre el futuro, pero no terminan ahí. El kirchnerismo debe formatear un candidato a gobernador en Buenos Aires, donde sus virtualidades son altas. Y otro a jefe de Gobierno en Capital, donde el presente es muy esquivo.
Ah, y está la cuestión de la reelección, ese detalle que hoy parece “comprado” pero que sólo sucederá tras dos años de gobernar un país chino en el crecimiento y sudaca en la distribución de la renta nacional. Un país que, como la vida, siempre te da sorpresas.

Pistas

Las autoridades elegidas para la Cámara de Diputados y la emergencia pública de Carlos Zannini son dos datos ineludibles de la semana que epiloga hoy.
Alberto Balestrini, a fuer de bonaerense, era número puesto para presidir la Cámara, por cojones diría un español. En tal sentido, más allá de que el intendente de La Matanza tiene una histórica relación con Kirchner, su unción no es especialmente llamativa.
Muy otra cosa son las designaciones de Agustín Rossi y Patricia Vaca Narvaja como presidente y vice del bloque del Frente para la Victoria. El Presidente premió de modo fastuoso a aliados de nueva horneada, encasillables como kirchneristas pero no como pingüinos. Ni el diputado santafesino (que encabezó una lista que fue derrotada en un bastión peronista) ni la cordobesa (que no fue primera en la boleta respectiva) estaban en los cálculos previos. Kirchner reconoció fidelidades y emitió un mensaje que Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota estarán intentando deglutir. Dos provincias grandes tienen sus representantes en el primer nivel del Parlamento pero ambos son outsiders respecto de su armado convencional, amén de poco apreciados por los taitas territoriales. Lole (un dirigente que carece del don de la palabra) y “El Gallego” (uno de los más taimados dirigentes del peronismo y ya es decir) recibieron un mensaje que no puede haberlos alegrado, de cara al 2007. Un avance del kirchnerismo en toda la línea, un desaire a la primera línea peronista y una proyección veloz a dos políticos del palo, pero no del riñón. Unos cuantos dirigentes justicialistas habrán remojado sus barbas.
Carlos Zannini es, muy, otra cosa.

Un acto con miga

Exegetas del entorno presidencial dicen que la famosa mesa chica no agolpa a más personas que las que reúne la cama matrimonial. Otros, quizá mejor informados, la amplían algo e incluyen al actual secretario Legal y Técnico. Otros pingüinos de ley (Julio De Vido, Héctor Icazuriaga, Sergio Acevedo antaño) pueden acodarse de modo contingente pero no son exigidos para hacer quórum. Alberto Fernández puede sumarse de vez en cuando. Pero el núcleo estricto de la primera confianza presidencial es un círculo estrecho que tiene en Zannini a su casi infranqueable límite interior.
Zannini es un venido y quedado en Santa Cruz. Conoció larga cárcel durante la dictadura, algo que en el imaginario kirchnerista equivale a una condecoración. Integró los tres poderes del Estado provinciales, en cargos muy relevantes, prueba inequívoca de su versatilidad y de la confianza que le prodiga Kirchner. Abogado de buena formación jurídica, Zannini ocupa hoy un cargo estratégico bastante opaco a la mirada del hombre común. Legal y Técnica es la encrucijada donde convergen todas las normas que debe firmar y conocer el Presidente. Manejar bien ese rol exige un saber específico y buen manejo político. Zannini lo ejercita(ba) tal y como le place a Kirchner, con nula aparición mediática aunada a un presentismo sarmientino en el despacho presidencial, en el Salón Blanco o en las giras oficiales.
Zannini es, cuentan quienes lo han abordado, un hombre locuaz y simpático, que puede hablar “de política” durante horas. Su voz, empero, no era de dominio público hasta hace unas horas. Su debut en la escena nacional sucedió en un acto cuya liturgia habla de algo significativo. Se sugirió que era el puntapié de la procura de la reelección presidencial pero nadie la mencionó siquiera. Y, aun si ése hubiera sido el designio, quedaría pendiente descifrar por qué Zannini fue el orador de cierre, que se destapó con una alocución de cuarenta minutos.
Nadie puede soñar que Zannini se haya puesto en marcha sin que mediara un aventón presidencial. Es menos axiomático traducir, a falta de palabra oficial, hacia dónde va. La primera lectura de egiptólogos de Palacio, alude a una ofensiva pingüina en pos de nuevas posiciones en el gabinete. Zannini, pues, sería un prospecto de canciller o de jefe de Gabinete. Esta última interpretación, que suena improbable, se enriquece con relatos acerca de las divergencias entre los pingüinos y Alberto Fernández. Algunos memoriosos refrescan una discusión que sostuvieron a fin del siglo XX el actual jefe de Gabinete y Cristina Fernández, referida a la política de alianzas del kirchnerismo. El marco era la debilidad de la fuerza, frente a la cual Fernández proponía una coalición en Capital con el cavallismo y Cristina la rechazaba. Se cuenta que no hubo acuerdo y sí libertad de acción para los capitalinos como gusta decirles Kirchner. El tiempo pareció disipar las subsiguientes cuitas pero es un hecho que las tácticas de Alberto Fernández en Capital siempre fueron un caso para los pingüinos, potenciado por el difícil trance que atraviesa Aníbal Ibarra y por los juicios lapidarios que merece el borocotazo en cualquier despacho oficial que no sea el presidencial o el de su jefe de ministros. Claro que los críticos cargan la maniobra en el debe de la cuenta de Fernández y no en la del Presidente.
Las especies circulan en voz baja para que Kirchner no se malquiste con los parlanchines. Se las redondea con un enroque de Fernández a Cancillería. Si Zannini reemplazara a Rafael Bielsa todo sería más sencillo.
Kirchner se encierra en sí mismo para resolver y las especulaciones dan para todo. Lo que es irrefutable es que si Zannini se movió es porque se maquina para él un futuro allende su oficina sita en el Patio de las Palmeras que maneja muy bien. Tan bien, que sustituirlo sería todo un incordio. Duele creer, diría un personaje de Borges, que Kirchner que aborrece las mutaciones se imponga nuevos casilleros vacíos.
Nada parece certero, mas nada es seguro.

