Mar 20.12.2005

EL PAíS  › EL TITULAR DE SOCIOLOGIA, LUCAS RUBINICH

“El centroizquierda tiene que meter las patas en el barro”

El sociólogo Lucas Rubinich analiza las limitaciones de la construcción de centroizquierda. Advierte sobre las carencias de los partidos políticos tradicionales, la falta de alternativas y sobre el riesgo de los liderazgos individuales.

“Hace falta una autocrítica. Si el centroizquierda es sólo derechos ciudadanos, respeto institucional, anticorrupción, entonces el Banco Mundial es de centroizquierda”, provoca el director de la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, Lucas Rubinich. Rubinich es responsable de la revista Apuntes de investigación y titular de Sociología general. Para poder pensar en una nueva fuerza de centroizquierda, sostiene la necesidad de una revisión de experiencias como el Frepaso. Rubinich considera que es necesario comenzar a “hablar en serio” de centroizquierda, lo que implica cuestionar “el modelo de acumulación económica”.
–¿Cómo se puede pensar la situación actual de los partidos políticos?
–El radicalismo ha quedado prácticamente en la inexistencia; el peronismo es una federación de partidos provinciales y los partidos que podían haber aparecido como una tercera fuerza se disolvieron. Hay una crisis muy profunda de la forma de organización del sistema político, producto de la trayectoria de los grandes organizadores de ese sistema. Cuando la transformación neoconservadora se realiza de la mano de uno de los grandes partidos que había reivindicado la justicia social, cuando un partido que tomaba como herencia la reforma del ’18 tiene una mirada educativa compatible con las visiones neoliberales, se afectan fuertemente sus tradiciones y su identidad. También cuando aparece como alternativa el Frepaso y tiene como identidad básica esa recuperación de valores ciudadanos, anticorrupción, anticlientelismo y no cuestionamiento de la política económica. Yo creo que el apoyo a Domingo Cavallo del Frepaso fue la disolución de una alternativa de centroizquierda. Entonces, los sectores sociales van a mirar con desconfianza los partidos políticos, porque tanto los dos partidos mayoritarios como lo que se presentó como alternativa tuvieron ideología de partido único.
–¿Por qué el proceso actual está centrado sobre figuras?
–El panorama actual está centrado sobre figuras políticas porque hay ausencia de partidos. La mirada antipolítica tuvo una repercusión popular en 2001, pero –para no ser ingenuos– tenía un trabajo ideológico de algunos sectores de la derecha que promovieron una idea antipartido. Esto es mucho más beneficioso para alguien que no tiene una tradición partidaria y para los sectores que tienen poder económico, pero no una repercusión popular. Una figura con financiación puede hacer una buena campaña. En la crisis de los partidos, las figuras individuales circulan con mayor facilidad.
–¿Cómo condiciona esto la situación social?
–En un contexto de pérdida de sentido y de fragmentación social, la interpelación política es un problema muy grande. ¿A quién se interpela cuando hay fragmentación? Se interpela clase media fragmentada, clase obrera fragmentada. Los desocupados son una categoría estadística. No son un colectivo social en el sentido estricto. No interpelás a la clase obrera organizada. Ante la ruptura de los grandes colectivos sociales, producto de las transformaciones económicas y de la exclusión social, hay entonces un problema de interpelación política. A esto se suma la pérdida de capacidades estatales. El programa de transformación neoconservadora que se dio a nivel internacional –muchas veces de la mano del centroizquierda (el PSOE español, el partido socialista francés)– no produjo transformaciones tan radicales como las de la Argentina. La venta de organismos del Estado ha logrado una pérdida terrible de capacidades y las instituciones tienen tal desprestigio que es muy difícil controlar algunas zonas del Estado: Policía Bonaerense, Cromañón.
–¿Cómo se puede leer, desde esa perspectiva, el juicio a Aníbal Ibarra?
