EL PAíS
› LO QUE YA NO HABRA QUE ATENDER
La vida después del Fondo
› Por David Cufré
En una economía sin el FMI se van a la basura todos estos nombres: Michel Camdesus, Stanley Fischer, Horst Köhler, Rodrigo Rato, Anne Krueger (la dama de hierro), Teresa Ter Minassian, Tomás Raichman, Vito Tanzi, Anoop Singh, John Thorton, John Dodsworth, Pier Padoan, Shigeo Kashiwagi, los notables Hans Tietmayer, Andrew Crockett, Luis Rojo, John Crow, Thomas Dawson. También pierden sentido: stand by, préstamo de reservas suplementarias, cuota, deg, crédito puente, organismo multilateral, metas cualitativas, metas cuantitativas, waiver, staff, acuerdo transitorio, vencimiento impostergable, recetas, revisiones trimestrales, misión, delegado permanente, asamblea de primavera, asamblea anual y consenso de Washington.
Con todos esos nombres y esa jerga agobiante, el Fondo Monetario logró imponer una manera de pensar la economía. Consiguió que la sociedad, los medios, los dirigentes políticos, empresarios, sindicales, sociales y eclesiásticos debatieran sus ideas. Se hizo fuerte para instalar una y otra vez la agenda de debate, para que se hablara de ellos y con sus términos.
“El imaginario colectivo sobre la política económica está construido en torno de la relación con el Fondo”, describe Aldo Ferrer, economista del Grupo Fénix y autor en 1983 del libro Vivir con lo nuestro. “El tiempo enorme y las energías que perdíamos en discutir con ellos, en estar pendientes de lo que decían o dejaban de decir, lo ganamos para reflexionar y actuar sobre los problemas reales, que son la pobreza, el desempleo y la desigualdad”, agrega, como primera conclusión de cómo será la economía sin el FMI. Y completa: “La relación con el Fondo formaba parte de un paradigma enfermizo y enfermante, porque impedía que el país movilizara su potencial”.
El economista Manuel Herrera coincide con esa descripción, pero incorpora al análisis un aspecto no menor: “El Fondo fue un instrumento para justificar desde afuera las políticas promovidas por la ortodoxia argentina”, afirma. Al correr al organismo del centro de la escena, los intereses particulares que se ocultaban detrás quedarán expuestos. “Ya no se puede esconder más la basura debajo de la alfombra”, apunta Herrera. A su entender, por ejemplo, los burócratas del FMI fueron a la carga en los ’90 contra las conquistas de los trabajadores por pedido de las cámaras empresarias. Ahora ya no tendrán ese escudo, lo mismo que las privatizadas, el establishment financiero y los acreedores externos.
“El FMI era el vocero de grupos de poder muy definidos”, insiste Herrera, y se entusiasma al anticipar que habrá “un sinceramiento de las posiciones, que es muy bueno porque cada uno deberá asumir los costos de lo que dice”.
Esa condición también se da para el Gobierno, que ya no podrá justificar su acción o inacción por presiones del organismo. Eso no quiere decir que quede liberado de presiones, pero al menos ya no estará el FMI para enturbiar el panorama. ¿Cómo manejará el Ejecutivo la economía sin el Fondo? Héctor Valle, titular de la consultora FIDE, divide la respuesta entre el corto y el mediano plazo. En lo inmediato, supone que Felisa Miceli aprovechará la reacción de los mercados del viernes para empujar al dólar a un nuevo escalón, en torno de los 3,10 pesos. Sería una forma de preservar el tipo de cambio real frente al avance de la inflación. El economista también estima que habrá otro énfasis para apurar las políticas de redistribución del ingreso.
“La decisión de atacar la inflación por la vía heterodoxa garantiza un crecimiento del 7 por ciento en 2006”, anticipa Valle, y recomienda hacer uso rápidamente de los mayores márgenes de libertad ganados con la cancelación de la deuda con el Fondo. “Si uno parte del diagnóstico de que la inflación es consecuencia del carácter oligopólico de la oferta, de la concentración en los canales de comercialización y de la preeminencia de la demanda externa, no necesita tener tanto superávit fiscal”, enfatiza. “La idea de armar un fondo anticíclico está bien, pero el año que viene habrá un excedente fiscal mayor al presupuestado, porque la economía crecerá más de lo previsto y habrá más recaudación. Todo ese dinero hay que redistribuirlo”, reclama.
Para el mediano plazo, la clave es aplicar reformas estructurales que cambien la lógica de reparto de la riqueza. El pago de toda la deuda con el FMI de una sola vez tiene el mérito de instalar la idea de que se trata de una reforma de fondo. “Sin la presión de discutir la política económica con ese auditor externo, habrá que avanzar con una reforma tributaria y una reforma del sistema financiero”, señala Valle. En el primer caso, algunas ideas que el organismo de crédito jamás hubiera aceptado son reinstalar el impuesto a la herencia, gravar con Ganancias las transacciones financieras y reducir el IVA. En el segundo, “hay que reorientar el crédito, manejar de otro modo la política de encajes y ejercer un control diferente sobre los bancos”. Otra herencia de las recomendaciones del FMI que sería necesario cambiar es el régimen previsional, asentado sobre las AFJP.
Al mismo tiempo que se practican esas reformas, e incluso antes, una economía sin el FMI debería priorizar la reconstrucción del aparato del Estado. Para poner un ejemplo de estos días, los acuerdos de precios que selló el Gobierno se tornan vulnerables sin un sistema de control público eficiente y duradero. Al Estado actual le falta capacidad de gestión. Ferrer agrega que ahora que no estará Rato para dictar su receta, el Gobierno debería mejorar la equidad a través del gasto social. Y pensar realmente en que “podemos vivir con lo nuestro, abiertos al mundo, pero manteniendo el comando de nuestro destino”. “Es un cambio muy importante no estar más pendientes del humor de los mercados”, insiste.
A modo de sugerencia de un cambio estructural, Ferrer indica que el Estado debe crear un marco regulatorio para el funcionamiento de las empresas extranjeras en el país, para que reinviertan aquí parte de sus utilidades y se integren a las cadenas de valor locales con compras de insumos a proveedores argentinos. También pide políticas públicas para fomentar la inversión, crear las condiciones para transformar el ahorro interno en proyectos productivos, apoyar a las empresas innovadoras, mejorar la infraestructura. “Tenemos todo el panorama de medidas de un país que crece”, resume.
Herrera va todavía más allá y pide “recuperar para el Estado el control de sectores estratégicos”. Menciona entre ellos la comercialización de combustibles, la generación de energía, la producción de medicamentos y el control del servicio ferroviario. En medio de una negociación con el FMI, plantear cualquiera de esas medidas hubiera sido imposible. Herrera afirma que para producir cambios permanentes hay que avanzar con esas políticas. “El Estado tiene que tener capacidad para refinar petróleo y crear su propia red de estaciones de servicio, muy fuerte, para fijar precios testigo en los combustibles”, recomienda. Una idea similar tiene para competir con los laboratorios y bajar los precios de los remedios. Y menciona que “un servicio ferroviario eficiente aporta una ganancia social que el Estado debe valorar más que la rentabilidad empresaria”. Sin importar qué diga el FMI.