EL PAíS
› NUEVO GABINETE PARA UNA NUEVA ETAPA
La palabra justa
Nunca se había visto tan sonriente a Kirchner, por la homogeneización de su gabinete y por la tregua con los supermercadistas. Las designaciones no sólo reivindican a una generación que pese a los errores cometidos y la cruel respuesta represiva se comprometió con la transformación del país. También dan mayor coherencia al Gobierno para una nueva etapa y recuperan el valor de la palabra empeñada: Kirchner sólo trata de hacer lo que en la campaña electoral dijo que haría.
› Por Horacio Verbitsky
En los dos años y medio de su mandato nunca se había visto tan sonriente a Néstor Kirchner como se mostró el jueves en el acto de asunción de los cuatro nuevos integrantes de su gabinete, Jorge Taiana, Nilda Garré, Anjelica Huston y Juan Carlos Nadalich. Este estado de ánimo obedecía en parte a la homogeneización de su gobierno conseguida con los relevos de Rafael Bielsa, Roberto Lavagna y José Pampuro pero en parte también a las negociaciones con los propietarios de las mayores cadenas de comercialización de alimentos y productos de la canasta popular. Kirchner, Huston y Julio De Vido las habían comenzado antes de la ceremonia y las concluyeron poco después con un anuncio sedante sobre los precios para los dos primeros meses del verano, insuficiente pero necesario.
La campaña electoral fue abrumadora, para Kirchner y para buena parte de la sociedad. Durante cuatro meses interminables el presidente repitió hasta cinco veces por semana un discurso básico: no había dejado ni dejaría sus convicciones en la puerta de la casa de gobierno; con el respaldo popular podría profundizar el cambio iniciado el 25 de mayo de 2003; la ruptura con el modelo de desnacionalización, desindustrialización y empobrecimiento implantado a sangre y terror por la dictadura militar y perfeccionado con altas dosis de corrupción por el menemismo permitiría recuperar el empleo, los ingresos, la movilidad social ascendente y la autoestima, individual y colectiva. Lo decía flanqueado por algunos gobernadores, intendentes, sindicalistas y empresarios que fueron entusiastas partícipes en la última etapa de ese proceso de degradación nacional e, incluso luego de su alejamiento del ex senador Eduardo Duhalde, seguía atribuyendo el desastre sólo a la convertibilidad, sin referencias a su catastrófica salida devaluatoria, que fue como la inundación posterior a la sequía.
Varios encuentros postelectorales en la casa rosada con dirigentes que habían acompañado la batalla de retaguardia del duhaldismo y la pirueta sin red de Borocotó sobre el escritorio presidencial acentuaron la sensación de desconcierto de una parte del electorado, sobre todo en la Capital Federal, e hicieron proliferar las especulaciones ontológicas acerca del peronismo, reminiscentes de las definiciones históricas de especialistas como Ernesto Sanmartino y Jorge Luis Borges. Las designaciones anunciadas el lunes volvieron la percepción de las cosas a su quicio.
Qué elige un presidente
Kirchner no puede elegir a los obispos, los sindicalistas, los intendentes o los empresarios. Son los que la sociedad ha producido y ocupaban esos lugares desde antes de la pingüinación. En cambio, el gabinete de ministros es el círculo más íntimo del Poder Ejecutivo y su designación depende sólo de la voluntad del presidente. Varias veces en el último semestre, Kirchner dijo que esperaría a leer los resultados de las elecciones antes de decidir su nuevo gabinete. Llegado a la presidencia con apenas el 22 por ciento, gracias al apoyo de Duhalde y a la maniobra elusiva de Carlos Menem, ahora casi duplicó ese porcentaje. Lo hizo con un discurso en el que no prometía conciliación sino confrontación de intereses, lo que tanto le reprocha cierto biempensantismo porteño que considera la explicitación de cualquier conflicto como una actitud personal de mal gusto.