–Cuando las instituciones son creíbles socialmente y productivas culturalmente, las personas se sienten parte. Cuando se deterioran, lo que se da son salidas individuales. No hay partido, no hay Legislatura, no hay gobierno. Hay individuos que realizan sus trayectorias de acuerdo con situaciones coyunturales. Lo que ocurre en la Legislatura es la escenificación del deterioro cultural en la Argentina. Cuando funcionan bien las instituciones tienen un sano poder inhibidor: uno diría “un legislador no puede hacer cualquier cosa”. Pero en un contexto de crisis, donde se caen las paredes simbólicas, pueden ir para cualquier lado.
–En este panorama, ¿qué posibilidades de cambios profundos tiene Kirchner en el sistema de partidos?
–No puede construir sobre un liderazgo carismático solamente, sino que va a necesitar de algo parecido a un partido. Si no puede construirlo, la situación es difícil. Refundar un partido supone tener la voluntad política y generar espacios donde existan mínimas posibilidades de discutir algunas cuestiones trascendentales.
–¿Se puede avanzar desde el panorama actual hacia dos bloques de centroizquierda y centroderecha?
–Los sectores progresistas que podrían agruparse necesitan de definiciones muy claras. Sobre todo una autocrítica de lo que es el centroizquierda. Porque centroizquierda, como lo definía (derechos ciudadanos, respeto institucional, anticorrupción) es el Banco Mundial. Si nada más es esto, entonces el Banco Mundial es de centroizquierda. El centroizquierda hasta ahora no cuestiona el modelo de acumulación económica. Se tiene que hablar en serio, porque ya la población se ha alejado bastante del sistema político. No se puede hablar compatiblemente con ciertas olas internacionales, hay que hablar en serio. Y esto no supone hacer un programa de extrema radicalidad. Supone que no podemos hablar focalizadamente de una política social, sino que tenemos que relacionarla con las políticas económicas. Esto es básico para reconstituir un polo progresista.
–¿Y qué ocurre con la centroderecha?
–La derecha puede tener una mirada tolerante y democrática en algunos mínimos espacios de la Ciudad de Buenos Aires. La derecha moderna se termina en el grupo Festilindo de Macri. A nivel nacional, junta dinosaurios impresentables. Pueden lograr algún apoyo, pero no van a tener una incidencia importante.
–¿Cómo analiza la conformación del nuevo gabinete de Kir-chner?
–Sin ninguna duda, tiene significación que el ministro de Relaciones Exteriores sea Jorge Taiana, que tiene una trayectoria progresista reconocida. Puede continuar con la política del anterior canciller, pero la figura de Taiana es más simbólica. En el caso del Ministerio de Economía, hay una apuesta a la decisión política. No sé si hay más izquierda y más derecha en el nuevo gabinete, me parece apresurado hacer esa evaluación. En la cancha se verán los pingos.
–¿Qué significado tiene la designación de Chacho Alvarez?
–Es un reacomodamiento frente al duhaldismo. No es un rescate de figuras, sino parte de una construcción difícil. Se construye con los frepasistas que quedaron y los ex duhaldistas. No creo que tenga una gran significación particular lo de Chacho Alvarez.
–¿Qué rol va a jugar el peronismo en una posible centroizquierda?
–El peronismo es los peronismos. Entonces, ¿cómo van a actuar los distintos sectores? Hay posibilidades de acrecentamiento de algunas medidas progresivas en la medida en que haya un PBI alto y una situación económica favorable. Pero si el crecimiento económico no continúa, esos sectores del peronismo pueden escaparse a una solución de derecha.
–¿Qué lugar pueden ocupar el ARI o el socialismo en ese escenario?
–El problema está en si se proponen como una alternativa moral, porque la anticorrupción no organiza política. El salto positivo de la centroizquierda se da en Rosario, porque hay una política real. No se puede hacer política massmediática, como en algún momento propuso el Frepaso. Política real supone crear militantes y hacer trabajos concretos en territorios, recuperar un grado de empatía con los sectores populares. Para decirlo con una metáfora populista: meter las patas en el barro sin tener miedo de contaminación.

Reportaje: Werner Pertot.

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