Si de enroques se trata

Un enroque que tiene cierta lógica se chimenta en Palacio y sería la rotación de Aníbal Fernández a otro ministerio. El de Defensa podría quedarle pintado (todos coligen que ahí recalará “un político”) aunque se susurran otros.
El quilmeño es el único integrante del gabinete que ha extrovertido sus ambiciones para 2007, quiere ser gobernador de su provincia. Su permanencia en Interior puede ser una suerte de competencia desleal con eventuales competidores, que los habrá o (quién le dice) tal vez ya los hay. “Aníbal no puede ser juez y parte, eso va a meter bardo”, simplifica un ministro peronista, que como calza a todo compañero es también peronólogo.
Algún bardo ya acontece, la relación del titular de Interior con León Arslanian es tormentosa. Arslanian es una hipótesis de candidato a gobernador, aunque él afirme que el cargo no le interesa. Asegura que, cuando termine su gestión como ministro de Seguridad bonaerense volverá a su estudio. ¿Y si Kirchner se lo pide? Sus allegados cuentan como precedente que Arslanian ya declinó sumarse a la Corte Suprema. De cualquier modo, el hombre tiene potencialidades y está por verse cómo obra si se encuentra ante una oferta concreta.
En lo coyuntural, da la sensación que Fernández descree de la falta de pretensiones de Arslanian y que esa es una de las razones de sus cortocircuitos cotidianos. Hay otras, más ligadas a la gestión, que más pronto que tarde pueden obligar a Kirchner y Felipe Solá a meter baza en el asunto.

Hipótesis de conflicto

El sigilo de Kirchner alimenta las versiones casi nunca exentas de subjetividad ni de malicia. Un par de ministeriables vienen apareciendo como favoritos, Jorge Taiana para Cancillería, Juan Carlos Nadalich para Desarrollo Social. Ambos aludirían a distintas formas de continuidad. La ronda de nombres es accesible a cualquier lector de prensa impresa y añade a Icazuriaga como un factible ministro, de Defensa o Desarrollo.
Hace unos meses, cuando deseaba un escenario electoral similar al que logró, Kirchner fantaseó ante gentes de su confianza que su victoria sería prólogo de designaciones desafiantes. En ese carril se habló de una mujer (Marita Perceval o Rut Diamint) para encabezar Defensa, esto es, para tratar a la corporación militar, de sobrada reputación machista. Héctor Timerman, un judío practicante, sería un reto para las gentes de Cancillería, una “Casa” que no ha sido muy hospitalaria con los judíos. Carlos “Chacho” Alvarez en Cancillería o como embajador ante el Mercosur arrojaría un guante sobre el peronismo más tradicional. Los tres nombres añaden el encanto de corresponder a portadores con cintura política, afines al proyecto presidencial.
Las chances de estos aspirantes desafiantes, según los quinchos de Olivos, parecen estar en baja excepción hecha de Alvarez. Pero sigue teniendo interés si el Presidente apelará a nombres que “abran” su elenco, que intriguen o irriten a las corporaciones. O si optará por cerrarse en la fuerza más cercana.
En Cancillería el Gobierno propagó un par de perfiles deseados, no fácilmente acumulables, el de un buen “vendedor” de Argentina y el de un puntal del sesgo Mercosur.
Hace unas semanas Alberto Fernández instaló la idea de alguien que supiera “vender la Argentina”. La frase, que tiene su mala prensa en la tradición nacional y popular, parece aludir a un abridor de mercados y relaciones comerciales. Tanto que se llegó a hablar de Carlos Bettini, un lobbista devenido embajador en España, cuyo ascenso sería contradictorio con las proclamas anticorporativas que propala a diario el oficialismo.
Robustecer la vocación regionalista mostrada en la Cumbre y en el periplo a Venezuela, calza en el perfil del vicecanciller Taiana, otro kirchnerista que no integra el círculo íntimo.
Quizá la fumata consagre no a un improbable funcionario que corporice los dos perfiles sino sobre dos que dividan tareas. Quizá. Chi lo sa?