Desde distintos partidos y organizaciones, Taiana, Garré, Huston y Nadalich militaron en contra de las desigualdades e injusticias de la sociedad argentina y pagaron un alto precio por ello, desde la cárcel hasta el exilio, externo o interno. Por eso el juramento de sus cargos fue una reivindicación generacional, no de alguna línea política determinada sino de una actitud de compromiso militante que hoy resulta hasta difícil de imaginar y entender para quienes tienen menos de 35 años. Los errores cometidos en aquellos años son inocultables y esa es una de las razones del fracaso de aquellos proyectos políticos, pero eso no desmerece la entrega desinteresada de quienes corrieron todos los riesgos sin aspirar a ningún logro personal. Como dice el teólogo José Pablo Martín en la mejor investigación conocida sobre el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, las descripciones socioeconómicas y los planteos de entonces eran exagerados, pero los criticados indicadores de los ’60 y los ’70 hoy parecen metas a lograr, porque las décadas que siguieron elevaron la realidad a la altura de esas exageraciones y no hicieron menos sino más necesaria su modificación.
Traición a la traición
Bastó que se anunciaran esas designaciones para que, a derecha e izquierda, algunos de quienes durante la campaña negaban que hubiera diferencias entre Kirchner y Duhalde y sostenían que lo único que estaba en juego eran intereses y posiciones personales de poder, comenzaran a clamar por el hiperpresidencialismo, la supuesta aversión kirchneriana a cualquier rasgo de independencia y la falta de matices en el gobierno. Tal vez sin darse cuenta se habían acostumbrado al cinismo de las últimas décadas, a la seguridad de que ninguna de las palabras del discurso proselitista es otra cosa que un abalorio que se arroja sin culpas ni consecuencias una vez terminado el escrutinio. Algunos hasta parecen ofendidos y prestos a reclamar por la traición a ese hábito de la traición que llegaron a identificar con la forma de ser del sistema representativo republicano y que concitó una antológica alabanza de Antonio Cafiero en la película de Pino Solanas. Si antes objetaban las inconsistencias, ahora son implacables con la cohesión e intentan asimilar a Kirchner con Chávez, por la relación que le atribuyen con la prensa, la justicia y Estados Unidos.
Otra vertiente consiste en atribuir los cambios a cuestiones personales. Claro que las hay, pero en ningún caso desvinculadas de diferencias de apreciación política y de proyecto. De otro modo no se explicaría la cordial despedida pública, con abrazos incluidos. Quienes más viudas lacrimosas cuentan son el ex canciller Rafael Bielsa y el ex ministro de Economía y Producción Roberto Lavagna, quienes llegaron al gobierno de Kirchner por vías distintas. Lavagna era el ministro de Economía de Duhalde, a quien salvó de estrellarse después de cien días inolvidables con el bueno de Jorge Remes y el lobbysta de la devaluación y los subsidios José Mendiguren. Bielsa fue designado por Kirchner quien valoraba una serie de rasgos que atribuía a su personalidad pero que no se manifestaron durante su desempeño.
Just friends
El primer desentendimiento se produjo muy rápido, cuando Bielsa hizo trascender que era “amigo” del canciller estadounidense Colin Powell. “Si hubiera querido eso, elegía otro canciller”, le advirtió Kirchner, quien sorteó a Bielsa para enviar un mensaje a Washington: “No cubanicemos la relación. Hay temas más importantes entre la Argentina y Estados Unidos”. El punto de no retorno se alcanzó en diciembre de 2004, cuando Bielsa contradijo esa política y en una audiencia con Powell planteó el tema de los disidentes cubanos, según consta en la minuta oficial tomada por el embajador Bordón. Al día siguiente la ex dirigente comunista Hilda Molina se refugió en la embajada argentina en La Habana, que la esperaba con la puerta abierta por orden que Bielsa transmitió desde Washington. Por arbitraria que sea la decisión del gobierno cubano de impedir el éxodo de la notoria disidente, ningún presidente puede admitir que su canciller desarrolle un juego personal más próximo al gobierno de Bush que al propio. La candidatura fue una forma de terminar sin escándalo esa relación agotada. Pero durante la campaña el candidato no tuvo mejor idea que elogiar a Duhalde luego de la mención de CFK a Francis Ford Coppola. A eso llama pensamiento independiente la nostálgica derecha argentina.
