EL PAíS › FEDERICO SCHUSTER, DECANO DE SOCIALES
El politólogo y decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Federico Schuster, ve el sistema de partidos en transición. Aunque nota mejor al centroderecha, cree que la convocatoria de López Murphy a un foro republicano fue un acto verborrágico.
“Evidentemente hay un vacío de una oposición que no puede hacer frente a la fuerza del oficialismo”, lanza el decano de la Facultad de Ciencias Sociales, Federico Schuster, para quien la convocatoria a formar el Foro para la Defensa de la República se pareció más a un acto verborrágico de Ricardo López Murphy que a un intento serio por reconstruir un espacio que, hasta el momento, se anuncia como vacante. Con tono optimista, aunque sin dejar de lado la crítica, el politólogo analiza con Página/12 los desafíos que le esperan a la oposición, al mismo tiempo que advierte cierta sobrevaloración por parte del oficialismo de la legitimidad conseguida en las elecciones de octubre. “Estamos ante un sistema de partidos en transición, y aunque la consigna del ‘que se vayan todos’ no se cumplió, todavía hay secuelas de esa crisis.”
–Sin embargo, esa imagen parece haber quedado lejos.
–Efectivamente, en 2002 la posibilidad de reconstituir el orden institucional aparecía como algo remoto. En el 2003 Kirchner gana y comienza a desarrollar una política sumamente agresiva de gobierno, con decisiones profundas y capacidad de mando. Así logra ganar cierta legitimidad social, convirtiéndose en el presidente que recuperó lo imposible: la posibilidad de gobierno.
–¿Qué pasó con el resto de las fuerzas en este escenario?
–Hoy el que parece estar mejor es el centroderecha, con un espacio cristalizado en la tríada Macri-Sobisch y López Murphy. La izquierda se encuentra sumamente debilitada y se ha quedado lejos de cualquier posibilidad electoral. Mientras que el centroizquierda, integrado por un radicalismo progresista, el ARI y los socialistas, anda medio perdido ante los insistentes avances del oficialismo. Se trata de fuerzas que para hacer oposición decidieron apostar a una instancia republicana. Esa fue la foto del otro día. Lo que se buscó en ese encuentro y lo que propone López Murphy es asomarse como representantes de un resguardo republicano, con un discurso claramente dirigido hacia la defensa de las instituciones y cierto orden más allá del Estado. Pero, insisto, el lugar que tiene hoy la oposición es difícil. De lo que no caben dudas es de que el sistema tradicional de partidos está en transición, con un radicalismo totalmente fragmentado y un justicialismo reconvertido con la conducción de Kir-chner. Muchos han planteado una redefinición del peronismo e incluso hubo quien habló de su desaparición. Pero yo tengo mis dudas al respecto. Es más, creo que el PJ es el único sobreviviente de esta gran crisis y eso hay que destacarlo. Se trata de una fuerza donde las disputas internas logran postergarse en términos de la construcción de poder y la conducción del que manda. A mucha gente puede no gustarle, pero hay algo claro y es que en estos veinte años fue el justicialismo el que gobernó el país.
–¿Cómo se explica que el Gobierno, con el capital político que viene cosechando, se arriesgue con un proyecto que desde su presentación generó fuertes críticas?
–Me parece que a partir de las elecciones Kirchner interpretó una legitimidad que sobrevaloró. Y en este sentido está pretendiendo asumir medidas y acciones que se basan en esa legitimidad excedida, sin ningún tipo de mediaciones con otros sectores. Si bien nadie discute que al Consejo de la Magistratura hay que reformarlo, no era necesario plantear una medida que tiene semejantes consecuencias institucionales con esa prepotencia. Ese tipo de reforma requiere la búsqueda de un consenso, una consulta que, efectivamente, trasciende la voluntad del Ejecutivo pero que a veces es necesaria. En un país donde las instituciones todavía están muy débiles, el proyecto para reformar el Consejo de la Magistratura no debe ser la primera idea que pasa por la cabeza de Cristina Kirchner.
–Uno de los temas que se ha plantado es la cuestión de la hegemonía que se le endilga al Gobierno. Parece haber un límite difuso entre lo que se considera un gobierno de mayorías y lo que efectivamente es un régimen hegemónico.
–La búsqueda de hegemonía, en tanto pretensión de poder, es parte del juego político. Y el problema de la hegemonía kirchnerista es, justamente, la ausencia de un proyecto contrahegemónico. Frente a la fuerza que viene acumulando el Gobierno, tenemos un espacio enfrente lleno de blancos. Y, a decir verdad, si los sectores que lo conforman convocan a esta unión con dirigentes potencialmente tan distintos, la imagen que terminan dando no es la mejor.
–Frente a este escenario lo único que parece no poder discutirse es la falta de gobernabilidad que tanto temía Kirchner al comienzo de su mandato.
–De eso no hay dudas. Al Gobierno lo ha favorecido mucho la capacidad de reordenar el país, que venía de una situación muy difícil. Es decir, lo que tenía sobre la espalda es el desastre de la década del ’90, y eso obviamente siempre favorece, ya que se trataba de una imagen muy palpable por la gente. En segundo lugar lo favorecieron las condiciones internacionales, como el nivel de los precios. Esto le permitió acumular capital, y ahora hay una clara decisión de cerrar filas en sus tropas. Eso ahora todos lo critican, pero lo cierto es que ya ha pasado en otros gobiernos. Es algo común aprovechar el momento de poder que da una elección favorable y poner el barco en una dirección. Eso sí, el Gobierno tiene que tener en claro que la ciudadanía, particularmente las clases medias, van a tolerar cierta figura irritativa que al Presidente le gusta convocar mientras continúe esa sensación de que no va mal la economía. Pero si esa situación comienza a cambiar, lo que ahora se ve con cierta complacencia va a parecer algo muy serio.
Reportaje: Carolina Keve.
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