Tres líneas sobre
la reelección


Sobre el “acto de Zannini”, ya se comentó, sobrevolaba la sombra de la propuesta de reelección. Carlos Kunkel verbalizó esa voluntad, nadie lo desmintió ni le hizo eco. Kirchner ha rondado más de una vez la cuestión y, sin emitir promesa, discurrió sobre las desventajas de ir a por ella. El Presidente suele transmitir autenticidad y quienes lo escucharon en relación a este tópico, se la reconocen. Pero el tiempo modifica las percepciones. Y, cabe acotar, la emergencia de Cristina Fernández de Kirchner como presidenciable socava el encanto del discurso antipersonalista que enmarcaba el discurrir presidencial. De todo esto se hablará mucho, pero ya rebasamos las tres líneas pautadas.

Apellidos, agendas

Cuando Kirchner eligió sus paladines para revalidarse electoralmente, desnudó la carestía de su plantel de cuadros. Debió echar mano a su gabinete, incluso a dos dirigentes con su apellido. La aparición, inesperada, de Rossi, Vaca Narvaja y Zannini parece ir en pos de tener otro prospecto cuando lleguen futuras lides.
Los apellidos de nuevos funcionarios sugerirán, además, los límites o las ambiciones de la futura agenda gubernamental. Un interrogante esencial es si el Gobierno busca anclar su vocación confrontativa y novedosa apelando a una institucionalidad que garantice perduración a sus reformas. Hasta ahora, en ese sentido, su herencia garantizada son el cambio de la Corte Suprema, la política de derechos humanos y la negociación de la deuda externa. Dos de esos pilares se entrelazan y pueden valer de ejemplo para entender de qué habla el cronista cuando alude a la institucionalidad, tan elogiada por apologistas no siempre estimables. La política de derechos humanos incluyó fuertes actos simbólicos (el cuadro de Videla, la recuperación de la ESMA), la abrogación por inconstitucionalidad de las leyes de la impunidad. Y el círculo, como comentó recientemente la historiadora Marysa Navarro, se cerró con la designación de integrantes de la Corte que garantizan con su digna presencia la perpetuación de los principios universales más avanzados en la materia. No todo se ha hecho en ese terreno, pero lo hecho no podrá desbaratarse así como así, en un país de densa cultura resistente.
No todo se hizo ni todo fue congruente en la materia. Los gestos positivos respecto de la investigación de la AMIA no condicen con la protección conferida a Claudio Bonadío, los cambios en la Corte no tienen correlato en la frenada depuración del fuero federal penal de la Capital. Pero los cambios son sólidos, se expresan en normas, hay magistrados que velarán por ellos.
Si se compara esos cimientos con la nula institucionalidad alcanzada y hasta procurada en materia de normas laborales o sociales, se comenzará a entender la diferencia, que es una deuda del Gobierno.
Hay muchas otras deudas de institucionalidad requirentes de pago en el bienio que viene. La reforma política, alguna cruzada contra su financiamiento espurio. La reforma impositiva. Un seguro de empleo y capacitación.
La propuesta de ampliación del presupuesto educativo es un proyecto estimulante, cuyo aislamiento es patente en un mar de políticas tomadas día a día, que no enraizan mucho para futuro.
Los apellidos dirán algo acerca de la agenda que se viene, amén de prefigurar los modos de moverse del Presidente en la lucha política. Ya están por conocerse y abrirse a la interpretación. Siempre es interesante saber qué carta juega quien, así sea de momento, maneja el sabó.

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