Cada cosa a su tiempo
Las designaciones de Taiana y Garré eliminarán las interferencias que hasta ahora trabaron las políticas del Poder Ejecutivo en sus respectivas áreas. Ambos provienen de una militancia nítida en el campo de la tendencia revolucionaria del peronismo. Taiana pasó en la cárcel todos los años de la dictadura y Garré fue una de las redactoras junto con Alicia Oliveira de la respuesta del Partido Justicialista a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en ocasión de su visita en 1979, que denunció el terrorismo de Estado, los “delirios represivos” y “la muerte y/o desaparición de miles de ciudadanos”. Como hicieron y dijeron lo que tenían que hacer y decir en su momento, no necesitan sobreactuar nada ahora y son capaces de discernir mejor que nadie las diferencias entre las Fuerzas Armadas de entonces y las de hoy. Kirchner está agradecido a Pampuro por la forma en que atenuó ante las Fuerzas Armadas el impacto de sucesivas decisiones presidenciales con las que no coincidía, como el descabezamiento de la cúpula de Brinzoni y Reimundes que intentaba recrear el Partido Militar, o la revisión de los crímenes cometidos por la generación anterior de sus cuadros. Pero sabe que no se avanzó con una serie de medidas imprescindibles para mejorar su inserción dentro del Estado actual: reforma de los planes educativos, reestructuración del instrumento militar, centralización administrativa, reemplazo del caduco Código de Justicia Militar. Los pocos pasos que se dieron en estas áreas fueron delegados en las Fuerzas Armadas, lo cual contradice las directivas presidenciales y emite un mensaje contraproducente. Kirchner está decidido a mandar a las Fuerzas Armadas, pero hasta ahora no ha tenido la mediación apropiada.
Otra observación asombrosa que ha circulado sobre Nilda Garré es que su nombramiento implica alguna forma de influencia de Hugo Chávez. Es cierto que Kirchner tiene una valoración muy positiva del desempeño de la ex embajadora en Venezuela, que condujo a la adquisición de bonos argentinos por 1.200 millones de dólares este año y el compromiso de otro tanto el año próximo, que desdramatizarán las negociaciones pendientes con los organismos internacionales de crédito. Pero cuando tuvo que elegir entre distintas opciones para la representación en Caracas, desechó la postulación de Alicia Castro y prefirió a Garré con un razonamiento que desmiente las especulaciones de esta semana: “Yo necesito alguien que sea mi embajadora ante Chávez y no a la inversa”.
Oferta o demanda
El caso de Lavagna es más complejo. Con Kirchner desarrolló una relación estrecha y respetuosa en momentos muy difíciles y, a diferencia de la pareja tecno-pop Menem-Cavallo, nunca compitieron por los réditos políticos de la tarea común. El menos ortodoxo de los economistas tradicionales sintió que el más conservador de los políticos en términos fiscales le corría el mapa: con el recambio de 2003 pasó de ser la izquierda del gabinete de Duhalde a la derecha del de Kirchner. Las relaciones con el FMI y con los grupos patronales, las exploraciones de Kirchner en terrenos heterodoxos, su insistencia en el mejoramiento de la distribución del ingreso y la importancia de la obra pública fueron ahondando las diferencias. Una de las discusiones centrales giró acerca del control de la inflación. Mientras Kirchner puso el acento en la cartelización y la oligopolización de los formadores de precios, Lavagna cargó las tintas sobre los incrementos salariales y la insuficiencia de la inversión privada. Varias veces Kirchner pensó en pedirle la renuncia, pero se contuvo por una cuestión de responsabilidad. Lo hizo ahora sin temores gracias a la consolidación política obtenida el 23 de octubre, tanto por los votos propios como por la dispersión de los distintos intentos opositores, ninguno de los cuales pasó del 13 por ciento.
Los dos meses de tregua negociados por Kirchner y Anjelica Huston con los supermercadistas servirán para calmar expectativas y ganar tiempo, pero no resuelven el problema. El control de la inflación es imprescindible para que no se revierta la tendencia redistributiva de los ingresos y la reducción del porcentaje de personas pobres e indigentes. Entre el último trimestre del año pasado y el primero de 2005 la brecha entre los que más y los que menos ingresos perciben se redujo de 29 a 26 veces. Esa disminución del 10 por ciento es la segunda más alta en una década. Si la desigualdad se mide por el índice de Gini, su atenuación en el primer trimestre de este año fue la más elevada desde que se realizan las mediciones respectivas, en 1994. Nada de ello implica que los valores actuales sean satisfactorios, pero señala una tendencia que es preciso consolidar. Esto no puede ceñirse a aumentos salariales, que exacerban la puja distributiva.
Reformas estructurales
Lo que se requiere son reformas estructurales, que Lavagna resistía: impositiva, de condiciones de trabajo, de régimen jubilatorio, de defensa de la competencia y control de la oligopolización, de inversiones (para las que todo incentivo estatal debería condicionarse a la creación de empleo). Todo lo contrario ocurre con el régimen de promoción de inversiones establecido el año pasado por la Ley 25.924, que consiste en la devolución anticipada del IVA correspondiente a los bienes u obras de infraestructura incluidos en el proyecto de inversión propuesto y/o su amortización acelerada en el impuesto a las ganancias.
Un estudio conjunto de la Federación de Trabajadores de la Industria (FETIA) y el Area de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) concluye que en su primer año de aplicación ese régimen derivó en:
- Altísima concentración. Los diez primeros proyectos aprobados dieron cuenta del 96 por ciento de los 1100 millones de pesos de beneficios fiscales concedidos;
- Un solo proyecto internalizó más de un 62 por ciento de los subsidios fiscales (la propuesta de ampliación de la capacidad productiva presentada por Aluar).
- Los beneficiarios fueron un número reducido de grandes firmas exportadoras, con altos niveles de productividad y de competitividad internacional que están entre las principales favorecidas por el modelo de dólar alto (Aluar, Siderar, Peugeot-Citroën, Cargill, Siderca, Louis Dreyfus, YPF, Fate, Volks-wagen, Aceitera General Deheza, General Motors).
- A favor del nuevo entorno de negocios que se ha conformado en el país, muchas de estas compañías han mejorado en forma notable su desempeño económico. Se destacan Aluar (que en el 2001 tuvo un margen de rentabilidad sobre ventas del 16,1 por ciento y en el 2004 del 22,8); Siderar (que entre esos años pasó de pérdidas contables equivalentes al 3,5 por ciento de su facturación a ganancias próximas al 37 de sus ventas); Siderca (cuya tasa de beneficio pasó del 9,7 al 28,5) e YPF (cuyo margen de utilidades sobre facturación pasó del 10 por ciento a casi el 25 en el mismo lapso). Se trata de niveles extraordinarios de rentabilidad si se los compara con los de la cúpula empresaria manufacturera (las cien firmas de mayores ventas del sector) que fue del 0,3 por ciento en 2001 y del 8 en 2004. El Estado subisidió así inversiones que igual hubieran realizado.
- Los beneficios fiscales asignados representan en promedio casi un 22 por ciento de los compromisos de inversión que asumieron.
- Gran parte de los proyectos presentados y aprobados son muy intensos en capital y generarán muy pocos empleos, lo cual hace que el promedio de subsidio por cada persona ocupada sea muy alto.
- Con 1100 millones de pesos se crearán apenas 3900 puestos de trabajo, a un costo fiscal promedio de 283.495 pesos cada uno.
- Sobresalen los casos de Aluar (3,4 millones de pesos por cada nuevo puesto de trabajo), YPF (2,4 millones); T6 Industrial (1,3 millón), Siderar (837 mil) y Siderca (538 mil pesos).
La utilización de fondos públicos para apoyar a los sectores productivos y alentar la formación de capital constituye un instrumento importante y difundido de política productiva e industrial en los países más desarrollados. El problema no radica en esa herramienta legítima sino en las fracciones del capital receptoras de los considerables recursos desembolsados. Tales montos, dice el estudio de FETIA/FLACSO, podrían haberse destinado a financiar a otros sectores, a poner en marcha un plan estratégico de reconstrucción industrial y/o a encarar una redistribución progresiva del ingreso. “En una estructura manufacturera caracterizada por un muy elevado grado de concentración económica como es la argentina, parecieran requerirse instrumentos más afinados para no terminar beneficiando a grandes empresas y grupos económicos que pese a dominar sectores clave de la actividad económica son reticentes a invertir en el nivel nacional a menos que cuenten con la invalorable ayuda del Estado (tal como se desprende de lo acontecido en el país desde mediados del decenio de los setenta)”, concluye.